Search

Repetir la historia

Norma López*

En  el relato “Esa mujer” de Rodolfo Walsh, un sombrío coronel, que fue quien se supone sacó el cuerpo de Eva del país para enterrarlo –después se sabría− en el cementerio Maggiore de Milán, le ruega al alter ego del escritor, periodista también en el cuento, que la historia lo redima, que lo signe como el hombre que cuidó el “cuerpo de la diosa”, así le dice, y que quizá esa historia la pueda escribir él, el mismo periodista que exactamente diez años después fraguaría otra historia, la suya, una de las más valientes y malogradas vidas de aquellos años, que se apagó denunciando las atrocidades de la dictadura en una carta que hasta el día de hoy sigue llegando a los buzones de la memoria.

El coronel, cercado por sus miedos y sus culpas, sabe que es la historia la que juzga, y que como todo juicio es arbitrario y casual, y que siempre está en manos de quien tiene el poder de escribir la sentencia. El coronel no sabe del 24 de marzo aún, no sabe que la pluma pasaría de manos ese día. Tampoco sabe que siempre hay otra historia, un verso que también lleva su nombre, su nombre inmortal e imperecedero.

Los que hoy reeditan ese odio que intentó cancelarla, que pintó loas al cáncer, que escondió, ultrajó y temió a un cuerpo sin hálito, saben también –acaso por tradición, por repetir los mismos conjuros−, que si algo sirve para socavar mitos, es reescribir la historia, negarla en la neblina que van dejando los años y las mentiras. “Setenta años de peronismo” suena irrebatible, quizá el engaño más efectivo y más audaz, tratándose a la vez de una falacia igual de fantástica y enorme. Quienes desde el privilegio supieron llamarnos ignorantes, hoy nos quieren combatir desde la ignorancia. Lo que nunca les faltó es brutalidad.

Entonces se abren algunos caminos a la hora de conmemorarla. Los de siempre, juntarnos los que heredamos su amor, los que decidimos para nuestras vidas honrar la de ella luchando por un país más justo; juntarnos y recordarla, y gritar nuestra lealtad a su pensamiento, a su legado. Lealtad es la palabra –y cierto modo de ver, de sentir este país− que ella nos enseñó. Juntarnos a extrañar esos años, aunque no los hayamos vivido, es lo que solemos hacer. Extrañar también su voz, aunque solo la conozcamos de las grabaciones temblorosas de la radiofonía.

Otro camino, el que hoy creo, humilde y honradamente, necesario, es el de oponer a ese falseamiento siniestro de la historia, nuestra propia historia. La de ella. La que dio origen no sólo al amor más grande, más perdurable y más firme, sino también a una esperanza que logramos repetir, a veces, cuando los planetas se alinean, cuando no nos matan y torturan, cuando no nos proscriben y nos dejan por fin desplegar esa fuerza transformadora que nos hizo grandes, y que sobre todo nos hizo iguales.

Que nos dio trabajo, derechos, libertad y orgullo. Esa historia hay que volver a contarla. Hay que lograr, una vez más, que “repetir la historia” no sea esa frase pesimista que ha perpetuado la derecha en este país, sino que sea una frase de esperanza que remita a esos años en los que fuimos indómitamente felices.

Hay un contexto en el que nació Evita. No su ser, su forma humana –eso fue, todos sabemos, en Los toldos, en una casa matriarcal−, sino la leyenda. Veníamos de la Década Infame, un período que parece estar fuera del escáner del “nuevo revisionismo político” de la derecha. A las consecuencias de la crisis del 30, (José Evaristo) Uriburu, “gentleman” alabado por la oligarquía nacional, sumó salarios de miseria y altos índices de desocupación. Para no perder las cucardas de granero del mundo, el régimen firmó el vergonzante pacto Roca–Runciman, por el cual se comprometía a gastar las ganancias de sus exportaciones en la compra de productos británicos; no reducir la tarifa de los ferrocarriles, mantener libre de impuestos de aduana a algunos productos como el carbón inglés y proporcionar un trato “benévolo” a las compañías y frigoríficos de la Albión. Un golpe de muerte para la soberanía nacional.

Hasta la década del 40 el país transitó uno de los periodos de mayor retroceso social y económico. Nacieron las villas de emergencia, irrumpió la pobreza como nunca antes y la oligarquía terrateniente acrecentó sus riquezas. Una bolsa que llevaba un estibador en el puerto, valía la mitad de su quincena. El régimen se sostenía, claro está, con el fraude electoral.

Evita, su sonrisa, sus palabras, estarán por siempre, irán sobreviviendo en la memoria

En ese caldo de miseria, alguien le habló a las masas de otra manera. Alguien les dio algo más que esperanza. Les dio a Evita.

La Fundación Eva Perón distribuyó libros, alimentos, ropa, máquinas de coser y juguetes para los pobres. Construyó hospitales, escuelas, campos deportivos, hogares de ancianos, hogares para madres solteras, para jóvenes que llegaban desde el interior del país a Buenos Aires, para continuar sus estudios. Brindó asistencia también a otros países que atravesaban hambrunas o crisis sociales, como Croacia, Egipto, España, Francia, Israel, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Honduras, Japón y Chile.

Desde 1948 hasta el 1955 construyó 21 hospitales en 11 provincias −más de 22 mil camas−, y un tren sanitario que recorría el país. Cinco policlínicos en localidades bonaerenses y el Policlínico para Niños Presidente Perón, en la provincia de Catamarca. También proveedurías con artículos de consumo básico a bajos precios. Varios hogares de tránsito para mujeres y niños sin techo, para adultos mayores que eran asistidos, tenían un techo, comida y vestimenta. Ciudades universitarias e infantiles, Colonias de Vacaciones y más de mil escuelas en todo el país: la Ciudad Estudiantil en Capital y la Ciudad Universitaria de Córdoba; la “Ciudad Infantil Amada Allen”, destinada a niños huérfanos y la República de los Niños en La Plata.

Barrios enteros con todos sus servicios, en todo el país. El Plan Agrario “Talleres Rodantes”, vagones que recorrían los campos dando auxilio mecánico a los productores, y el programa “Trabajo Rural Organizado”, otorgando créditos a pequeños propietarios de tierras.

Durante esos años 13.402 mujeres consiguieron empleo gracias a la Fundación; 8.726 chicos fueron internados para su cuidado en colegios o instituciones; 25.320 vacantes tenían los Hogares Escuela, entre los ya construidos y en construcción, distribuidos a su vez en 16 provincias.

Más de 20.148 familias sin trabajo en la ciudad, fueron reinsertadas en sus provincias de origen con trabajo y vivienda entre 1948 y 1950. La Fundación Eva Perón tuvo más de 11 mil empleados.

Más de 120 mil niños participaron del tercer certamen de los Campeonatos Infantiles “Evita” y los juveniles “Juan D. Perón”, organizados desde 1949 en forma anual. Entonces se realizaba un amplio control sanitario a nivel nacional, realizado por el Departamento Médico de la Fundación Eva Perón a cada uno de los participantes.

¿Eso es un relato? ¿Se podría arrancar de la memoria de un pueblo la posibilidad de ser felices, de volver a creer? ¿Se puede borrar la historia repitiendo infamias diariamente, hacer desaparecer, como por arte de magia, el destino de millones de mujeres y hombres que creyeron y vivieron en la piel una época de igualdad y esperanza?

Evita, su sonrisa, sus palabras, estarán por siempre, irán sobreviviendo en la memoria, la que iremos construyendo a pesar del tiempo y del olvido. Pero su legado, la llama de su pensamiento, lo que forjó este movimiento que desafió poderes y épocas, reside en que nosotros, los que llevamos su nombre, repitamos esa historia en donde era posible un país solidario y con justicia social. Hoy, en tiempos aciagos, donde nos contamos las costillas entre nosotros mientras las hienas se relamen, es urgente y necesario que lo hagamos posible.

*Vicepresidenta del Partido Justicialista de Santa Fe

 

10
toto togel
linitoto
dongjitu
slot depo 10k
cantoto
cantoto
cantoto
slot depo 10k
slot depo 10k
togeldong
cantoto