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Opinión

Recuperemos la memoria del 11S

El atentado contra las Torres Gemelas logró monopolizar, como todo lo que toca Estados Unidos, una fecha. Pero el 11 de septiembre es también el Día de lxs Maestrxs, del último intento secesionista de Buenos Aires, y de la enorme tragedia de Chile, con el golpe Augusto Pinochet a Salvador Allende


Especial para El Ciudadano (*)

 

Si hay algo que caracteriza al “sentido común” es ser un raro oxímoron, puesto que es el menos común de los sentidos. A pesar de ello, tiene la capacidad de construir imaginarios socialmente compartidos, como es el caso del 11 de septiembre de 2001, más conocido como 11S. El atentado contra las Torres Gemelas logró monopolizar, como todo lo que toca Estados Unidos, una fecha muy singular para esta región del Cono Sur. Ese eslogan en diminutivo que es el 11S ha logrado calar hondo en la memoria no sólo por la cobertura mediática que aquel evento tuvo al calor del desarrollo de nuevas tecnologías y de internet, sino porque ocurrió en un país central de la geopolítica mundial. Pero recuperemos la memoria larga del 11S en clave regional.

Pocas fechas evocan a tantas efemérides al mismo tiempo como los 11 de septiembre, fecha que en Argentina conmemora el Día de lxs Maestrxs con motivo del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento aquel día de 1888. Pero también ocurrió un 11 de septiembre de 1852 un evento revolucionario de cabal importancia, como fue la “Revolución del 11 de Septiembre” en Buenos Aires, por medio de la cual dicha provincia se enfrentaba contra la Confederación urquicista en una manifiesta maniobra secesionista que buscaba dividir lo que Caseros había unido, alargando la definitiva unificación nacional.

Sin embargo, la más importante y dolorosa efeméride la constituye la de 1973, cuando el pueblo chileno sufrió el criminal golpe de estado comandado por Augusto Pinochet y apadrinado por la CIA y Henry Kissinger, por medio del cual se indujo a Salvador Allende a renunciar o cumplir con su palabra de salir de La Moneda con los pies para adelante. Y así fue que, cumpliendo su palabra, aquel líder social que había llegado al gobierno con la Unidad Popular para demostrar que la izquierda también podía llegar al gobierno por la vía democrática, se convertiría en mártir a tan sólo tres años de haber ganado las elecciones contra Jorge Alessandri, conspicuo representante de la aristocracia chilena desde la Independencia.

Aquel golpe no sólo echaba por la borda una matriz productiva nacional para Chile, también anunciaba un desembarco poco disimulado de los intereses imperialistas norteamericanos en la región, los cuales ya no requerían marines para imponerse: ahora bastaba con financiar a las propias fuerzas militares locales inmunizadas con la Doctrina de Seguridad Nacional, y formateadas por la Escuela de las Américas. Pero como suele suceder con la cultura del McCombo, esa comida chatarra tenía guarnición: un profundo modelo neoliberal que no tendría otra forma de ser aplicado que no fuera a punta de fusil. Aquel 11 de septiembre, sin que nadie pudiera adivinar sus derivas, terminaría por hacer del crimen y el silencio una oda al “milagro chileno”, eufemismo que confirmaba que el proyecto marcha sobre ruedas.

Hoy Chile, casi medio siglo después, está en las calles encontrando el coraje para discutir y repensar la historia que se abrió a partir de aquel nefasto ataque a La Moneda, al tiempo que busca modificar una Constitución que, a fuerza de acallar las notas de Víctor Jara y de enriquecer más a los ricos, terminó por silenciar y legalizar el crimen. Sin embargo, los verdugos del norte, metamorfoseados en víctimas, nos convidaron hasta la saciedad su pena y drama por un atentado aún rodeado de una nube de sospechas, al tiempo que confirmaban el traspaso del paradigma de la seguridad nacional al de la lucha antiterrorista. A cuarenta y ocho años de aquel primer 11S, como dijera Eduardo Galeano, y a veinte de las Torres Gemelas, lxs grandes perdedorxs de ambas siguen siendo lxs chilenxs (y América latina en su conjunto) y lxs afganxs, mientras el Imperio del Norte sigue al mando y nos recuerda que el único 11S digno de recordar es el suyo.

 

(*) Historiador

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