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Resistir en escena hasta que muera la última luz

El domingo por la noche pasó por el teatro La Manzana la elogiada puesta santafesina “Con el agua al cuello”, con las actuaciones de los enormes Jorge Ricci y Juan Carlos Gallego, bajo la dirección del cordobés Luciano Delprato

Todo indica que llegó la hora de “barrer” (aunque en escena parezca un sacrilegio, porque trae «mala suerte») los despojos de la memoria que quedaron perdidos entre los rincones de un viejo escenario donde El Gordo, que se batirá a duelo con un puñado de los personajes que lleva tatuados en el cuerpo, se apresta a regalar una última función.

El mundo del teatro y sus contradicciones se desnudan y repliegan con nostalgia y ternura a través de la memoria presente de un actor en su recta final que, confuso, repasa su derrotero, mientras un asistente de sala, El Nene, se multiplica en un puñado de alter egos de otros tiempos casi como una “excusa” para darle letra, en un juego cimentado en las contradicciones que ese antagonista ha urdido a lo largo de los años para soportar las veleidades del eterno actor protagónico.

La elogiada obra santafesina Con el agua al cuello, con las actuaciones de los enormes Jorge Ricci y Juan Carlos Gallego, bajo la dirección general y puesta en escena del talentoso teatrista cordobés Luciano Delprato, tras un derrotero por distintos escenarios del país y su paso en octubre último por el Festival de Manizales en Colombia, pasó finalmente este domingo por la sala La Manzana con una función a sala llena y con un puñado de referentes de la escena local en la platea, entre otros, la ministra de Innovación y Cultura de la provincia, Chiqui González.

Un texto bello y descarnado (del propio Ricci) es el que transitan El Gordo y El Nene, personajes que, como fantasmas, habitan ese pequeño teatro donde parecieran debatirse entre aceptar la realidad o permanecer a resguardo de ese campo de lo real en un mundo de ficción, más allá de que queda latente una pregunta: ¿dónde fueron a parar los personajes que alguna vez habitaron esos cuerpos?

Entre esos despojos de la memoria donde estos hermosos “perdedores” buscan exorcizar el pasado, El Gordo, que parece haber quedado solo tras la última función de La mirada en el agua, el espectáculo inmediato anterior del Equipo Teatro Llanura del que Jorge Ricci es uno de sus históricos fundadores, invoca a Tere (Teresa Istillarte) y a la Gringa (Sandra Franzen), “…una en el sur, la otra en Buenos Aires…”, le dice El Nene, que además confirma que Tito, otro de los invocados, «está muerto».

Sucede que ése es el territorio enigmático de la ficción donde irremediablemente ronda la muerte, y hasta que no muera la última luz, “nadie puede posar un pie en el escenario”, dice El Gordo, entre balbuceos y frases de otros personajes que alguna vez pasaron por su cuerpo, habilitando una especie de código narrativo que recorre todo el material donde conviven lo “sagrado” y lo “profano” del mundo del teatro, entre humor, nostalgia y congoja.

La gran intuición y sensibilidad de un director como Delptrato acciona en el imaginario de un actor como Jorge Ricci, un verdadero monstruo de la escena nacional, de una presencia escénica que pareciera abarcarlo todo en un espacio donde no hay nada, junto al entrerriano Juan Carlos Gallego, actor de gran ductilidad que se plata frente a Ricci sin remilgos y puede sostener el desafío de multiplicarse en otras tantas criaturas.

Con el agua al cuello es, al mismo tiempo, el hastío beckettiano de la espera y el ruido de la zorra de Actores de provincia (histórico espectáculo del Equipo de Teatro Llanura) reproducido con una escoba de paja que raspa (escarba) el escenario y el recuerdo. Es, también, esa musa que de tan joven y bella duele mirarla y entonces sólo se escucha su voz (la de la actriz santafesina Nidia Casís), es el dolor de un tiempo pasado que la memoria insiste con edulcorar, es la presencia metafórica de todos esos otros que alguna vez estuvieron presentes (arriba o abajo del escenario), es ese “bosquejo de antagonista” que sueña y se desangra por un protagónico frente a ese otro “lobo estepario” que es El Gordo, un Ricci dispuesto a reírse de sí mismo, un actor de solvencia infrecuente que se enfrenta con humor e ironía a las complejidades de ese otro teatro de eternos adolescentes.

Es, también, el miedo por el agua que sube y tapa todo, el agua que limpia pero también borra. Con el agua al cuello es confiar ciegamente en los actores, es un folletín criollo que por momentos coquetea con la tragedia. Es un viaje por el neorrealismo italiano, por los clásicos, por el recuerdo de Los Beatles; es el miedo a la muerte y al abandono, y es, sobre todo, un teatro en su pureza más radical que, como decía Luigi Pirandello, llegará un momento en el que no podrá hablar de otra cosa más que de sí mismo.

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