Una sola palabra: “orquesta”, que en el ambiente ciudadano es sinónimo de conjunto y de tango para resumir una formación musical y un género, es el núcleo del ensayo de Luis Adolfo Sierra, Historia de la Orquesta Típica, considerada como una obra pionera y que ha sido reeditado por el sello Corregidor.
El antecedente de este libro es un disco con el mismo título aparecido en 1966 acompañado de un folleto escrito también por Sierra, que dio paso a una primera edición del ensayo que data de 1984.
El trabajo de Sierra (1916-1997), analiza, según reza el subtítulo, la “Evolución instrumental del tango”; de allí el desfile en sus páginas de los numerosos artistas del género, verdaderos protagonistas de su desarrollo, además las instancias que propiciaron su difusión y el aporte de los distintos instrumentos musicales.
Abogado especialista en derecho autoral y periodista, Sierra —que estudió bandoneón con Pedro Mafia— le da al inicio de su libro un sabor de cuento: “Llegó de pronto a ganarse las preferencias del compadraje milonguero y de la mulatada bailarina de habaneras, en las carpas de la Recoleta y Santa Lucía, y en los Bodegones de La Batería”.
Otro intelectual que lleva muchos años reflexionando sobre el tema, Horacio Salas —autor de libros como El Tango y Homero Manzi y su tiempo— no duda en calificar de pionera a esta “Historia de la Orquesta Típica”.
Y sobre estos inicios del género, señala: “Se tocaba con el instrumento que había a la mano. A fines del siglo XIX, en los prostíbulos y cafetines de ínfima condición, pasaban la gorra los integrantes de tríos de musiqueros que tocaban de oído. Si una melodía gustaba, la reiteraban, así aparecieron los primeros tanguitos”.
Entre los instrumentos de esos inicios, anota Sierra al arpa, el mandolín y la flauta, que iban a ser reemplazados. Sigue Salas: “La flauta, que le dio a las melodías su tono picado y rápido, va a ser desalojada por el bandoneón que le da al tango su sonido, más rezongón, severo, más introvertido y cansino, como dice Sierra, debido acaso a las dificultades de digitación de los primeros intérpretes”.
Sobre el piano, comenta la dificultad que existía de contar con uno por su elevado precio, de modo que: “En los primeros tiempos, ni los tríos que se trasladan de un boliche a otro cada noche, ni los dueños de los piringundines, podían acceder al instrumento; aunque había algunos en las casas de baile como Lo de Laura”.
Recién cuando un cabaret de lujo, el Armenonville, contrata a Roberto Firpo, “el piano toma un lugar relevante para convertirse en una visagra en la transformación de la música popular; en los años 20 destacan Juan Carlos Cobián, Enrique Delfino y Francisco de Caro, uno de los mayores melodistas del tango”.
Luego, acota, se van a destacar entre muchos nombres, Osvaldo Pugliese, Horacio Salgán, Orlando Goñi, Osmar Maderna y, más cerca en el tiempo, Héctor Stamponi y Atilio Stampone.
Respecto a aquellos momentos determinantes en el desarrollo instrumental, no duda: “La evolución pasa por la llamada Guardia Vieja, que va de los comienzos hasta los años 20, con la aparición de Julio de Caro –que cambia la manera de ejecutar los tangos, y pasa ritmo del dos por cuatro al cuatro por ocho–, Osvaldo Fresedo y Juan Carlos Cobián; es cuando el tango se hace más lento y rezongón”.
Y yendo aún más lejos, sobre las etapas más brillantes de esta historia musical tanguera, Salas habla de un salto en la década del 40 y enumera, entre otros creadores a: “Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Horacio Salgán y Miguel Caló”.
En su libro, Sierra hace un registro de las diferentes formaciones orquestales desde los primeros tríos a las grandes orquestas que legaron a tener hasta cuarenta músicos. Para Salas: “Es una cuestión de gustos personales. Los más conservadores prefieren el sexteto, otros la orquesta típica de los 40; Mariano Mores, en los 50 inventó una orquesta con timbres de orquesta sinfónica y fue un fracaso en el gusto del público, pese a que Mores era un gran compositor”.
No hay duda de que, en la difusión del género fue decisiva la aparición de la industria discográfica: “Es cierto –dice Salas– fue fundamental, porque con los discos se podía bailar en las casas sin necesidad de contratar músicos. Vicente Greco fue pionero en 1907 en grabar contratado por la casa Brunswick. Sus primeras cuatro placas resultaron un notable éxito de venta”.
Al papel de los arregladores en el desarrollo de la música instrumental de Buenos Aires, lo califica de “esencial” a partir de los 40: “En los inicios se tocaba de modo intuitivo, luego, merced a los primeros músicos de conservatorio, hay obras más trabajadas, sobre todo cuando aparecen creadores como Juan Carlos Cobián y Enrique Delfino”.
Grandes arregladores –sostiene– fueron Héctor Artola, Argentino Galván, Astor Piazzolla, Horacio Salgán, Ismael Spitalnik, Julián Plaza, Atilio Stampone, Luis Stazo, José Libertella, Rodolfo Mederos”.
Sierra da cuenta de la tendencia renovadora del tango, aunque es cuidadoso con Salgán (lo califica de “audaz”) y decididamente rechaza a Piazzolla: “Nos sometió a una engorrosa aventura de adivinación”.
Sobre este punto, sostiene Salas: “Para él Piazzolla era demasiado vanguardista, lo rechazaba. Hay que tener en cuenta que Sierra era un hombre muy conservador, al que tampoco le interesaban las letras de los tangos”.
Concluye Salas dando su propia lista de músicos que a su entender revolucionaron la música tanguera: “De Caro en los 20, Troilo, Pugliese y Salgán en los 40, y Piazzolla a fin de los `50 hasta su fallecimiento”.