Con Ripley Netflix realiza una apuesta inusual. Se corre de la vara homogénea que mide el estándar de su producción y ofrece un producto de rasgos más que singulares. Steven Zaillian, reconocido guionista que además cuenta con algunas películas como director y con la notable serie The Night Of como responsable, adapta una de las novelas que Patricia Highsmith le dedicó a su personaje Ripley. Un personaje ya varias veces llevado al cine de modo acertado.
En este caso Zaillian toma el primero de los libros, El talento del Sr. Ripley, en el que un estafador de poca monta se embarca en un encargo que se convertirá a cada paso en la oportunidad inesperada de alcanzar la victoria de su vida.
Un millonario neoyorkino contrata a Tom Ripley (Andrew Scott) para que viaje a Italia y convenza a su hijo bohemio Dickie (Johnny Flynn) de volver a casa. El encuentro tendrá derivas inesperadas, desatando en Ripley una suerte de deseo amoroso trastocado en un oscuro deseo de sustitución total. El juego criminal desatado se completa con Marge (Dakota Fanning), la novia de Dickie y contraparte de Ripley.
Un fructífero diálogo con el destino
Ripley avanza lentamente a partir de la exposición minuciosa de detalles que van delineando el mundo de este incómodo personaje, tan oscuro como extrañamente seductor. En algunos momentos parece tener un plan preciso a seguir, pero en otros es el puro azar lo que le hace salir victorioso de sus propias y siniestras elucubraciones. Ese es aquí su gran y diabólico talento, el saber acomodarse a los avatares de su periplo criminal, navegando con cierta seguridad entre el cálculo y el azar. De un modo u otro, aún cuando todo parece acorralarlo hasta una derrota anunciada, Ripley sabrá hacer uso y sacar provecho de toda situación para salir victorioso. Algo de demoníaco sobrevuela en esas peripecias instauradas en un mundo artificial de postal preciosista y decadente. El talento de Ripley es el saber que los oscuros mecanismos del universo pueden ser asumidos como una eventualidad siempre urgente para tenderla hacia el provecho propio. Puede no haber un plan magistral desde el principio, pero para Ripley eso no es necesario, este se va construyendo virtuosamente sobre la marcha, entre errores y desprolijidades incluso, manteniendo un fructífero diálogo con el destino para ir construyendo la historia de una victoria criminal diabólica y no del todo planeada.
En el intrincado mundo de Ripley todo cuenta. Cada detalle. Cada elemento. Cada gesto. Cada objeto, cada mirada y cada palabra. El estado de alerta y la atención son una exigencia constante justamente por esa ausencia de plan, porque hay que estar atento a cada minucia ordinaria de la cual puede surgir una oportunidad única y pasajera para avanzar o enderezar el camino. Sin embargo, por lo general, Ripley permanece íntegro y casi sereno. Esa frialdad es también garantía de su talento.
Si su mundo está hecho de pequeños detalles en los que se puede avisorar una oportunidad o una amenaza insospechadas, la construcción narrativa se detiene allí, manteniendo al relato en una suerte de suspensión constante, atenta al despliegue temporal y a la aparición de cada minucia, de cada rudimento cotidiano que pueda ser tomado como oportunidad de dar otro paso hacia la victoria. De allí el singular tiempo narrativo que se vuelve envolvente, inmersivo, decantado en la fijación de situaciones extendidas temporalmente de modo desmesurado. No habrá, por tanto, un avance trepidante que dé cuentas de la consecución milimétrica de un plan perfecto escrito de antemano, sino un tiempo de duermevela y ensoñación en el que el mundo es una maraña de señales y oportunidades cuya exigencia es la atención profunda y constante. Ripley solamente tiene que sumergirse en esa atmósfera y dejarse llevar, el cálculo surgirá de cada contingencia.
El tablero de un azaroso ascenso
Cada elemento adquiere presencia y vitalidad. Un cenicero. Una pintura. Una bata. Un gato. Un bote. Un ascensor. Para Ripley todo parece estar allí para configurar la trama escabrosa de su itinerario hacia no se sabe dónde, pero que de seguro estará signado por sus ansias de vencer. Incluso un bote, en una gran escena que extiende los pormenores de un crimen hasta abarcar medio capítulo, puede cobrar vida como una suerte de bestia que se rebela contra Ripley. El bote gruñe y se mueve como si tuviese voluntad, parece rebelarse contra ese inusual talento de Ripley de hacer uso de todo en beneficio propio. Algún eco repercutirá en un ascensor amenazante. Pero incluso cuando los objetos se rebelan, Ripley pude sobreponerse y seguir haciendo del mundo el tablero de su casi azaroso ascenso.
El planteo visual, con fotografía de Robert Elswit (quien cuenta en su haber con varias colaboraciones con Paul Thomas Anderson entre otras también notables) puede asemejarse engañosamente a un pastiche que remeda inconsecuentemente al universo extinto del noir. El preciosismo exacerbado del blanco y negro y el juego con el artificio evidente de algunos entornos podría ser apenas el señalamiento vacío y nostálgico de una pertenencia a la tradición, pero en realidad, en Ripley, tal construcción visual fortalece la atmósfera de ensoñación del mundo interno del talentoso estafador. El mundo entero es su propio sueño, es soñado por él. Y en esa trama casi onírica de la estafa perfectamente azarosa es Ripley, el soñante, el único capaz de develar la tendencia dinámica de sus símbolos, de modo tal que se conviertan en una nueva oportunidad para la violenta escalada de su victoria.
Si bien la serie, como era de esperar, no tuvo la repercusión esperada en la plataforma, deja el firme deseo de que Steven Zaillian pueda continuar adaptando los libros de Patricia Highsmith como era aparentemente la idea de origen. Ojalá así sea. Esta primera incursión se afirma como un singular y notable acercamiento a un personaje diabólico y encantador, con una propuesta narrativa que la distingue con solvencia de una media sin brillos ni aciertos.
Ripley / Netflix / 1 temporada
Creador: Steven Zaillian en adaptación de «El talentoso Mr. Ripley», de Patricia Highsmit
Intérpretes: Andrew Scott, Johnny Flynn, Dakota Fanning