Miguel Valencia Mulkay es un ingeniero químico mexicano, preocupado por el destino del planeta y por ende de la humanidad, que redactó un impecable trabajo: “Un cambio profundo para evitar la extinción” y vale la pena analizar algunos de sus párrafos, ricos en conceptos e inteligentemente expresados.
El problema es harto conocido y es mucha la gente que desde agrupaciones ecologistas difunde e informa sobre los peligros latentes pero como dice Valencia Mulkay: “Muy pocos quieren reconocerlo; muy pocos quieren ocuparse del origen de esta amenaza, la humanidad puede desaparecer en este siglo por el consumismo, la violencia y la depredación que se exacerba en todo el mundo; puede desaparecer por los peligros inherentes a las modernas tecnologías, por el calentamiento global y por la globalización del desastre ecológico”. Y agrega: “La modernidad se encuentra afectada por una enfermedad terminal, pero, antes de morir se torna más peligrosa y destructiva. Los años por venir serán decisivos para la supervivencia de la humanidad; antes de diez años pueden aparecer los primeros colapsos mundiales; puede aumentar la violencia en grado nunca visto. Vivimos un ambiente cada día más enrarecido”.
En realidad, el mundo nos fue dado en un estado puro y el hombre en su alocada carrera industrial y tecnológica no midió las consecuencias y aún hoy permanece en la misma postura sin pensar en las generaciones futuras, sin tener en cuenta que la vida debe seguir luego de nuestra desaparición física. Al respecto el mexicano sostiene: “La tarea principal en la defensa de la naturaleza reside en la revalorización del mundo: revalorizar la naturaleza, el tiempo, el espacio, la gratuidad, el cuerpo humano, la autenticidad de la vida, la convivencia humana, la autonomía, las culturas, las economías, la artesanía y todo aquello que el mundo moderno ha devaluado por medio de instrumentos y herramientas, por medio de ciencia y tecnología y por medio de conceptos económicos. Redistribuir las riquezas y el acceso al patrimonio natural entre los países ricos y los pobres. Redistribución de la tierra, de los derechos de extracción, del empleo, de las utilidades, entre otros. Reconsiderar el uso del suelo como consecuencia de la revolución de las mentalidades: quitar más y más tierra a la agricultura industrializada, a la especulación inmobiliaria, a las industrias y servicios contaminantes, al asfalto y al cemento, a la desertización y entregarla a la agricultura campesina, biológica, respetuosa de los ecosistemas. Relocalizar la subsistencia, para conseguir el renacimiento de lo local. Este punto es estratégico. Consumir lo que se produce localmente y producir lo que se consume localmente, esta debe ser la gran tarea ecologista. Nos urge arraigarnos en un lugar, cultivar verduras en la ciudad y resistir el consumo de productos traídos del otro lado del mundo, con un enorme costo ecológico y un enorme subsidio energético. No queremos excusados ingleses, ni tubos y bombas, ni agua embotellada; no queremos alimentación industrializada; no queremos ni gestión estatal, ni privada del agua. No queremos ni grandes gobiernos, ni grandes empresas; queremos comunidades arraigadas y en armonía con la naturaleza. A partir de lo que no queremos, podemos ensayar nuevas costumbres, nuevas prácticas y experimentar técnicas artesanales para el manejo comunitario de los alimentos, del agua, de la energía, de la vivienda, de la movilidad, entre otros. Los nuevos valores deben llevarnos a otro mundo respetuoso con la naturaleza”.