El Museo Castagnino+macro exhibe, con la colaboración del Museo Histórico Julio Marc, la muestra «París en el horizonte: la colección de Enrique Astengo», una extensa serie de pinturas, esculturas, muebles, platería y objetos decorativos, reunidos por un personaje ejemplar. El término ejemplar implica que Astengo fue un coleccionista modelo. Aun en la actualidad, cuando los compradores de arte se multiplican, su modalidad para rodearse de cosas bellas es una guía infalible.
Los curadores de ambos museos, María de la Paz López Carvajal (Castagnino) y Pablo Montini (Histórico), entablan un diálogo con el pasado y brindan a través del arte un elocuente testimonio de los años de mayor esplendor rosarino. La historia está encarnada en un coleccionista capaz de reunir en unos pocos años de prosperidad un conjunto de piezas notable.
Al ingresar al museo se divisa una foto. Enrique Astengoaparece retratado junto a su mujer y escoltado por sus tres hijas mujeres y sus cuatro varones; jóvenes herederos que luego de más de media centuria jugarán un papel importante: definir el destino de la colección. La imagen muestra al coleccionista confiado, rodeado por su familia, en el inmenso palacete de casi 1.500 metros que mandó construir apenas cosechó el fruto de su trabajo en una tierra pródiga. Así, un humilde descendiente de italianos se convirtió en un poderoso terrateniente y protagonista del progreso. La fortuna de Astengocreció cuando diversificó sus inversiones en bancos y bienes inmobiliarios, hizo obra pública y con espíritu filantrópico fundó un teatro. El espíritu de la época sobrevuela la muestra.
Junto a la foto, el diseño del frente de la casa de la calle Córdoba revela las líneas de la arquitectura francesa. Y también era francés el arte que allí se albergó y el origen de su mujer, Antonia Sainte Marie.
No obstante, y a pesar de tan auspicioso comienzo, la exhibición se inicia con un traspié. En el año 1913 Astengoviajó a Europa, volvió con un deslumbrante jarrón de porcelana Meissen, un tesoro del Museo Julio Marc en la actualidad, y una gran tela de Salvatore Rosa, piezas que compró en el palacio Strozzi de Florencia a un noble genuino. Pero también traía pinturas de los grandes maestros, elegidas sin la formación suficiente, al igual que tantas que con frecuencia compraban los argentinos. Creyó que traía Rubens y un Andrea del Sarto, pero los avezados coleccionistas de Rosario lo sacaron pronto de su error. Hoy las pinturas figuran como «atribuidas» a esos artistas.
A partir de ese episodio, el coleccionista aprendió rápido la lección. Para comenzar, buscó los mejores asesores. París era el centro del arte y puso en la mira de sus nuevas adquisiciones el arte francés de la Escuela de 1830. La proveniencia de las obras indica que Astengo se convirtió en un buen cliente de dos galerías, la porteña Viau y Georges Petit de París, ciudad donde frecuentaba los salones. Iba en busca del realismo y el impresionismo francés y tenía como objetivo las obras «cumbre» de cada artista. Sin embargo, al recorrer la muestra si bien reina la calidad, se percibe el gusto personal del coleccionista, su audacia para salir del guión. Hay un alegre tapiz con una escena de Goya y unos llamativos y coloridos gallos de cerámica china. El conjunto está unido por una relación invisible.
Luego, la determinación de Astengo de asegurar la autenticidad de las obras, tiene su correlato en el énfasis puesto por la investigación de los curadores. La exhibición está documentada, brinda espacio a las boletas de compra de varios cuadros. La muestra tiene otro plus: pone en el candelero la dimensión del conjunto y le brinda visibilidad a una colección única que en Rosario, sólo comparable en su estilo a las de Francisco Llobet yAntonio Santamarina. Así, gracias al cuidado y la excelencia de la selección, Astengo integró el grupo privilegiado de coleccionistas cuyas obras acceden a las exposiciones de los grandes museos del mundo, instituciones que legitiman y acrecientan el valor del arte.
Junto con las bellas rosas de Fantin Latour, el luminoso cuadro «La cuidadora de vacas» de Pissarro puso al rosarino en pie de igualdad con sus pares. Los curadores López Carvajal y Montini aclaran: «La procedencia del Pissarro es incuestionable. Figuraba en la exposición que en 1890 el marchante Theo van Gogh le dedicó a Pissarro y en el año 1930 se expuso en París para el centenario del artista».
La crisis de la década del 30 determinó el fin de las compras. En el año 1939 el rosarino presta tres obras, entre ellas el Pissarro, para la muestra del Museo Nacional de Bellas Artes, «La pintura francesa de David a nuestros días», que reúne las más importantes colecciones. Pero frente al temor a las expropiaciones peronistas los tesoros de Astengo ingresan en un cono de sombra.
En 1981, tres hijos de Astengo, Celia, Héctor y María Antonia, legaron parte de la colección a instituciones públicas de Rosario con cargo de exhibición. Uno de los herederos vive en París con la actriz Geneviève Sorya -madre de Anouk Aimée- y volvió a Rosario para crear el gran Teatro Fundación Astengo. La generosidad sobrevive.
En el año 2009 María Antonia donó el Pissarro junto a otras piezas al Museo Castagnino.
Finalmente, los directores de ambos museos, Marcela Römer del Castagnino, y del Histórico, Raúl D’amelio,aunaron sus esfuerzos para presentar la Colección Astengo, con la ayuda de las dos Asociaciones de Amigos.
La muestra se puede visitar hasta el 30 de marzo, de 14 a 20 hs.