Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
Promedia septiembre, y esta semana me dije: ¿por qué no dejar de lado por un rato el malestar que emana de esta cuarentena interminable y hablar sobre la primavera? Por qué no evocar sus encantos y las ansias de vida que surgen del follaje renovado, la felicidad que provocan las flores diseminadas en los canteritos de las casas, y el aroma a esperanza que traen los lapachos florecidos. Por qué no recuperar la brevedad de la alegría, y poner en evidencia los aspectos cotidianos que le dan sentido a la existencia…
Pero a poco de andar dibujando palabras sobre el papel virtual me encontré con las nuevas medidas económicas impulsadas por el gobierno, que implican más restricciones a la compra de dólares debido a la disminución de reservas del Banco Central; los reclamos de los pequeños comerciantes y cuentapropistas al borde de la quiebra, y el aumento de casos en toda la provincia, que amenaza con colapsar el sistema de Salud. Entonces me dije: quizás la primavera deba esperar… La realidad indica que aún falta un rato para desabrochar la esperanza.
La cuarentena se ha hecho demasiado larga y nos golpea con su cuota de hartazgo y malestar. El humor de la gente no resiste más encierro ni restricciones. Los jóvenes desean reunirse y bailar, los ancianos desean ver a sus familias, los adultos necesitan trabajar. Pero todas las expectativas se chocan contra la fáctica realidad. Una enfermedad caótica y espartana, que avanza contra los más débiles y amenaza todas sus reservas defensivas, se ha diseminado por el mundo como una plaga, un Armagedón de pesares varios, logrando generar un caos masivo.
En este sentido, los expertos del sistema sanitario no pueden menos que compartir sus saberes, advirtiendo sobre la cualidad destructiva y solidaria del virus que busca siempre nuevos organismos para reproducirse. Y, en base a estos consejos, los referentes políticos deben tomar decisiones navegando el peor de los escenarios posibles: malo si si y malo si no.
Volviendo a los datos de la “fáctica realidad”, este miércoles se supo que Rosario registra cerca del 50 por ciento de los casos totales del territorio provincial, habiendo sumado ese día 588 casos nuevos de coronavirus. Hasta ahora los positivos en la ciudad desde el comienzo de la pandemia ascendieron a 10.806 y según informó el Ministerio de Salud de la provincia, en Rosario quedan sólo seis camas críticas en los efectores provinciales, nueve en los municipales y 48 en los privados.
De acuerdo a lo que indican estos números entiendo que no hay demasiado margen para la irresponsabilidad y la falta de cuidados. Las camas merecen ser ocupadas por cualquiera de nosotros, o de nuestros familiares, amigos, parientes, hijos, sobrinos, nietos… porque hay que reconocer que la pandemia nos va encerrando y cada vez nos toca más de cerca.
Creo que una perspectiva razonable para poder recorrer este camino que se avizora largo e incierto, sería poder surfear sin miedo pero con atención las contingencias que la vida nos propone. Sí, es necesario tomar precauciones, pero también es necesario poder encontrarnos, desempeñar nuestras actividades, seguir generando proyectos, comprar, vender, construir, pasear, amar… ¡vivir! Es demasiado doloroso mantener un “impasse” que nos desconecte de nuestras pasiones, afectos, experiencias placenteras y pequeñas alegrías cotidianas sin poder entrever la línea de llegada, y más aún, sospechando que el “final con beso” quizás no aparezca nunca.
En pocas horas se esperan inminentes novedades de parte del gobierno provincial. Todos nos aferramos a la idea de recibir mejores noticias. Pero más allá de las indicaciones de las autoridades, que con mayor o menor dramatismo venimos respetando desde hace largos meses, entiendo que resulta fundamental aprender a manejarnos con criterios de cuidado personal y social, el único modo de convivir con esta enfermedad a largo plazo. Sí, todos nos ilusionamos con la pronta aparición de una vacuna; pero tampoco será la panacea ni el fin de la pandemia de modo inmediato. Y ya hemos visto que los ángeles de la guarda no están haciendo bien su trabajo…
Apelar a la responsabilidad ciudadana es mucho más que un eslogan, es el único modo de limitar los daños, de retomar los sueños, de recuperar la vida, de abrazar la existencia, de animarnos a recibir cada día con una sonrisa, otra vez, como era antes… Antes del “temblor”.