Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie dela Indiase deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa. Varios hombres compartían un vagón y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados. De repente, empezó a escucharse una voz que decía: “¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!”.
Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua. Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos. Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir: “¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!”.
La mente que está influenciada por el ego siempre tiene problemas. Cuando no hay problemas aparentes, tiene que imaginarlos, y éstos serán tan ficticios como las soluciones que intentará buscar. Por lo tanto, el conflicto en sí es lo que le otorga permanencia al ego y, por consiguiente, a la sensación de la falta de paz.
La paz no proviene del ejercicio de la mente o del pensar común, si no de su descanso, cuando entregamos nuestros juicios y valoraciones a la fuente neutral de la voluntad que también mora en nuestro interior. Si no hay confianza habrá miedo y si hay miedo la paz se experimentará como una ilusión más. La mente se encuentra ahora bajo la jurisdicción del ego, el cual necesita sostener apegos y temores en forma de objetos y personas. Su obsesión por los cuerpos (temporalidad) le asegura la sensación de un mundo desigual e injusto que no le otorga paz.
El ego es la percepción limitada y adquirida que poseemos del mundo, de Dios y del yo. Se manifiesta en la forma de una voz que nos habla, y que nos habíamos acostumbrado a creer que éramos nosotros mismos simplemente pensando. El ego se manifiesta también en forma de la percepción sufriente e irremediable que tenemos del mundo, los impulsos corporales inadecuados de comer y mantenernos, y los conceptos intelectuales que se utilizan como defensa y ataque.
Por lo tanto, la paz interna se va estableciendo a través de la liberación gradual de la influencia del ego en nuestra mente, hasta su liberación final, donde se vuelve muy clara la voz divina del amor y tenue o nula la voz del ego. Al ser el ego un sistema de pensamiento más que una simple actitud arrogante, cada pensamiento de dolor en uno o en otros, cada sensación de escasez individual o colectiva, y cada sentimiento de temor por la causa que sea debe ser observado, perdonado y entregado/liberado a la propia Divinidad Interna en el momento en que aparece en la conciencia. Podemos inhalar profundo y rezar así: “Entrego esta percepción o pensamiento de incomodidad”, inhalar nuevamente y rezar “gracias” hasta sentir paz. Lo podemos hacer mientras nos duchamos, en la cocina, en el auto y donde sea que nos encontremos. Sin duda es mejor estrategia buscar primero la paz en nuestra mente, luego en el mundo. Es como consecuencia de las liberaciones del propio pensamiento erróneo o carencia de amor que comienza a suceder la paz. La armonía social y global se está estableciendo gradualmente por enseñar el amor con el ejemplo.
La observación (testigo) de los pensamientos, sin desesperarnos, ni culparnos, sin el ánimo de eliminarlos, y sin buscar gloria por esto, dará comienzo a las sensaciones reales de paz en la mente. Con sólo sentarte 10 minutos por día en silencio y dedicado a la ciencia de la observación neutral de la conciencia el proceso de liberación da comienzo.
Bajo la influencia del ego pensamos que la felicidad puede llegar sin la vivencia previa de la paz pero esto es un error, y muy común. El ego no tolera ni conoce la paz, y al no conocer ni vivenciar la paz, confundimos la euforia con la felicidad que de hecho buscamos. La concreción de los deseos no puede producir felicidad cuando todavía no hallamos la paz que sólo en nuestra mente sana o libre de dualidad debemos encontrar. Pero cuando satisfacemos deseos desde la alegría inmutable de habernos encontrado en nuestro centro de paz, impecabilidad, gratitud ala Fuente Divinae igualdad con todos, expandimos virtud enla Tierra. Esentonces, cuando todo lo que percibimos se vuelve de naturaleza espiritual, tal como se afirma en el verso famoso de los Vedas: brahmarpanam brahma havir, brahmagnau brahmana hutam.
Nosotros ya somos felices por el hecho de Ser hijos perfectos de un padre perfecto, en un universo perfecto. Sin embargo, dicha felicidad no es percibida desde nuestro interior debido al ruido ensordecedor del ego que hace que busquemos canales limitados de felicidad que no pueden saciarnos. Aceptar la felicidad es aceptar el amor que viene de todos lados, pero si no nos aceptamos a nosotros mismos, el amor parecerá inexistente. Si no llevamos nuestra inteligencia hacia esta comprensión sencilla, seguiremos ilusionados tal como el gusano de seda que al terminar su capullo-casita advierte que se encerró en ella. Y si buscamos paz en toda situación, nuestro mundo se verá más claro.
La mente oscila entre la euforia y la depresión durante el día, no conoce la felicidad que proviene de la paz. La felicidad es un tercer estado de conciencia no dual, donde no se experimenta ninguna dependencia de los objetos, pero aun así los ofrendamos y nos deleitamos. Esto puede ser practicado ya que dicha comprensión no nos priva del gozo directo de las cosas del mundo, si no que por el contrario nos lo garantiza. Pues para ser felices con algo, primero debemos Ser felices, o ser felices con todo. No somos felices por tener pareja, sino que somos felices porque si nos abandona habremos aprendido a amarnos como ella lo hizo. Un nuevo modelo de unión se aproxima: aquel donde dos seres completos sanan juntos sus mentes y comparten la alegría de sus propios descubrimientos.
La paz es el reconocimiento constante de quienes somos junto con todos. La paz es directa cuando nos aceptamos completamente a pesar de nuestros errores pasados. Es nuestra herencia natural de ser espíritu incondicionado. Aunque ahora corporificados en un vehículo temporal sometido al tiempo, la penetrante certeza de Ser amor en acción extingue la finitud de la percepción. Así como cuando estamos enamorados el mundo que vemos tiene otro cariz debido al cambio de propósito y a que todo se estima desde una relación de amor. De la misma manera, cuando encontremos la paz en nuestra mente, todo acontecer en el mundo nos hablará de nuestro hallazgo y toda experiencia será igualmente plena.
La paz y la comodidad inherente de Ser (inmortales y amados) es la base para ilimitados acontecimientos de alegría y satisfacción. Encontramos la paz cuando comprendemos que la felicidad no llega al solucionar un problema sino más bien cuando no vemos problemas. La felicidad no está enraizada en el cese del sufrimiento sino en la imposibilidad del sufrimiento.
El núcleo de la paz estriba en no sentirnos solos, sino en la comunicación y compañía constante de una Presencia Amorosa Incondicional, consagrados al amor que podemos dar y recibir de maneras y formas ilimitadas.
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