Tres iniciativas dominaron la agenda del encuentro Merkel-Sarkozy: el “compacto fiscal”, la reestructuración de la deuda griega en manos de los acreedores privados y el impuesto a las transacciones financieras –la llamada (con laxitud) tasa Tobin–. A la luz de la crisis que acosa a Europa, por cierto, ninguna de las tres arrima una solución. Se diría que resucitar la imagen de una Grecia impotente, con un sino trágico entre la espada y la pared, agrava el problema. Y así lo escribió Atanasios Orphanides, un economista de nota, que además de presidir el Banco Central de Chipre es gobernador del BCE. Para el chipriota, lo que Europa debe hacer es archivar el asunto. No es la posición formal del BCE, pero lo era en los tiempos de Jean-Claude Trichet, hasta que en julio, las autoridades de Berlín impusieron la voluntad de impulsar, de prepo, una “refinanciación voluntaria”. Fue entonces cuando la crisis (como lo temía el BCE) saltó el cerco de la periferia y atacó de lleno a economías más grandes (España e Italia). Dar vuelta la reestructuración prevista en Grecia, escribe Orphanides, “al restaurar la confianza en la eurozona, reduciría el costo de financiamiento de los demás gobiernos”. Tal vez. O quizás ya sea tarde. La confianza se pierde en el acto, pero demora en recobrarse. En los hechos, los gobiernos prometieron que el caso griego no será replicado en ninguno de los demás países de la región. Y, sin embargo, la deuda italiana a diez años cotiza por encima del 7 por ciento. Señal contundente, ahora que los bancos europeos gozan de liquidez, de la pérdida de credibilidad.
¿Cuál fue la conclusión principal del cónclave “Merkozy”? Los dos líderes ratificaron la presión sobre Grecia. Amén de las metas fiscales y las reformas estructurales, Atenas tiene que cerrar el acuerdo de refinanciación con sus acreedores e imponerles una quita de capital del 50 por ciento si aspira a recibir el desembolso pautado para el próximo 20 de marzo. Se sabe que sin su concurso las cuentas no podrán pagarse en algún momento de abril. Bajo el criterio de Orphanides, pues, la eurozona mantiene encendido un motor de desconfianza que, de seguro, recalentará en marzo. Y aunque después se lo apague, es un alto riesgo de chispazos en toda la región, ya que Europa tampoco ha hecho sus deberes: tras dos años de tribulaciones, todavía no logró aislar a Grecia.
Grecia se atascó; el “compacto fiscal” avanza. La versión recargada de Maastricht que Merkel empujó en diciembre podría estar lista para la firma a fines de enero. Es una pena que sólo Merkel (y un Sarkozy obligado por las circunstancias) crea que renovar Maastricht y dotarlo de mayores rigideces y sanciones revertirá la crisis. ¿Shock de confianza? Nadie se impresiona por un nuevo código presupuestario (que, a decir verdad, registra 70 violaciones comprobadas en su versión original). Y como tampoco el “compacto fiscal” le abre la puerta todavía a una verdadera unión fiscal –ni facilita la intervención del BCE (como, en un inicio, dio a entender su titular, Mario Draghi)–, no luce relevante. Otros temas conexos, con más carnadura, como la posibilidad de potenciar el fondo de rescate –la Facilidad Europeade Estabilización Financiera–, no recibieron respuesta, aunque figuran en la agenda a marzo. A su modo, ese silencio confirma la negativa que, en su momento, adelantó Merkel.
¿Qué rol juega la “tasa Tobin” como para integrar el podio temático? Es difícil encontrarle otra función práctica que la de zaherir a Londres. En una crisis en la que la banca le arruinó la vida a medio mundo se comprende que la política necesita un estandarte que mostrar al electorado. Y Sarkozy lo demanda en este último tramo de campaña. Pero hasta Merkel abrió el paraguas: dijo que apoya la moción, pero no está segura de contar con el visto bueno del Parlamento. Gran Bretaña directamente vetará la norma (y se requiere unanimidad para que rija enla Unión Europea). Dinamarca, preocupada por recomponer los lazos comunitarios, esta vez, se inclinará por Londres. ¿Qué efectividad podría tener un impuesto a las transacciones financieras si unas jurisdicciones lo aplican y otras no? Pero Sarkozy ha dicho que sentará el ejemplo, aunque le toque marchar solo. Quizás consiga un mínimo de compañía si acepta licuar su contenido. Francia quiere gravar en un milésimo todas las compras de acciones y bonos (salvo los soberanos). La propuesta original dela Comisión Europeaplanteaba una alícuota diez veces más baja.
Más útil que el cónclave “Merkozy” fue el pronunciamiento de la agencia Fitch. Por lo menos, la calificadora le bajó los decibeles a la incertidumbre sobre el rating AAA de Francia. No habrá poda de no mediar “shocks importantes”. En su opinión, el destino del euro “se decidirá en las puertas de Roma”. Como siglos atrás, allí asechan los bárbaros. La propia Fitch los asiste: a fin de mes podría recortar la calificación de Italia y de España y de varios otros países de la eurozona. Será Italia la que pague los platos rotos por la incertidumbre en Grecia y por cualquier otro imponderable; a la manera de la cuerda que se rompe por lo más delgado. ¿Habrá registrado el dúo “Merkozy” esta vicisitud? No hay pistas. Otra muestra de autismo: después de la “primavera árabe”, de Libia, y de las maniobras de Irán, Europa afronta una crisis de la energía –el diferencial del costo del petróleo con Estados Unidos es señal contundente–. ¿Se trató la cuestión? Tampoco hay rastros.
Dado ese liderazgo político, el BCE emerge como el único dique concreto de contención. Y si hay una tregua –en el sentido de que Europa redujo la intensidad de la inestabilidad financiera que emite–, es mérito del BCE. ¿Qué expectativas cabe alentar de su reunión del jueves? El BCE ya hizo lo importante. Rescató a la banca de la zozobra de una montaña de vencimientos. Amplió la asistencia y su hoja de balance. ¿Volverá a bajar las tasas? Sí, pero no mañana. ¿Y a comprar deuda soberana en los mercados secundarios? Más bien se retiró, y sólo volvió con cuentagotas. Todavía este tema es tabú. Y sólo cuando la tregua se quiebre, el BCE lo retomará a escala importante.