Lic. Luciana Bellesi/ Colegio Profesional de Trabajo Social 2ª Circunscripción
En estos tiempos de proximidad de elecciones, de medio término en este caso, me toca observar una situación que se repite como norma. Comienzan a resolverse con éxito muchas de las gestiones que realizamos desde las áreas en las que desempeño labores y por las que, generalmente, llevamos cierto tiempo de espera. Particularmente, aquellas que dependen de recursos que deben ser asignados por dependencias estatales dispuestas para tales fines. Tratando de mantener en perspectiva que la práctica del trabajo social se compone de acciones y gestiones mucho más abarcativas y, seguramente, más determinantes que aquellas que se resuelven con recursos materiales, son éstas últimas las que motivan las reflexiones que a continuación transcribo.
No hace falta un profundo ejercicio de la deducción para concluir que la celeridad antes mencionada se debe a que los responsables políticos de asignar los recursos esperan obtener un rédito electoral por ellos y que, por esa manera de asignarlos, los y las responsables de esas gestiones nos transformamos, en mi caso involuntariamente, en un engranaje más de esa maquinaria clientelar.
La licenciada Silvana Martinez da una definición, a mi criterio interesante, acerca de la relación entre la práctica del trabajo social y la política en tanto herramienta que define la orientación y el destino, a grandes rasgos, de los recursos que los estados destinan al gasto social. Ella escribe: “El trabajo social es una profesión basada en la práctica y una disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, el fortalecimiento y la liberación de las personas. Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social”.
Desde hace tres años desempeño la mayor parte de mi actividad en tres comunas pequeñas del departamento Constitución como responsable del área social de las mismas. El rol del área se torna muy importante porque en sus incumbencias abarca problemáticas que, en organigramas más extensos, representan un área o secretaría en sí mismos, como ser niñez, adolescencia y familia, género, diversidad, hábitat, salud, etcétera.
En estos días he podido retomar las visitas domiciliarias, actividad que no se estaba realizando por motivo de la pandemia de covid-19. En ellas sentí que estaba recuperando lo que, en mi consideración, es la esencia de la profesión, eso de “sentir los olores”, recibir la calidez y aceptar el vínculo que se gesta en el momento en que las personas nos permiten ingresar en sus intimidades y comprender sus realidades que serán, al fin y al cabo, las que determinarán el eje de nuestras intervenciones.
Siempre teniendo como premisa nuestra condición de posibilitar una mejora en la calidad de vida de esas personas y aportar a la concreción del verdadero objetivo de nuestra existencia como profesionales: alcanzar instancias superiores de dignidad que por algún motivo se han perdido.
Es por ello que, dentro de este contexto de agotamiento al que nos ha sometido el hecho de trabajar en un marco de profundización de las demandas sociales que ha provocado la pandemia, y sintiéndome muchas veces “interpelada”, o mirada de reojo por disponer, sin intermediarios, de ese vínculo que permite la cercanía, he comenzado a pensar si resulta productivo cuestionar la realidad constantemente y si creemos que verdaderamente se puede mejorar. He aquí que me permito concluir que lo que no se cuestiona no se transforma, y para ello me he valido de un concepto que me ha transmitido una colega que afirma que el motor del trabajador social es transformar la realidad, aunque para ello muchas veces se deba incurrir en cierta desobediencia o diferencias respecto de los criterios de los responsables de decidir las asignaciones de recursos.
Creo que nuestra formación académica y las condiciones en las que desarrollamos nuestra práctica profesional nos dotan de una mirada que sería de gran utilidad en los espacios en donde se toman esas decisiones. Particularmente en mi caso esto me ha llevado a participar en un proyecto político, y desde el cual espero poder aportar, entre otras cuestiones, al hecho de que nuestro criterio sea tenido en cuenta al momento de asignar los recursos que componen el gasto social. Además, como un deseo personal, me gustaría que hubiera muchos más profesionales de trabajo social participando de estos espacios. De ese modo, seguramente aumentaría la posibilidad de que los recursos ya no se distribuyan con fines asistencialistas o clientelares, o por lo menos lo hagan en menor medida.
Considero a las y los trabajadores sociales como políticos en esencia, entendiendo por política aquellas herramientas que permitan ayudar a las personas a alcanzar los estándares de dignidad que garantizan los derechos, y no a satisfacer los designios de funcionarios que persiguen el objetivo de ser vistos como aquellos que consiguen u obsequian algo que, generalmente, sirve como paliativo de una necesidad de corto plazo y no mucho más que eso.