Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
El desarrollo armónico de la humanidad se ha visto afectado desde antiguo por la aparición de pandemias, es decir, por “la propagación mundial de una nueva enfermedad”, tal como define el término la Organización Mundial de la Salud.
Ya Sófocles en su Edipo Rey dice: “Un dios portador de fuego se ha lanzado sobre nosotros, y la peste, el peor de los enemigos, atormenta la ciudad”, aludiendo a la terrible plaga desatada en Atenas entre los años 430 y 425 aC, que diezmó ejércitos y fue la responsable de debilitar para siempre la preeminencia ateniense en el mundo antiguo.
Pero las pandemias que arrasaban cruelmente a las comunidades en la antigüedad, y que simbólicamente remitían siempre a la dupla desobediencia/castigo de los dioses, conllevan una enorme diferencia con las actuales: la velocidad de propagación. Hoy las personas cuentan con una increíble facilidad de movimientos, vivir en modo nómade es la consigna de estos tiempos y una expectativa real y deseable para los más jóvenes.
En relación a esto, Byung-Chul Han, un filósofo y ensayista surcoreano que imparte clases en la Universidad de las Artes de Berlín y es ponderado como uno de los más lúcidos pensadores contemporáneos, comenta en la columna de un importante diario europeo que la causa del rápido control del coronavirus en los países asiáticos es el eficiente control social que impera en ellos a través del big data.
Han indica que “Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucionismo)”, y que “para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital”. “Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten sólo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos”, explica el reconocido intelectual coreano.
En su artículo señala además: “En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada click, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. (…) Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría llegar a perder su trabajo. En China (…) no existe la protección de datos y en su vocabulario no aparece el término privacy”, finaliza Han.
En ese contexto, ejercer el control a través del teléfono celular, internet o drones, no resulta tan complicado. Por ejemplo, en Taiwán desarrollaron una aplicación llamada Corona APP que da una señal de alarma si uno se acerca a un edificio en el que estuvo algún infectado. Todos los lugares donde ha habido infectados están registrados en la aplicación.
En Europa y América, en cambio, no existe una conciencia de sometimiento al control estatal de tal magnitud y, de acuerdo a la opinión de Han, se han tomado medidas “absurdas” como cerrar fronteras y confinar a la gente en sus casas, sin tomar conjuntamente la decisión de cerrar comercios e impedir el traslado en transporte público, espacios privilegiados de contagio.
En este punto no dejo de preguntarme si acaso el virus pueda ser usado también como una útil justificación de los cada vez más sofisticados dispositivos de control que imperan en el mundo actual. A fin de cuentas, pareciera que el nuevo enemigo, que desplazó incluso al terrorismo islámico en ferocidad y cantidad de víctimas, requiere de una Policía sofisticada y veloz… Pero Policía al fin.
Las medidas de dispersión social se suman a las ya implementadas en prevención del terrorismo y el mundo pareciera inclinarse hacia modos de biopolítica nunca antes imaginados: control de fronteras, de movimientos, con cuerpos hospitalizados y aislados, encerrados, conectados a máquinas que habilitan una muerte en solitario. Finalmente, y a pesar del capitalismo de los extremos, el virus propone también el control del consumo, una suerte de neo antropofagia.
El tercer milenio ha amanecido temeroso y controlado, visitado por nuevos enemigos, dueños de una capacidad de destrucción nunca antes imaginada. Pero en un mundo hipercomunicado, los antiguos modos ya no surten efecto y es necesario redoblar esfuerzos para sentirnos a salvo. La seguridad es el concepto dominante, pero debiéramos preguntarnos: ¿a qué precio?