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«Renfield: Asistente de vampiro», un moderno giro de humor negro al temible y legendario Drácula

El ganador del Oscar Nicolas Cage y el ascendente Nicholas Hoult encarnan al famoso conde y a su sumiso ayudante, respectivamente, en la nueva película de Chris McKay que se conoció este jueves, con una ingeniosa y contemporánea vuelta de tuerca acerca de la historia del Príncipe de las Tinieblas
Victoria Ojam, Télam
El ganador del Oscar Nicolas Cage y el ascendente Nicholas Hoult encarnan al famoso Drácula y a su sumiso ayudante en Renfield: Asistente de vampiro, nueva cinta dirigida por Chris McKay que se conoció este jueves en las salas de cine del país (incluidas las de Rosario), con una ingeniosa y contemporánea vuelta de tuerca repleta de humor negro y hasta algunas dosis de acción para retomar la historia del emblemático Príncipe de las Tinieblas.

Guionada por Ryan Ridley en base a una historia de Robert Kirkman, la mente detrás de los cómics The Walking Dead e Invincible, el film funciona como secuela directa de la precursora Drácula de 1931 que, con la interpretación de Béla Lugosi, dio nacimiento al terror como un género en sí mismo en el lenguaje cinematográfico, reconocible dominio de los estudios Universal durante la década del 30.

Todo pasa en es esa misma casa, que ahora decidió rescatar aquel hito de su catálogo a poco más de 90 años de su lanzamiento, aunque con una continuación en clave actual que sirve además como posible epílogo de la narrativa escrita por Bram Stoker, esta vez centrada en Robert Renfield (Hoult), el abogado devenido en asistente del Conde que sobrevive al paso del tiempo fielmente luego de transformarse en «familiar» del monstruo y a base de la ingesta de insectos, de los que extrae una súper poderosa fuerza vital.

Tras un siglo capturando víctimas para saciar de sangre a su amo, Renfield es el único que le permite sostener el repetitivo ciclo de obtención de poder y vitalidad, persecución y destrucción en manos de enviados de la Iglesia Católica y cazavampiros y la subsiguiente regeneración que requiere para seguir adelante con sus ambiciosos planes de dominación mundial.

Sin embargo, la dinámica de mudanzas perpetuas y búsqueda de lugares para ocultarse de la luz solar y la sociedad no es lo único que comienza a resquebrajar la unión entre jefe y asistente establecida entre ambos: recién instalados en Nueva Orleans, Renfield espera hallar en un grupo de ayuda para personas codependientes y sometidas a relaciones abusivas a las próximas fuentes del elixir que Drácula precisa para retornar del estado putrefacto y débil en el que quedó tras su última huida.

Las experiencias que escucha en el grupo y un no tan fortuito encuentro con la traumatizada pero justiciera Rebecca Quincy (Awkwafina), una oficial de la Policía desesperada por arrestar a los miembros de la mafia que asesinaron a su padre, le demuestran al protagonista que existe una realidad por fuera de la vida de servidumbre y malos tratos que soporta sin cuestionamientos y bajo amenaza.

Asumiendo que se trata de un vínculo tóxico con su jefe y que él es suficiente por sí mismo, un tópico muy presente en el discurso social y fácilmente identificable por el público moderno, Renfield decide alejarse de sus aparentes obligaciones y reconstruirse, alquilándose un modesto departamentito, cambiando de atuendos y forjando nuevas amistades desde la noción del bien hacia el otro y el cariño, aunque pronto sus esperanzas serán puestas en jaque al suscitar la temible reacción del rencoroso y megalómano Drácula.

Con un correcto elenco que se completa con la participación de Ben Schwartz, Shohreh Aghdashloo, Brandon Scott y Camille Chen, entre otros, el cuarto largometraje en la carrera de McKay, que viene de realizar LEGO Batman: La película (2017) y La guerra del mañana (2021), conquista cuando exagera en el terreno del horror, con grotescas secuencias de tripas y sangre volando por los aires, más que por las subtramas cercanas a lo sensible y emotivo que, aunque algo disonantes, balancean un acercamiento al género que también pide respiro en su retrato humorístico de la violencia.

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«Hay que volver a la novela original para entender cómo empezó Renfield como persona y como personaje, la película de 1931 es brillante y la interpretación de Dwight (Frye) es icónica, así que le robé algunas cosas, como su risa, que me encanta y es una parte muy característica suya», explicó Hoult, uno de los intérpretes más prometedores del rubro a sus 33 años, con una fama catapultada en 2002 gracias a un memorable paso como niño actor en Un gran chico, film al que le siguieron papeles en Mad Max: Furia en el camino (2015), La Favorita (2018) y en la ácida serie The Great.

En esa línea, Hoult, en declaraciones a las que accedió la agencia de noticias Télam, agregó que «a la vez, todo esto también ocurre cien años después de esa cinta, así que permite pensar cómo se desarrollaron estos personajes lo largo de ese tiempo, dos que están juntos y se quieren pero también se atormentan entre sí, y hay mucho dolor en Drácula por lo que Renfield hace intentando escapar de él; por eso creo que también hay muchos elementos emocionales dentro de la historia».

Cage, su genial contraparte en la producción, que desde los últimos años goza de un merecido reencuentro con las audiencias globales luego de un incongruente período del que salió con aplaudidos roles en Mandy (2018), Pig (2021) y El peso del talento (2022), comentó por su lado que su particular versión del Conde le sirvió como «reafirmación de que se puede transmitir mucho sólo con la voz y los ojos, incluso estando debajo de diez kilos de maquillaje».

Además, sobre el papel, contó que si bien su Drácula favorito «siempre fue el de Christopher Lee» (en el film de 1958 dirigido por Terence Fisher), su propio padre «fue la influencia más grande» para darle vida en Renfield. «Tiene un acento del noreste de Estados Unidos, y yo no quería ponerle un acento tonto de Transilvania al rol, así que pensé que a través de él podía canalizarlo mejor», añadió.

En tanto, señaló que «durante el rodaje, tenía en la cabeza El hombre lobo americano (1981, de John Landis), que era el tono que Chris McKay y yo queríamos conseguir, porque esta pieza en particular es una fantasía no apta para todo público pero también graciosísima».

«Es un balance que hay que encontrar, y por suerte tuve a alguien al lado como Nicholas (Hoult), que es alguien con mucho ingenio y timing para la comedia, así que pudimos improvisar entre nosotros con esa idea en mente. Creo que se trataba más de dar con el tono y el punto de contacto preciso entre la comedia y el horror, que es un terreno que no creo que haya sido explorando tanto», finalizó el actor.

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