Hace apenas unos años, el arribo al gobierno de las elites y de sectores de derecha causó una alarma generalizada en todo el orbe latinoamericano no solo en materia económica sino en cuestiones vinculadas a los derechos humanos y, algo nada menor, al derecho a la comunicación, puesto que la manipulación sobre la opinión pública se tornó en una herramienta imprescindible ya sea para “castigar” cualquier resistencia, presionar a gobiernos progresistas o directamente para el armado de procesos destituyentes conocidos como impeachment.
En íntima alianza con los poderes económicos globales –en la mayoría de los casos léase fondos buitre–, los gobiernos presididos por empresarios y Ceos, con funcionarios que apuestan a la represión en áreas de seguridad, se valieron de estructuras que actúan como un compacto bloque hegemónico para el control absoluto de todos los resortes que garantizan su sistema de rapiña.
Esas estructuras son el poder judicial, que persigue y trata de encarcelar opositores, el sistema financiero, que permite la acumulación y fuga de capitales y los medios de comunicación hegemónicos, que blindan los actos de corrupción, el espionaje y el pillaje de los miembros del gobierno del que son parte.
El impeachment es la perlita de esta avanzada neoliberal y ha dado muy buenos frutos en Paraguay y Brasil con las destituciones de líderes populares como Fernando Lugo y Dilma Rousseff. El derrocamiento y proscripción de Evo Morales fue otra, luego que la misma OEA (Organización de Estados Americanos), en la voz de su secretario general Luis Almagro, sembraran sospechas sobre el recuento de votos y hablaran de fraude en sintonía con la oposición golpista, en unas elecciones que veedores internacionales declararon como absolutamente limpias y que daban como ganador al ex dirigente cocalero.
En Bolivia también los medios hegemónicos cumplieron un rol fundamental al hacer campaña con la muletilla de que había habido “fraude” y habilitar seguidamente el golpe de estado. Como se ve, las corporaciones mediáticas tienen un poder de fuego temible, operan mediante la estigmatización de gobiernos y figuras, desligitiman la política cuando no se rinde a sus intereses, y son el regulador que suele inclinar la balanza de la opinión pública.
El lenguaje, esa arma temible
El vaciamiento del lenguaje fue una de las marcas que caracterizó a los medios hegemónicos desde la avanzada neoliberal. Se basaba en estrategias de despolitización que banalizaron las luchas populares, apelaron a la desmovilización social, a la espectacularización de la inseguridad acompañando la reducción de edad para la imputabilidad de los menores y apelaron a narcotizar a las audiencias con la banalidad y escándalos de las farándulas vernáculas.
Luego insistieron con la meritocracia, donde trabajaron el paradigma competitivo para realizarse y poder acceder a todo lo que se desea en base al esfuerzo personal, ninguneando las políticas públicas que sirvieran como potenciamiento del desarrollo de los individuos. Y finalmente intentaron e intentan, hoy, donde algunos gobiernos de signo popular han vuelto a gobernar, poner en marcha elementos de desprestigio y desestabilización con las herramientas que provee el lenguaje del neoliberalismo.
Las luchas de poder son entonces confrontaciones por el modelo a seguir y el andamiaje con que cuentan los medios hegemónicos para implementar ese lenguaje se ha convertido en un arma letal para gobiernos que se afanan en sostener una imagen de contención con todos los sectores, demostrando que son diferentes a los sectores desestabilizadores y escudándose en que ellos pugnan por “un país que quieren todos”, lo cual resulta una falacia casi descomunal, toda vez que los poderes concentrados, es decir, el establishment y muchos otros sectores que se recuestan incluso en la derecha fascista, quieren otro país, en líneas generales un país para pocos, donde sobra mucha gente y las mayorías tienen derechos que son exagerados y hay que recortarlos o directamente quitarlos.
Los que mienten mejor que nadie
Tras dos años de gestión en medio de una pandemia sin precedentes, el gobierno argentino del Frente de Todos navega aguas turbulentas en una democracia jaqueada por los poderes concentrados con el caballito de batalla de la oposición enlodando cualquier acción oficial y echando nafta al fuego en los medios hegemónicos con su ejército de lenguaraces a sueldo.
Esos medios, con La Nación y Clarín a la cabeza vienen horadando sistemáticamente todo lo que el gobierno nacional implementó en materia de salud para enfrentar una pandemia que arrodilló al mundo. Y lo hicieron con eficacia pese a los aciertos y a la vacunación masiva implementada que evitó los muertos en las calles y la saturación de hospitales cuando el virus se mostraba con su mayor virulencia.
Y lo siguen haciendo con la economía, desestimando los posibles acuerdos con el FMI –que sería justo hacerles «acordar», es decir, pagar a los tomadores de la monstruosa deuda–, vociferando las corridas del dólar y emparentándolas con la falta de confianza de los mercados, agitando climas de enfrentamiento entre los diversos sectores que integran el Frente de Todos, con el presidente y la vicepresidenta a la cabeza, defendiendo empresas corruptas que estafaron y robaron en banda –léase caso Vicentin–, obstaculizando cualquier maniobra del Estado para manejar recursos estratégicos como las vías navegables del río Paraná.
Todo ese poder de fuego se ejerce en los medios que trabajan para que la hiperconcentración sea de una vez una realidad, no importa cuántos queden en el camino. La victoria de Cambiemos en 2015 puso de manifiesto que la vía democrática también podía resultar un camino posible para cercenar derechos y trabajar para dar un golpe institucional a cualquier conquista de las mayorías porque la verdad no le importa a los poderes concentrados y son los medios hegemónicos quienes ocultan la verdad y mienten sabiendo cómo hacerlo mejor que nadie.
La táctica es la permanente negación de todo atisbo de verdad y el aparato mediático tiene la técnica y el método más poderoso para horadarla y, sobre todo, su carácter oligopólico, al que todavía el gobierno recela de enfrentar, como si ignorara que allí está la cabeza de Goliat.
Recuperar la verdad
Por eso más allá del resultado de estas elecciones de medio término, el gobierno nacional debe entender que un resultado adverso, y aunque no lo fuera tanto, lo puede poner en una seria situación de desventaja ante el poder concentrado, mucho más pronunciada que la que hoy ostenta, luego de dar marcha atrás con algunas medidas más radicales que afectaban esos intereses y que muchos de sus votantes vivieron con manifiesto desagrado.
Y hasta es probable que la oposición, como brazo armado del lenguaje del establishment, comience a implementar estrategias de desestabilización con corridas cambiarias más pronunciadas y azuzando con que en el cercano fin de año las cosas pueden ponerse severamente complicadas a partir de desmanes populares para provocar caos e incertidumbre.
Y para eso va a valerse de los medios que tan bien saben cumplir esa tarea. Tal vez por eso más que nunca –es decir, mucho más que todo lo que el gobierno no se atrevió hasta ahora– será preciso enfrentar a ese poder para que la verdad cobre otra vez sentido y trate de imponerse al pensamiento hegemónico desarticulando sus mentiras, su banalización y su direccionada antipolítica.
El rescate y la puesta en vigencia de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que regula el funcionamiento y la distribución de licencias de los medios podrían convertirse en una herramienta útil para desconcentrarlos junto a la distribución equilibrada de la pauta oficial, que hoy es de una inequidad pasmosa –siendo justamente los medios hegemónicos los que se llevan las mayores tajadas de la torta–, pero la decisión que implemente políticas de freno debe venir de una toma de conciencia de las posibilidades reales de enfrentar a los poderes establecidos, de pensar que a la violencia ejercida por los medios –las mentiras y la tergiversación de los hechos, lo son– debe oponérseles una firmeza basada en recuperar la verdad para que pueda ser escuchada por la opinión pública y sincerar los inconvenientes para llevar adelante una lucha hoy más necesaria que nunca.
Seguramente amplios sectores de la población acompañarán cualquier signo de radicalización que muestre intenciones de ir hasta el hueso. De lo contrario, los medios hegemónicos afianzarán su tarea para desmantelar cualquier crédito que aún conserve el gobierno y allanarán el camino para tensar la opinión pública hasta su captura definitiva.