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Réquiem para un héroe trágico

El actor rosarino Pablo Razuk le pone el cuerpo al cura Carlos Mugica en “Padre Carlos, el rey pescador”, que el sábado pasó por La Comedia.

La emoción no es un recurso, la emoción es una instancia que se transita. La emoción, cuando apela a la memoria, se convierte en un camino, en una posibilidad, en un destino, pero nunca es una estrategia. Así, convencido de las palabras dichas y decidido a hacerlas propias con ese destino trazado, ese que le es tan propio al héroe trágico, el actor rosarino radicado hace dos décadas en Buenos Aires, Pablo Razuk, le pone el cuerpo al cura Carlos Mugica en Padre Carlos, el rey pescador, obra teatral que el sábado último regresó a la ciudad, esta vez a La Comedia, luego de su paso por Europa y de una gira nacional.
Hay una emboscada. Sucede que Mugica es un cura que “molesta” a la Triple A. Es el 11 de mayo de 1974 y la acción se traslada a la iglesia San Francisco Solano de Villa Luro, escenario de la tragedia, donde está dando una misa. Así es el comienzo: en medio de una andanada de disparos que truncaron la vida de Mugica a los 43 años. De hecho, se escuchan los disparos y la escena se repite una y otra vez, pero Mugica no muere, esta vez elige quedarse por un tiempo entre sus fieles para decir su verdad, desandarla, convencido de que el rol de la Iglesia está cerca de los pobres y de los más necesitados; y sobre todo, claramente persuadido de que, ante todo, es un hombre lleno de dudas e interrogantes, que piensa y siente como tal.
Con tintes de evocación poética, valiéndose por encima de todo del cuerpo y la palabra y de equilibradas dosis de música y canto en vivo en el marco de una puesta despojada y con un escenario casi a plena luz, Padre Carlos, el rey pescador es un espectáculo que acerca al público la figura singularísima de un hombre imprescindible (hoy más que nunca) de la historia reciente, de la mano de un equipo que abrevó en la fundamental escritura de Cristina Escofet, y bajo la dirección atenta de José María Paolantonio.
Si bien el espectáculo busca crear un ámbito común entre el espacio escénico y el público, es Razuk, con su descomunal entrega y seguridad escénica, quien logra que el relato tome cuerpo, se materialice y finalmente recorra cada rincón de la platea casi como un estallido. Es así como Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, nacido en el seno de una familia adinerada, se convierte en el Padre Carlos, una especie de “cura punk” cuya opción por el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, su vinculación con el peronismo, y su infrecuente postura frente a lo arbitrario y contradictorio de los poderes fácticos, lo llevaron a la muerte a manos de Rodolfo Eduardo Almirón, uno de los matones de la Triple A, comandaba por José López Rega.
En ciernes, el espectáculo es un viaje por los laberintos de la memoria. “Yo era grande de chico”, dice el cura, que entre hallazgos y revelaciones parece conocer exactamente el final de una historia marcada por interrogantes que lo atormentaron, como por ejemplo saber dónde está Dios, su lucha interna entre la virilidad y el celibato, su pasión por el fútbol y su inevitable deslumbramiento por Perón luego de superar prejuicios y de vivir de cerca la Revolución “Libertadora” del 55.
Por un lado, uno de los mayores capitales que ofrece el trabajo es la bella y profunda escritura de Escofet, reconocida dramaturga y escritora que ensaya aquí un texto que no reniega de la simpleza pero que se apega a la poesía con sabiduría y mucha magia, aunque es el trabajo de Razuk, todo el tiempo en primer plano, el que permite ver a uno de los más talentosos actores que ha dado la ciudad, en su plenitud.
Pero por sobre todas las cosas, el montaje es, por estos días, una especie de paráfrasis, de anunciación de visión obligatoria acerca de cómo la fe y la confianza siempre pueden más, de porqué el revisionismo histórico es un ejercicio obligatorio para los pueblos que no quieran repetir su peores errores, y que los seres humanos son siempre seres políticos (por acción u omisión) que sólo pueden dialogar desde sus complejidades, dejando en claro que, como dice Mugica en un momento del relato, “el que no es idealista, es un cadáver viviente”.
El montaje, estrenado en 2014 con motivo de cumplirse 40 años del asesinato de Carlos Mugica, adquiere ahora otra impronta: claramente, el nuevo paradigma de país puesto en marcha a partir del 10 de diciembre último vuelve a desafiar las palabras de este cura tan humano, y al mismo tiempo, vuelve a poner en primer plano las instancias de un teatro eminentemente político que, por suerte, no pierde su rigurosidad poética sino que por el contrario se permite volar bien alto.

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