El “Requiem en Re menor K.626” de Mozart suena a todo volumen y con sus coros lacrimosos en latín anuncia la presencia de la muerte. Cruces que emulan coronas de flores de los velorios, remeras con inscripciones gore y agite para levantar la expectativa por la salida a escena de Dillom, el pibe que le hace RCP a la escena under de la música nacional.
Lo que viene después es “Post Mortem”: la voz en off de Mario Pergolini trajo al escenario a “Demian”, un relato que es la apertura del disco y una clara referencia a la novela de Hermann Hesse, en una contracara tétrica y sangrienta. El público, que conoce el fúnebre ritual, comienza a saltar segundos antes de que empiece la canción que da título al disco y a la gira que el viernes ´por la noche pasó por el Hipódromo de Rosario.
Antes muerto que policía de la Federal
Al furor que provocó “Pelotuda” siguió el coro a gritos que acompañó el tema de Intoxicados “Una vela”, viejo himno de crítica social contra la violencia policial que este año cumple un par de décadas pero que, claramente, no pierde vigencia. Un guiño al Pity Álvarez para conectar a dos generaciones que comparten una mirada ácida sobre la realidad y cuentan el lado oscuro de ser pibxs en las calles de las grandes ciudades.
El riff metálico de la guitarra trae a los oídos el “Preludio obsesivo” de Walter Giardino, y le abre paso a “1312”, otro capítulo de la historia oscura de lxs pibxs, pero esta vez a nivel global. Este tema, que Dillom compartió con Pussy Riots, la banda anarcopunk feminista rusa, repone en números las letras de la sigla que se forma a partir de la frase “All cops are bastards”. A esta altura, está claro que lo que está pasando en la otra punta de la ciudad en el escenario del Metropolitano (por el show de Duki) no tiene absolutamente nada que ver con lo que pasa en el Hipódromo, aunque muchxs quieran poner toda la música de esta generación en la misma bolsa que la industria rotuló como trap.
“Ola de suicidios”, el último sencillo lanzado este año, fue bailado y aplaudido como si ya fuera un clásico. La música que exorciza el miedo a la muerte sonaba precisa arriba del escenario y la danza no podía ser otra que el pogo.
Pero este baile es algo que el público tenía planeado de antemano: en los comentarios debajo de la gráfica de Instagram que anunciaba el concierto para Rosario se leía: “El pogo está asegurado”.
Un personaje encapuchado hace las segundas voces arriba del escenario, las balaclavas verdes fluorescentes y las remeras a modo de pasamontañas en el público dejaban en claro que entre ellxs estaban hablando una misma lengua, una que comparten con Cactus Jack. Mezcladas entre las cabezas cubiertas, se izaban banderas con íconos de bandas de rock argentinas de hace veinte años. “Siempre hay una de Los Piojos dando vueltas” señaló Dillom.
Todos estos elementos conjugados conforman un lenguaje estético, un rito nuevo que parece estar gestándose en la contracultura de la música urbana de este mundo post: post rock, post metal, post pospunk, post rap, post mortem.
Conectadxs a 220
En este universo trash también hay lugar para la ternura. Porque quien despotrica contra la crueldad y la injusticia del mundo, necesariamente esconde del otro lado de la ira una cara sensible que se ve tocada por el amor y el deseo. Y en sintonía con eso, el mismo público que baila descargando la angustia de estar viviendo en ciudades violentas y en una época oscura también es capaz de hacer corazones con sus dedos cuando suenan temas como “Bicicleta” o iluminar la noche con los flashes de sus celulares cuando suena “220”, una balada que entrama la dulzura del sentimiento amoroso con todo el slang del trap.
De este ritual también participaron invitados: Carrey en el tema “Órganiko”, Andy en “Side”, y la presencia de Fermín y Luis en los temas “La Primera” y “Sauce”. Esta última canción provocó bailes más relajados por la base corte disco punk y un poquito de rocanrolito más tradicional se destapó cuando sonó “Rocketpowers”.
El concierto, que fue una hora de pura adrenalina, cerró en el bis con “Amigos nuevos”, una canción que funciona a modo de síntesis de toda la montaña rusa planteada para el concierto. Dillom, arriba del escenario, es energía y carisma, es ternura y agite, es un imán nasty que atrae irresistiblemente. Mientras suena Ramones por los parlantes a modo de despedida del público, muchos se van pensando que para quienes están atentxs, queda claro que el muchacho está cantando algo bien distinto a la loa del dinero, el exitismo y la superficialidad que se reproduce al infinito en las redes.