Con mesura, pero no exento de convicción y de confianza en los buenos resultados de todo tipo que prevé, un legislador oficialista planteó, en una charla informal con su par opositor, la idea de llevar la mayoría de edad a los 17 años. «La juventud merece más participación no sólo en la vida política, sino en todo aquello que le permita la adopción de decisiones por sí misma. Hay que darle la herramienta necesaria», dijo. En ese hilo, el opositor dio más pie al fundamento con argumentos que sonaron complacientes en su interlocutor: «Si a los 18 años se les colgó un fusil para ir a pelear a Malvinas, sin ninguna instrucción eficiente, sin pertrechos básicos frente a un enemigo poderoso, no se ve la razón para impedir que a los 17 años los jóvenes puedan acceder a la licencia de conducir, a adoptar decisiones por sí mismos».
La idea, que por el momento sólo parece ser eso, ha quedado dando vueltas en el ambiente y ha trascendido. Al parecer, tuvo su génesis en reacciones juveniles observadas en recientes sucesos políticos o en el interés demostrado por no pocos adolescentes en ser considerados lo suficientemente maduros para adoptar decisiones.
Por lo demás, la edad coincide con un paso importante en la vida de cualquier joven, que es dejar, por ejemplo, el nivel medio para ingresar a estudios terciarios o universitarios, o comenzar a establecer pautas de acción laborales que le permita a esta franja social cierta independencia. Pero, por otra parte, parece haber un interés genuino de buena parte de esa franja etaria en la cuestión social y política del país, y la pregunta es entonces: ¿por qué un grupo importante de personas debería aguardar cuatro años más, a partir de 2011, para elegir a sus representantes? ¿Por qué no darles la oportunidad ahora?
Después de todo, y a fuerza de ser sinceros con la realidad y con la historia, menores de 18 años demostraron siempre tener, con frecuencia, más valor y responsabilidad que ciertos adultos. Es el caso, por ejemplo, de Mariano Grandoli, el famoso «abanderado» del regimiento Primero de Santa Fe, que en la guerra contra el Paraguay cayó muerto con casi tantas balas como años (el subteniente tenía 16 años y recibió 14 disparos) después de haber llevado el pabellón nacional hasta las mismas trincheras del enemigo. Éste es, apenas, un ejemplo.
La idea que parece estar circulando por algunos cerebros del Frente para la Victoria tiene consistencia en cuanto a los beneficios que supondría para un segmento social que, si bien es cierto que en ocasiones se muestra confundido, suele, no obstante, aceptar las responsabilidades y bregar por tomar las riendas de su destino.
Por otra parte, llevar la mayoría de edad a los 17 años permitiría repasar un hecho preocupante para la sociedad argentina de nuestros días: ¿a qué edad un adolescente es penalmente responsable? Los cotidianos hechos delictivos, que con frecuencia terminan con muerte de ciudadanos inocentes en todo el ámbito del territorio nacional, en muchos casos son protagonizados por jóvenes menores de 15 años. La pregunta que la sociedad se hace libre de las limitaciones que impone la filosofía del derecho, que con asiduidad actúa como un comportamiento estanco que no permite observar la realidad y legislar para ella, es: si una persona empuña un arma a los 13 años y conoce el probable resultado de accionarla, ¿por qué no ha de castigarse en su justa medida el resultado de la acción consumada? Esta acción, desde luego, en muchas ocasiones resulta en la muerte de un inocente o en el despojo de sus bienes y el sometimiento a hechos dolorosos que marcan la vida propia y del entorno.
El comienzo de la responsabilidad penal en Europa, en términos generales, varía entre los 13 y 15 años, pero hay países, como Escocia, en los que aun antes el adolescente se observa en ciertos términos como un ser penalmente responsable. En Alemania, Italia y España la responsabilidad penal comienza a los 14 años; a los 13 en Francia y en Grecia, por ejemplo.
Es interesante, en este aspecto, destacar que en algunos códigos europeos el espíritu de los artículos gira en la capacidad de discernimiento del delincuente, así como en el de la edad. Por ejemplo: «Es imputable quien, en el momento en que ha cometido el hecho, haya cumplido catorce años, pero no aún dieciocho, si tenía capacidad de entender y querer…» (código italiano). «El joven (mayor de 14 y menor de 18 años) es jurídico-penalmente responsable cuando en el momento del hecho es suficientemente maduro según su desarrollo moral y mental para comprender el injusto del hecho y actuar conforme a esa comprensión» (código alemán).
Como quiera que sea, la cuestión, en torno a la mayoría de edad que surge como idea, es que en todo el mundo se da por sentado que luego de cierta edad, que puede fluctuar alrededor de los 13 años, un joven es capaz de entender los efectos de sus acciones, y ello en razón de que el avance logrado biológica, cultural y tecnológicamente, coloca al adolescente de 13 años de nuestros días con ventajas cognoscitivas e informativas notorias en relación con el chico de 13 años de hace cuarenta años.
Si ha de atenerse a la realidad planteada en la charla informal entre los dos legisladores, es muy cierto que si a un joven de 18 años pudo dársele un fusil para marchar a una guerra descabellada, también puede concedérsele la mayoría de edad a los 17. Aun cuando todo parece ser una idea por ahora, quienes la han escuchado, en cierta forma (y salvando las distancias), la comparan con aquellos derechos que Eva Perón, a través de un apasionado trabajo, le dio a la mujer argentina: el voto. ¿Podrán votar quienes en 2011 hayan cumplido 17 años?
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El comienzo de la responsabilidad penal en Europa, en términos generales, varía entre los 13 y 15 años, pero hay países, como Escocia, en los que aun antes el adolescente se observa en ciertos términos como un ser penalmente responsable. En Alemania, Italia y España la responsabilidad penal comienza a los 14 años; a los 13 en Francia y en Grecia, por ejemplo.
Es interesante, en este aspecto, destacar que en algunos códigos europeos el espíritu de los artículos gira en la capacidad de discernimiento del delincuente, así como en el de la edad. Por ejemplo: «Es imputable quien, en el momento en que ha cometido el hecho, haya cumplido catorce años, pero no aún dieciocho, si tenía capacidad de entender y querer…» (código italiano). «El joven (mayor de 14 y menor de 18 años) es jurídico-penalmente responsable cuando en el momento del hecho es suficientemente maduro según su desarrollo moral y mental para comprender el injusto del hecho y actuar conforme a esa comprensión» (código alemán).
Como quiera que sea, la cuestión, en torno a la mayoría de edad que surge como idea, es que en todo el mundo se da por sentado que luego de cierta edad, que puede fluctuar alrededor de los 13 años, un joven es capaz de entender los efectos de sus acciones, y ello en razón de que el avance logrado biológica, cultural y tecnológicamente, coloca al adolescente de 13 años de nuestros días con ventajas cognoscitivas e informativas notorias en relación con el chico de 13 años de hace cuarenta años.
Si ha de atenerse a la realidad planteada en la charla informal entre los dos legisladores, es muy cierto que si a un joven de 18 años pudo dársele un fusil para marchar a una guerra descabellada, también puede concedérsele la mayoría de edad a los 17. Aun cuando todo parece ser una idea por ahora, quienes la han escuchado, en cierta forma (y salvando las distancias), la comparan con aquellos derechos que Eva Perón, a través de un apasionado trabajo, le dio a la mujer argentina: el voto. ¿Podrán votar quienes en 2011 hayan cumplido 17 años?