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Relato de una tragedia posible

Por Miguel Passarini.- El director Ricardo Arias habla de “Las hijas del rey Lear”, obra teatral en la que actúan David Edery, Vilma Echeverría, Silvia Ferrari, Elena Guillén y Claudia Schujman, que a mediados de julio integrará la programación del Festival de Teatro de Rafaela.


A fines de 2011, el creador teatral local Ricardo Arias estrenaba su versión de una obra que, para muchos entendidos, es irrepresentable, por lo imbricado de los vínculos que plantea, por la trama que desanda en una primera lectura y por la infinidad de subtramas que se tejen a la luz de aquello que el mundo contemporáneo entiende como tragedia. En El rey Lear, obra de su segunda etapa, William Shakespeare condensó el dolor por la traición frente a la ingratitud de los hijos, la singularidades ante la inminente pérdida del padre y, también, la congoja por la decrepitud y la proximidad de la muerte, previo paso por las tinieblas de la locura (ver aparte).

Arias, director que ha demostrado con los años no temerle a los grandes desafíos, ha hecho de su interés por Shakespeare un camino a recorrer en el que se apoyó en la intuición y en el trabajo de los grandes actores que los acompañan.

“Shakespeare nos interpela, nos pone a prueba, nos confronta con nuestras capacidades, nuestra soberbia y nuestras creencias”, sostiene Arias a modo de presentación de su trabajo.

Las hijas del rey Lear, obra más que recomendable que los domingos, a las 20, se puede ver en el nuevo Espacio Bravo (Salta 1857), es, claramente, una versión del clásico en el más radical sentido de la palabra, en la que deslumbra un envidiable plantel de actores encabezado por el enorme David Edery, a quien secundan Vilma Echeverría, Silvia Ferrari, Elena Guillén y Claudia Schujman.

La obra, seleccionada en la última Fiesta Provincial de Teatro para participar del Regional que tendrá lugar próximamente en Córdoba, también fue invitada a integrar la prestigiosa programación de la 9ª edición del Festival de Teatro Rafaela, el más importante en su tipo en el país, que tendrá lugar entre el 16 y el 21 de julio en esa ciudad del oeste santafesino.

“El criterio a la hora de versionar el clásico estuvo ligado a pensar y reflexionar acerca de la relación filial, la de estas tres hijas con su padre, sacando de la trama de El rey Lear, de Shakespeare, solamente un hilo, casi un hilacha, y así poner el foco sobre eso, sobre una problemática en particular, dada la enorme complejidad de la obra”, explicó Ricardo Arias, quien agregó: “En realidad, en el texto original, la relación de Lear con las hijas, en la totalidad del desarrollo, es algo muy escueto, pero la idea fue partir de allí para potenciar y desarrollar esos vínculos, acercándolos a nosotros, dado que yo no entiendo otra forma de hacer teatro y sobre todo, de revisitar un clásico semejante. Creo que sólo así se puede hacer hoy Shakespeare, de otro modo no tendría sentido”.

El creador, quien además lleva adelante, desde hace algunos años, un espacio de experimentación en el CEC, habló de la complejidad del texto y de cómo ingresar en un material tan profuso y plagado de posibles “puertas”. “Lo complejo está en producir una obra en el marco de una posible o supuesta originalidad en relación con mantener ciertos postulados que parten del propio Shakespeare. Entiendo que hoy, al intentar ser respetuoso a la hora de versionar Shakespeare, apenas si podríamos leerlo. La cantidad de personajes, el espacio y esa supuesta posibilidad de llevarlo a escena de un modo «respetuoso», derivaría claramente en algo imposible de concretar. Frente a eso, no nos queda otra cosa más que intentar releerlo y, al mismo tiempo, fragmentarlo, parcializarlo. Y creo que esa es un poco la propuesta de esta versión”.

Precisamente, respecto de la versión, el actor y director, integrante del grupo Punto 0 Teatro, docente, y uno de los nombres más relevantes del teatro rosarino, ahondó: “En este caso, he intentado seguir una línea de trabajo frente a la obra de Shakespeare que, además, espero poder seguir abordando con otras obras, y que tiene que ver con pensar esas problemáticas en un contexto más accesible sin perder profundidad, pero acercando el material al presente, y sobre todo, trabajando con actores como los que están involucrados en este proyecto, gente de un enorme talento a la que respeto profesionalmente, pero a la que además quiero mucho. En el caso de David Edery, un actor enorme, era como una deuda porque nunca había podido trabajar en teatro con él, y además fue uno de mis maestros en el primer año de la Escuela de Teatro. Y lo mismo me pasa con las cuatro actrices, son personas con las que nos conocemos desde hace muchos años, tanto dentro como fuera del trabajo artístico; eso nos da un plus en la relación que me permite a mi como director abordar algunas cuestiones que, quizás, con otros actores requerirían de algo más complejo, por esta necesidad de estar siempre dando un salto de calidad en el trabajo que hacemos”.

Arias, que en su vasta trayectoria a revisitado otros clásicos de Shakespeare como Macbeth y Ricardo III, habló también de su singular manera de entender el teatro y la actuación, y cuánto de la realidad de esos mismos actores se filtra en la irrupción de la impronta de los personajes: “Yo parto de un posicionamiento en el que creo que es imposible no involucrarse con los textos desde el punto de vista del abordaje, intentando infructuosamente que eso que estás haciendo, en algún punto, no hable de vos. Tanto para los actores como para quien dirige, y haga lo que haga para evitarlo, siempre, en lo que hacemos, estamos”. Y completó: “Nos espejamos en el trabajo que hacemos; aquí hay cosas que nos permiten llegar a un factible público, como la problemática de la vejez, los padres ya grandes y la movilidad generacional, es decir ese momento en el que dejamos de ser jóvenes y pasamos a ser adultos. También, prevalece esta idea de que, cuando hay resquemores y situaciones conflictivas con los integrantes de la familia, en lo que decimos, siempre está oculta otra cosa, nunca decimos lo que realmente pensamos de un modo directo y, de todos modos, siempre se generan conflictos, violencia, dolor, y cuando todo eso es llevado a la acción, irremediablemente, se desencadena lo trágico”.

Palabras feroces que azotan como una tormenta

Ni la vida ni la muerte; es ese momento único e inevitable en el que los vínculos se desarticulan, se desarman, se descarnan y se vuelven irremediablemente dolorosos y egoístas. Con ese recurso en un plano que trasluce otros como el desamor, el fatalismo, la pérdida y una extraña derivación del deseo, tal como lo hizo antes con su adaptación de Ricardo III, Ricardo Arias deconstruye El rey Lear, de William Shakespeare, para reconstruir una mirada a ese clásico, para muchos irrepresentable, siguiendo la lógica de Jan Kott, quien sostuvo que en el Bardo, cada uno encuentra “lo que busca o lo quiere ver”.

Es, precisamente, en esa imposibilidad en la que Arias se monta para abofetear al público con una mirada irónica y por momentos cruel (quizás más que en el original por la proximidad en la que planta a sus personajes) de lo que representa la herencia, de lo que deja la sangre, de lo que acontece cuando el progenitor, padre y porque no rey, está a punto de partir y reparte sus bienes y, también, sus complejidades.

Una gran cama como totem, trono, espacio de juego, sexo y muerte, preside el espacio escénico. Según el plano, será esa cama, la cama del rey, la que aglutinará situaciones a lo largo de la puesta.

Están allí las hijas y un cuarto personaje, una especie de asistente-institutris-amante que toma para sí elementos, palabras y presencias de otros que aparecen en el original. Es la enorme Vilma Echeverria quien se presta a semejante desafío para pararse con entereza frente al no menos enorme David Edery cuya composición es, lejos de los elogios gratuitos, de una dimensión infrecuente e inapelable para el teatro local, con dos monólogos que conspiran a favor de la consternación que provoca su ineludible presencia escénica.

Si bien las hijas, Goneril, Regan y Cordelia (Silvia Ferrari, Elena Guillén y Claudia Schujman, respectivamente), cada una a su tiempo, desanda sus infortunios y miserias con igual intensidad es, una vez más, Claudia Schujman quien con su Cordelia alcanza los momentos de mayor profundidad dramática y los de mayor hondura trágica: es la que no miente y es la que, sola y loca, lo pierde todo.

¿Es la herencia el disparador de la tragedia? ¿Son la riqueza y el poder los que desnaturalizan los vínculos entre padres e hijos? ¿Es la decrepitud el espejo más atroz de la pérdida de poder?

Todos estos interrogantes se vuelven revelaciones en esta versión de El rey Lear que, como la tormenta que azota afuera del palacio, mastica y escupe frente al público todo aquello que no se quiere ver ni escuchar.

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