Un estudio realizado al famoso cuadro La joven de la perla, del pintor holandés Johannes Vermeer, reveló secretos de la prodigiosa técnica del artista, según dieron a conocer expertos que iniciaron una investigación en el Museo Mauritshuis de La Haya, donde están la mayoría de sus pinturas.
El cuadro, que data de 1665 y es conocido también como la “Mona Lisa del Norte”, es una de las pinturas más investigadas y documentadas del mundo, y también una de las más fascinantes y misteriosas, y en 2018 fue sometida a una exhaustiva indagación de su factura con tecnología de punta.
Se creyó durante mucho tiempo que no era el retrato de alguien real sino que había surgido de la propia imaginación del pintor holandés. Hasta hoy esa incógnita continúa.
Incluso hace un par de décadas, al inicio de este siglo, algunas hipótesis que surgían de estudios sobre esa y otras pinturas de la llamada Edad Moderna o de Oro señalaban a la imagen de esa muchacha como un “tronie”, nombre que se daba en Holanda, sobre todo en el siglo XVII, a las efigies peculiares y/o expresivas, de uso decorativo, que no tenían intención de ser un retrato identificable y que en muchos casos los pintores producían para demostrar sus habilidades.
No son pocos quienes ven en las pinturas de Vermeer un lejano pasado de la fotografía realista, sobre todo en el uso de las luces y sombras y en cierta composición.
También, claro, en la fidelidad de los rasgos de los personajes y situaciones retratados, que producen una impresión de que inocultablemente lo que se está viendo fue o sucedió de la manera en la que está en el cuadro.
La pincelada de Vermeer
Con el título La joven en el punto de mira, los trabajos se realizaron a la vista del público, a través de una urna de cristal instalada en la pinacoteca holandesa y ahora es uno de los cuadros mejor documentados del mundo, según informaron varios medios europeos que siguieron los avatares de la investigación.
El estudio científico de la pintura fue realizado por un equipo internacional, dirigido por Abbie Vandivere, conservadora jefe de pintura del museo holandés, al que sumaron el Rijksmuseum, de Ámsterdam; la National Gallery de Washington y las Universidades de Maastricht y Amberes, de los Países Bajos, y que llevan a cabo indagaciones acerca de las técnicas –algunas muy exclusivas y casi únicas– utilizadas para las pinturas más emblemáticas de la historia.
El estudio reveló aspectos relacionados con la pincelada de Vermeer, su uso de los pigmentos y la forma en que construyó esta pintura usando diferentes capas hasta alcanzar el tono y relieve buscado.
A través de técnicas no invasivas y escaneo, microscopia digital y análisis de muestras de pintura se llegó a uno de los hallazgos más importantes como que el fondo de la pintura no es simplemente un espacio oscuro vacío, sino que Vermeer pintó a la joven delante de una cortina verde.
Estos descubrimientos hacen que la mujer sea más “personal” de lo que se pensaba, pero la cuestión de quién era exactamente la chica sigue siendo un misterio.
Según apuntaron algunos estudiosos de su obra, la fama de este cuadro reside en el atractivo intemporal de la joven, su mirada dirigida al espectador, el brillo húmedo de los ojos, los labios entreabiertos y el exotismo del atuendo.
Ese ideal de belleza tiene todavía una vigencia increíble, le da rasgos muy contemporáneos. Se dijo también que cada mujer que pinta Vemeer alberga un caudal de secretos y de historias latentes. Generalmente son mujeres imbuidas en la intimidad del espacio en que están, y se las ve leyendo una carta, escribiendo, tocando música o sólo mirando por la ventana.
Cambios en la composición
El objetivo de la investigación no era conocer la identidad de la joven –cosa imposible porque como se dijo más arriba las teorías acerca de su existencia o no son diversas y todavía no hay una que prevalezca–, sino los pasos que dio Vermeer para llegar a esta pintura, las técnicas que aplicó para crear sus sutiles efectos ópticos, los materiales que usó y de dónde procedieron y cómo se veía originalmente la pintura y qué cambios sufrió a lo largo de los siglos.
Las imágenes infrarrojas revelaron también que el artista comenzó a componer la pintura en varios tonos de marrón y negro, y que pintó los contornos de la figura con finas líneas negras.
También que realizó cambios en la composición durante el proceso de pintura por lo que la posición de la oreja, la parte superior del pañuelo y la parte posterior del cuello se desplazaron.
Esto también alentaría otra versión: que la chica de la perla era alguien que servía al mismo Vermeer en su casa y que disponía de todo el tiempo que quisiera para pintarla. Que tal situación le permitió experimentar con los diferentes tonos de pintura que iba decidiendo usar y que si no le cerraban, se inclinaba por otros hasta encontrar el tono que necesitaba.
Pero, al mismo tiempo, se sabe que el pintor fue un hombre con necesidades y que debía darles de comer a ocho hijos, lo cual torna difícil pensar en que tuviese alguna suerte de criada. Se dice también que fue una de las obras que más tiempo le llevó en el contexto de un par de años –entre 1665 y 1667– que fue uno de sus periodos más productivos.
Desde el fondo al primer plano
Asimismo el estudio reveló que el pintor trabajó desde el fondo hasta el primer plano: después de pintar el fondo verdoso y la piel de la cara de la joven, pintó su chaqueta amarilla, el cuello blanco, pañuelo en la cabeza y la perla que, según el estudio es una ilusión y la pintó con toques translúcidos y opacos de pintura blanca. Es notable la falta del gancho para que la perla cuelgue de la oreja.
Los coleccionistas y las más prestigiosas galerías de todo el mundo intentaron comprar al Museo Mauritshuis la más famosa pintura de Vermeer pero la institución ya ha dejado claro públicamente que jamás vendería ese cuadro.
Tal decisión llegó luego que se desprendiera de dos de ellas con la justificación de una modernización de los espacios del museo para una mejor apreciación de las obras allí expuestas.
Hitler y los falsos Vermeer
El último cuadro vendido del pintor holandés alcanzó la friolera de treinta millones de dólares y en la actualidad se conservan tan solo 36 obras auténticamente reconocidas.
Sólo tres de ellas pasaron por el circuito de ventas y se anunció que no habrá otras disponibles para ese tipo de transacción puesto que se viene legislando en la Unión Europea acerca de que estas joyas del arte universal deben estar en manos de museos o instituciones a las que el público en general pueda acceder y no en manos privadas para el regocijo de unos cuantos solamente.
No ha sido el único entre sus pares, pero Johannes Vermeer fue prácticamente ignorado después de su muerte (1675), es decir, sus pinturas anduvieron boyando de manos en manos con valores que casi no cotizaban en el mercado del arte hasta que recién a comienzos del siglo pasado se lo redescubrió.
Admirado por figuras que van desde Marcel Proust a Emile Cioran, La joven de la perla fue comprado en 1881 por un coleccionista que apenas pagó dos florines (la moneda holandesa anterior al euro).
A su muerte, en un gesto verdaderamente encomiable, el mismo coleccionista se la donó al museo donde permanece hasta hoy.
Cuando ya en la ofensiva final, durante la Segunda Guerra, las tropas aliadas ingresaron en un refugio nazi en Austria, encontraron 1.200 piezas de arte mundial. Allí se encontró La joven de la perla, pero además también estaba el Cristo y la mujer adúltera, otro cuadro de Vermeer por el que el Hitler se había obsesionado.
Pero, en distintas salas, los jerarcas nazis habían colocado otras supuestas obras del pintor holandés que, poco después, se supo que eran de un falso Vermeer: un remedo de pintor llamado Hans van Meegeren que hizo un culto de la falsificación.
Al final de la guerra lo juzgaron en Holanda por colaboracionista y por falsificador. Al conocerse la sentencia –le dieron apenas un año de cárcel, que no llegó a cumplir porque murió rápido– dijo que nunca se sabría cuáles eran los auténticos Vermeer y cuáles los que había pintado él.
Lo cual fue cierto ya que hasta entrada la década del cincuenta no se pudo tener idea cabal de todos los cuadros auténticos del holandés que andaban dando vueltas por el mundo.
Evidentemente llevó todo un tiempo otorgar a las obras de este genio de la pintura el verdadero valor artístico que poseían que no suele ser el que marchands y coleccionistas le otorgan, sino otro más estético, técnico y espiritual.