El escritor, periodista y ensayista George Orwell, nacido en Motihari (antiguo Raj Británico) el 25 de de junio de 1903 y fallecido en Londres el 21 de enero de 1950, es conocido por sus novelas Rebelión en la granja (Animal Farm, 1945) y su ya clásica y distópica 1984.
Orwell también escribió otros libros igualmente destacables como Los desplazados, también conocido como Sin blanca en París y Londres (1933) y Que no muera la aspidistra (1936), El camino de Wigan Pier (1937) y Homenaje a Cataluña (1938), este último, un testimonio de sus vivencias durante la Guerra Civil y la Revolución Libertaria Española.
Un rasgo característico en los libros de Orwell es la ironía y la agudeza de sus reflexiones, que aún mantienen vigencia. Es posible señalar que ese estilo es el que despertó la furia de sus detractores, entre ellos los tecno-burócratas stalinistas de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que tuvo en Boris Yeltsin su sepulturero, restaurando hasta la bandera zarista que hoy flamea en el Kremlin.
Tampoco se privaron de defenestrar a Orwell publicaciones como Selecciones del Readers Digest, vocero oficioso del Departamento de Estado norteamericano.
Lo que irrita de lo expuesto por Orwell es el ejercicio de una lucidez sin concesiones. “Lo característico de la vida actual no son la inseguridad y la crueldad, sino el desasosiego y la pobreza”, afirmó el escritor.
En efecto, la inseguridad padecida con las guerras, hambrunas y pestes y pandemias a través de los siglos se atenuó con el desarrollo técnico y científico, pero el proceso de alienación propio de las sociedades capitalistas no cesó al menos desde los siglos XVIII/XIX con la Revolución Industrial y las revoluciones burguesas de EE.UU., Inglaterra y Francia.
Orwell y Rosa Luxemburgo
“La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”, también afirmó Orwell, que aquí se emparenta con Rosa Luxemburgo, de cuyo asesinato a manos de esbirros de la socialdemocracia alemana encabezados por Nozke se cumplen noventa seis años.
Rosa Luxemburgo decía que la libertad para los miembros de un solo partido por numerosos que estos fueran no es la libertad. En estos sombríos tiempos de terrorismo global bélico y económico de las potencias imperiales, mercaderes y banqueros, estas palabras mantienen una notable vigencia. Acaso porque como expresaba Orwell en referencia a Lenin, Stalin y otros jerarcas, “no se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, sino que se hace una revolución para establecer una dictadura”.
Esto también vale para los procesos de reconversión neoliberal instaurados a sangre y fuego como en Chile (1973), Uruguay (1973), Argentina (1976), o en Inglaterra con Margaret Tatcher, en Estados Unidos con Ronald Reagan y la onda expansiva de los socialdemócratas europeos: Francois Miterrand (Francia), Felipe González (España) y luego Tony Blair (Inglaterra) y un largo etcétera.
En términos de Orwell, por una vía o por otra “el poder no es un medio, sino un fin” y como dice uno de los personajes de La granja de los animales: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
Pensamiento manipulado
En 1984 y en los ensayos publicados en el periódico The Observer, G. Orwell puso al desnudo la perversidad con que se ejerce el poder desde las estructuras estatales: “El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces y el homicidio respetable”.
En 1984, uno de los esbirros de la policía secreta afirmó: “El pensamiento corrompe el lenguaje y el lenguaje también puede corromper el pensamiento”.
La propaganda política llevada adelante por Goebbels y los nazis, el régimen de Stalin, el macartismo, los falsos argumentos esgrimidos para la invasión norteamericana a Irak y el llamado “eje del mal” de George W. Bush son algunos ejemplos palmarios.
También la incitación publicitaria al consumo paroxístico con el dinero plástico de las tarjetas de crédito “ilimitadas” y el fetichismo de la mercancía ya enunciado por Karl Marx en el capítulo I de El capital.
Las voces de los jerarcas busca siempre ganar voluntades y perpetuar lo que E. de la Boettie llamaba “servidumbre voluntaria”. En 1984, un esbirro de la policía secreta le lanzó al prisionero: “Si el líder dice de tal evento «esto no ocurrió», pues no ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, pues dos y dos son cinco”. Orwell apuntó: “Esta perspectiva me preocupa más que las bombas”. Y: “Para hacer cumplir las mentiras del presente es necesario borrar las verdades del pasado”. Por eso: “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”.
La resistencia
Winston Smith, protagonista de 1984, afirma: “Pueden forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer”.
Coincidimos con George Orwell cuando afirma que “si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.