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Reforma judicial, FMI y control de la pandemia, los frentes que necesita cerrar Alberto Fenández

¿Cómo darle continuidad a un proceso político que consolide los cimientos de un proyecto nacional y evite el retorno del neoliberalismo endeudador y prebendario?

Mauro Federico/ puenteaereodigital

 

Fue hace veinte años. Corría el año 2000. El escritor y periodista Miguel Bonasso presentaba su libro Diario de un clandestino, donde narra en primera persona sus vivencias durante el período que vivió oculto junto a su familia bajo identidades falsas en plena dictadura cívico-militar. La presentación se hizo en el Teatro Roma, de la ciudad de Avellaneda y el panel que lo acompañó en esa oportunidad fue un fiel retrato de la historia del peronismo. A ambos lados del autor, sentados frente a una multitud, estaban el legendario miembro de la JP setentista Juan Carlos Dante “Canca” Gullo; otra ex integrante de la organización Montoneros Nilda Garré, que venía de ser subsecretaria de Interior en la desdichada gestión presidencial de Fernando de la Rúa; y el por entonces gobernador de la provincia de Santa Cruz Néstor Kirchner.

Odio la autorreferencia en el periodismo pero, en este caso, es inevitable ya que Bonasso me pidió que condujera el acto, junto a la colega Nancy Pazos. Al finalizar, nos fuimos todos a cenar a un restaurante cercano. Éramos unos quince comensales y tuve la suerte de sentarme junto a Néstor. No había tenido oportunidad de conocerlo hasta esa noche y realmente me sorprendió gratamente por varias razones. En primer lugar, por su condición de fanático de nuestro inexplicablemente amado Racing Club del que hablamos durante buena parte de la velada. Pero también me ganó su condición de apasionado por la política y su convicción sobre lo que necesitaba el país tras la demoledora década menemista y el paso fugaz de la Alianza.

“Nosotros en Santa Cruz proyectamos un plan a veinte años para lograr la transformación que la provincia necesita; y en el país va a hacer falta algo similar, un proyecto de dos décadas para colocar a la Argentina en el lugar que se merece estar dentro del escenario mundial”, me dijo mientras nos terminábamos una de las tantas botellas de Malbec que sepultamos aquella inolvidable noche.

Una año y medio después, tras la crisis institucional de diciembre de 2001 y la llegada de Eduardo Duhalde al gobierno, encabecé la investigación de otro gran trabajo de Bonasso, titulado El Palacio y la Calle, donde se narran las alternativas que se vivieron antes, durante y después de aquellas aciagas jornadas en la que se sucedieron cinco presidentes en una semana. Como parte de mi trabajo para ese libro, entrevisté tanto a Néstor como a su esposa Cristina durante varias horas en su departamento de Recoleta. En una de esas charlas, Néstor me dijo una frase que jamás olvidé: “Se acerca el momento de poner en marcha el proyecto nacional y popular que necesitamos los argentinos y ese partido es largo, mínimo vamos a necesitar dos décadas para levantar a la Nación”, me dijo con la visión propia de un estadista.

Por entonces, los Kirchner mantenían contacto con un abogado peronista de La Paternal que había participado del gobierno de Carlos Menem y también había formado parte del staff de colaboradores que Duhalde había sumado a la gobernación bonaerense: Alberto Fernández. En rigor de verdad, Néstor lo conoció en 1996 por iniciativa de otro peronista porteño, Eduardo Valdés, quien le insistía en que se reuniera con el entonces gobernador de Santa Cruz que ya se había distanciado del menemismo por considerar que se había alejado de los principios justicialistas.

Este vínculo se profundizó cuando Duhalde comenzó a trabajar en una candidatura presidencial que sería derrotada por Fernando de la Rúa. Fernández integró el equipo de campaña del bonaerense y junto a Kirchner organizaron en octubre de 1998 lo que luego se conocería como el Grupo Calafate, una especie de proto kirchnerismo que promovería la llegada de Néstor a la presidencia. “Fue mi último jefe político y nadie me marcó en política como él. Sigo mucho sus enseñanzas y pude aprender mucho de su lógica”, dijo alguna vez Alberto.

A partir de allí, la relación entre Néstor, Cristina y Alberto se profundizó y se extendió en el tiempo. Eran un tridente imbatible. Tanto en la discusión política, como en la gestión, se entendían de memoria. Y entre los tres pergeñaron aquel plan a veinte años, imprescindible para transformar a la Argentina nuevamente en un país potencia.

Aquel diseño estratégico tuvo dos inconvenientes. El primero fue la ruptura del vínculo entre Alberto y Cristina. Ella no toleraba que él, por entonces, jefe de Gabinete de Néstor fuera tan negociador y condescendiente con aquellos sectores que, a su criterio, formaban parte de “los enemigos” a los que –fiel al apotegma peronista– no les correspondía “ni justicia”. El punto de quiebre fue la relación con el Grupo Clarín que ostentaba Alberto. “Magnetto nos quiere marcar la cancha y no lo podemos permitir”, vociferaba Cristina en las discusiones que los tres mantenían en Olivos. Pero Alberto insistía con que lo mejor era acordar y no confrontar. Allí comenzó a resquebrajarse el tridente.

Alguna anécdota de aquellos tiempos de controversia nos muestra a los protagonistas en su cabal dimensión. Cuenta la leyenda que Néstor quería acercar posiciones entre su esposa y su amigo. Y lo instaba para que hablara con ella. “Pero no me atiende el celular”, se quejaba Alberto. “Llamala del mío”, le proponía Néstor. Claro que cuando Cristina atendía y se percataba de la treta, interrumpía la comunicación abruptamente, ante la carcajada de su esposo.

El otro gran escollo, definitivo e insalvable, para la continuidad de aquella fórmula tripartita, fue la muerte de Néstor, tras la cual las diferencias entre Alberto y Cristina se profundizaron. Fue tiempo de migrar hacia el llano y acercarse a Sergio Massa a quién acompañó durante su intento por ser el líder de “la ancha avenida del medio”. La ruptura con Massa no implicó un quiebre en la relación con el hombre fuerte del Frente Renovador.

Ya sin Néstor como el gran articulador de las diferencias, sobrevinieron años difíciles, en los que la grieta se fue ensanchando más y más. Hasta que llegó el macrismo. Y el proyecto a veinte años se truncó a los doce.

Otra oportunidad

La anticipación política es una herramienta para la toma de decisiones basada en una comprensión racional del futuro. Se distingue de los métodos clásicos de la prospectiva o de otro tipo de predicciones en que no busca prever el futuro mediante la prolongación de las tendencias existentes, sino mediante la comprensión del futuro, la correcta evaluación de las fuerzas de los distintos actores que influyen sobre él y la identificación de los puntos de ruptura en las tendencias. Además lo hace de manera sistemática, es decir teniendo en cuenta las perspectivas políticas, económicas, sociales, financieras y culturales.

Si hay algo que Cristina aprendió de su esposo es el arte de la anticipación y la necesidad imperiosa de proyectar estratégicamente con un ojo puesto en el presente y el otro mirando el escenario por venir. “Predecir la política no es tarea fácil, más aun cuando la mayoría de los países vive hoy bajo un sistema que institucionaliza la incertidumbre con crecientes dosis de imprevisibilidad”, sostuvo Julia Pomares directora ejecutiva de CIPPEC. “El análisis prospectivo parte de identificar qué elementos ya sabemos del futuro (no tenemos pruebas pero tampoco dudas) para concentrarnos en aquellos elementos que son más inciertos”, agregó la cientista política.

En la elección de medio término durante la gestión de Mauricio Macri, la ex presidenta armó su propia estructura para enfrentar al oficialismo, prescindiendo del sello pejotista. Durante ese proceso, Fernández sorprendió al acercarse a Florencio Randazzo, quien buscaba convertirse en un referente del peronismo no kirchnerista. No es casual que Cambiemos obtuvo en aquel comicio 41,38%, la Unidad Ciudadana de CFK 37,25% y el frente encabezado por Randazzo 5,31%, exactamente la diferencia con la que Cristina le hubiera ganado a la fórmula oficialista para el Senado.

Aquella elección, en la que Cristina fue derrotada en la provincia de Buenos Aires por la dupla de Esteban Bullrich y Gladys González, significó el primer paso para la reconstrucción de la tan necesaria unidad.

“Habían pasado unos dos meses de aquella elección, estábamos en vísperas de Navidad, cuando lo invité a Alberto a almorzar en un restaurante que solíamos frecuentar. Para variar, llegó tarde, mientras yo lo esperaba devorándome la panera y recuerdo que llegó hasta la mesa con una sonrisa exultante. Anoche hablé con Cristina, quiere que nos reunamos, me dijo con la felicidad de quien está a punto de reencontrarse con una vieja amiga. Ese fue el puntapié inicial del Frente de Todos”, relató a #PuenteAereo Raúl Timerman.

El resto de la historia es más conocida. Tras el reencuentro, Cristina fue preparando a su viejo amigo para los pasos siguientes. Y juntos diseñaron la forma de derrotar al neoliberalismo, hecho concretado en diciembre pasado. Pero esa planificación no fue solamente electoral. Contempla una estrategia cuya matriz tiene similitudes con aquella implementada en 2003. Pensar un país a veinte años, como mínimo.

Para ello se hace imprescindible avanzar en el programa de gobierno, sorteando las enormes dificultades que interpuso la pandemia de coronavirus. Los primeros pasos de esa agenda para el día después de haber domado a este enemigo invisible llamado COVID-19 se dieron esta semana, con el auspicioso cierre de la negociación con los bonistas externos y el envío al Congreso del proyecto de reforma judicial.

Si Alberto Fernández logra sortear los obstáculos que le interponen la pandemia, el Fondo Monetario Internacional y una oposición cada día más obtusa, habrá consolidado un primer año de gestión que le permitirá pensar, tal como lo hacía su amigo Néstor, en el proyecto

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