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Rosario también tuvo su teatro Colón: lo inauguraron en 1904 y lo demolieron en 1958

Se levantó en calle Corrientes casi esquina Urquiza en lo que ya entones era la zona céntrica. ¿Cómo era la ciudad en ese entonces, qué se podía disfrutar en la sala?, ¿Qué otros teatros hubo? El historiador Rafael Ielpi responde y relata esta historia del pasado rosarino

El entretenimiento es una necesidad humana y los sitios públicos para disfrutarlos son un dato de todas las ciudades. En Rosario hubo varios teatros que ya no están. Uno de ellos fue el Colón. Lo demolieron en 1958 y estaba en Corrientes y Urquiza, que ya por entonces era la zona céntrica de una urbe que, en 1906, sumaba 150.895 habitantes de los cuales el 43% eran extranjeros.

El historiador, periodista y escritor Rafael Ielpi revisa esos momentos y cuenta que al año siguiente de su inauguración, el 24 de mayo de 1904,  los tramways a caballo comenzaban a ser reemplazados por los tranvías eléctricos que convivía con los carruajes de diverso tipo. Dos años después, apareció el primer automóvil: un Dedion Bouton de origen francés introducido por el comerciante René Guillemaut Despecher. “Como se comprueba en las fotografías que se conservan del teatro, éste estaba flanqueado y enfrentado a viviendas y edificios muchas de ellos de dos plantas”, indica Ielpi.

Su construcción comenzó en 1895, pero fue recién inaugurado en 1904. Luis Carpentiero empresario del Teatro Colón (no su  propietario) recordó en unas Memorias inéditas:“Una sociedad formada especialmente para construir un gran teatro, presidida por David Gianelli, le confió al ingeniero Cayetano Rezzara la confección de los planos del coliseo, que se resolvió levantar en la esquina de Corrientes y Urquiza de nuestra ciudad. Las obras quedaron paralizadas cuando la edificación había llegado casi a la primera mitad de los palcos. Algunos años después, fue encomendada al ingeniero Plou la prosecución y finalización de las obras. Que esta vez iban a llegar a buen puerto.

Arturo Suárez Pinto, por su parte agrega otras precisiones en su libro de recuerdos “Hojas secas” (1931): “Después de muchos años que su construcción había quedado en suspenso, un grupo de hombres animosos, entre ellos Alfredo J. Rouillón, espíritu altruista y de empresa, adquirió casi totalmente las acciones de la Sociedad Anónima Gran Politeama —que así debió denominarse el teatro— y con su empuje progresista decidió la prosecución de las obras, a las que, terminadas al finalizar el año 1903, se le dio el nombre de Teatro Colón”. Augusto Plou, de ascendencia francesa pero nacido en Buenos Aires en 1860 y graduado en la Escuela de Arquitectura de París, sería finalmente quien concluiría la construcción del Colón rosarino. Plou realizó la mayor parte de sus construcciones en la Capital Federal, levantando allí, entre otros, los edificios de “La Previsora”, en San Martín 266, y del “Gran Hotel” de Florida y Rivadavia, ya demolido. Proyectó y construyó asimismo la Escuela Industrial de Santa Fe y la Escuela Normal N° 2 de la misma ciudad.

El teatro Colón contaba con una amplia capacidad para los espectadores: tenía 466 plateas y 70 palcos. En su inauguración  se contó con la presencia de una compañía musical italiana, traída especialmente desde su país, para actuar en la primera función. Interpretaron la ópera “Tosca” de Puccini.

Rafael Ielpi explica que tanto en el teatro Colón como en La Ópera, de efímera existencia y devenido hoy en lo que es el Teatro El Círculo (Mendoza y Laprida), tenían programación permanente en sus salas, que rivalizaban por contratar las mejores compañías líricas italianas y a las divas y divos que hoy permanecen como grandes nombres a nivel universal, desde  actrices como Isadora Duncan y Sarah Bernhardt a cantantes líricas como Toti Dal Monte, María Barrientos y Luisa Tetrazzini y voces líricas masculinas sobresalientes en la historia del bel canto (arte del canto según el estilo de la ópera italiana romántica. ) Caruso. También Miguel Fleta, Tito Schippa, Beniamino Gigli, Hipólito Lázaro y muchos otros.

El historiador rosarino señala que como- se advierte en la historia de los teatros pioneros de Rosario – la construcción de los mismos fue impulsada por inmigrantes italianos y españoles que para entonces formaban parte de la burguesía rosarina, poderosa económicamente e insertada en instituciones sociales y empresariales e incluso en los cargos legislativos. Lo hacían, los italianos, para volver a escuchar las óperas que habían formado parte de la cultura de los mismos en su país y en el caso de los españoles, para gozar otra vez de las compañías de zarzuela que llegaban desde Madrid, para ofrecer los títulos más  famosos de aquella música tan cara al pueblo español, en aquel en los finales del siglo XI y principios del XX.

Tenían una audiencia mayoritariamente integrada por hombres y mujeres de la clase de mayor fortuna en las funciones de óperas y teatro. El público más modesto concurría también pero ocupando el “paraíso”, en las alturas de la sala.

Sucumbió a la picota

El escritor Rafael Ielpi cuenta que el teatro se demolió en 1958 por orden del entonces propietario del inmueble, en una demostración de ignorancia, soberbia o vocación por los negocios inmobiliarios, o todo ello junto, ante la indiferencia casi general de los rosarinos y de sus autoridades, los intendentes Luis Cándido Carballo y Juan Lechini.

Se trataba de un reciento escénico de relevancia nacional. En la histórica esquina de Corrientes y Urquiza se levantó la llamada Torre Gricón aún subsistente con  su convencional arquitectura.

En realidad, el Colón era entonces, y sería por mucho tiempo, un teatro digno de enorgullecer a la ciudad. «Esperábamos un gran teatro -dice el cronista de “La Idea”, la revista de informaciones sociales de Suárez Pinto en su nota de la velada inaugural- pero nunca un lleno así, tan grande, tan íntegro. Todo estaba ocupado: plateas, tertulias, palcos y demás localidades. Por todas partes no se ve otra cosa que mujeres luciendo elegantes toilettes y hombres de rigurosa etiqueta… Miramos una y mil veces la sala y nuestro asombro continúa creciendo: ¡Allí está todo el Rosario!”, se extasía antes del balance final no exento de orgullo: No podemos decir ya que el Rosario carece de atractivos y que sus noches son largas, tristes y aburridas: ahora existe el Colón…».  La crónica, de paso, hace un rápido recuento, con las debidas excusas por alguna omisión, de los apellidos de las señoras y señoritas asistentes a la velada, que son los de rigor en la vida social y en la riqueza material de la ciudad. A nadie extraña que éstos sean, por ejemplo, los de Machain, Lejarza, Larrechea, Montserrat, Vila, Thedy, Echesortu, Casas, Rouillón, Castagnino, Schlieper, Aldao, Firmat, Recagno, Arijón, Araya,  Marull, Muniagurria, Marquardt, Colombres y otros tantos miembros de la poderosa burguesía comercial, industrial, ganadera e inmobiliaria de la ciudad, repasa el historiador.

Ielpi indica que si bien habría que ver los diarios de la época  como La Capital, Crónica, La Tribuna, no recuerda protestas ni proyectos de salvataje. Cuando ya habían sido demolidas todas las instalaciones interiores actuó en ese gran espacio el famoso circo Tihany. “ Me acuerdo porque estuve esa noche entre los asistentes a una de las muchas funciones que se desarrollaron en lo que había sido el Colón”, evoca.

Teatro La Ópera, hoy teatro El Círculo

Si bien había existido un teatro La Ópera, de efímera existencia, el que pasó a la historia de la cultura de la ciudad es el que se levanta en la esquina de Laprida y Mendoza con el nombre de Teatro El Círculo, estricto contemporáneo del Colón, ya que ambos fueron inaugurados en 1904, ganando el Colón la carrera por ser el primero en levantar el telón.

Lo que vive debajo del teatro El Círculo: la fosa con una muestra de las obras del escultor Barnes

Sus accionistas se contaban entre lo más granado de la incipiente pero poderosa burguesía comercial rosarina y la mayoría de ellos, si no todos, habían formado o formaban parte de las instituciones representativas de los intereses de la misma, como el Centro Comercial, luego Bolsa de Comercio de Rosario, la Sociedad Rural, los bancos estatales y privados, o del Concejo Deliberante, ocupando bancas de concejales en él: desde Benjamín Ledesma, presidente de la sociedad, a los otros directivos de la misma como Gregorio Machain, Zenón Pereyra, Aquiles Chiesa, Pedro Lino Funes,  Bernardo Rouillón y Lisandro de la Torre y a los accionistas que ingresarían prontamente: Ciro Echesortu, Emilio Schiffner, Eloy Palacios y otros.

Teatro La Ópera, hoy El Círculo

 

Levantó por primera vez su telón el 7 de junio de 1904, con uno de los títulos más arduos del repertorio operístico, el “Otello” de Giuseppe Verdi.

La construcción del gran coliseo teatral había comenzado en rigor hacia 1901, aunque Suárez Pinto consigna en sus recuerdos: Ruinas en inminente estado de desmoronarse parecían hacia fines del año 1903 las obras del edificio para el Teatro de La Ópera que desde muchos años antes se habían emplazado en la esquina de las calles Laprida y Mendoza. El proyecto original del monumental coliseo había sido encomendado a dos prestigiosos ingenieros-arquitectos italianos: Víctor Cremona y Silvio Contri, quienes ya en 1889 habían elevado a la sociedad promotora de la nueva sala, los planos e informes técnicos de la obra.

La crisis del 1890 hizo que el proyecto y la sociedad misma del Teatro La Ópera enfrentaran serias dificultades para seguir invirtiendo en la obra, lo que determinó la paralización de la misma y el paulatino estado de deterioro y abandono señalado por Suárez Pinto en el inicio del siglo XX. Sería Emilio Schiffner el encargado de aportar el capital necesario para llevar adelante el ambicioso proyecto de culminar la construcción que por entonces era conocida como “la cueva de los ladrones”, por servir de refugio la inconclusa estructura a todo tipo de malvivientes: “De pronto, el cuadro cambió y aquellas ruinas sacudiéronse y se animaron. Y en pocos meses lo que era construcción abandonada, esqueleto silencioso, conglomerado de paredes y tirantes en ruinas y refugio de vagos, convirtióse en un gran templo de labor”, se entusiasma el minucioso cronista mencionado.

A comienzos de junio de 1904, el teatro no estaba terminado, ya que faltaban los retoques y detalles de decoración, pero se decidió levantar el telón como se pudiera. Las paredes y columnas fueron cubiertas con telas y gallardetes y la noche del 7, con las damas de beneficencia como encargadas del control de la taquilla y el ingreso a la flamante sala, La Ópera entró a competir con sus rivales teatrales en la ciudad.

Ese día, en su primera página y bajo el título de “Teatro de la Ópera: un edificio monumental”, el diario de Ovidio Lagos consignaba detalles del coliseo que los rosarinos iban a tener desde entonces como uno de sus bienes culturales más preciados. “La Capital” afirmaba al mencionar el mirador del edificio: Está por encima de toda edificación del Rosario, para señalar que allá a lo lejos, se ve el otro mirador del Rosario: el kiosko en que remata la Montañita del parque y que asemeja, a la distancia, la cúpula de una gran pagoda india”.

La arquitectura todavía chata de la ciudad, lo desperdigado de su edificación una vez superado el radio céntrico (reducido, por lo demás), hacía que la descripción fuera totalmente exacta: eran tiempos en que los rosarinos podían darse el gusto de ver, a poca distancia, el comienzo de las quintas, los descampados o las modestas viviendas que, poco a poco, iban a formar parte de barrios después populosos.

Otros teatros anteriores

Ielpi a modo de introducción sobre la historia del teatro Colón y también el de La Ópera explica que no fueron las primeras salas: los antecedieron el Teatro La Esperanza, el Politeama, el Olimpo y el Teatro La Comedia.

Teatro La Comedia

 

En el Rosario anterior a 1900,  ya varios teatros habían abastecido, con mayor o menor comodidad para los espectadores, las necesidades de recreación, de vida social de buena parte de sus habitantes.

El primero de ellos fue el llamado “Teatro Nacional”, levantado en calle Córdoba entre Comercio y Aduana, actuales Laprida y Maipú, respectivamente, por el impulso decidido de un actor al parecer con el suficiente prestigio como para motorizar un proyecto semejante y encontrar, además, quienes le otorgaran su confianza y, lo que es más importante aún, sus aportes económicos: Benito Giménez.

Su  inauguración tuvo lugar el 16 de julio de 1854, con una representación de “Los hijos de Eduardo IV, rey de Inglaterra”. El teatro, construido por Pedro Zamora, no tuvo larga existencia: fue demolido dos años más tarde, en enero de 1856, luego de una función final  de “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla.

El mismo año de la extinción de aquel Nacional pionero, se habilita el “Teatro Nuevo”, aunque el pomposo nombre correspondía en realidad a lo que hasta entonces había sido la “Fonda del Comercio”, que cambiaba abruptamente de rubro pasando de la gastronomía casera a la aventura escénica.

Su inauguración el 27 de enero de 1856, pocos días después del cierre de su colega, se haría con una función de variedades, un género amplio que muchas veces ocuparía el escenario de aquella sala emplazada en Santa Fe 43.

Empeñoso como pocos, y ganado por la pasión por los teatros, el inquebrantable Pedro Zamora reincidiría en 1857 levantando, con Matías Gutiérrez como constructor, el “Teatro de la Esperanza”, en la entonces calle Puerto (hoy San Martín), un vasto recinto capaz de albergar a más de un millar de espectadores, y cuya propietaria era la sociedad conformada por José Olmos y Francisco Navarro.

Teatro La Esperanza

 

Su inauguración tuvo lugar el 21 de junio, con la consabida gala lírica, y funcionó durante once años hasta que un incendio (fatídico fantasma al que se exponen desde siempre las salas teatrales, con ejemplos cercanos y lejanos como los del “Liceo” de Barcelona, el “Argentino” de La Plata, el “Avenida”  porteño, y el de “La Fenice” de Venecia) lo redujo a escombros una noche de 1868.

Al ser reconstruido mudó su nombre por el de “Teatro del Litoral”, siempre en la calle Puerto, para pasar a llamarse luego “La Ópera”, desde 1878 hasta su cierre definitivo en 1885. Fue considerado, en su época de intensa actividad, una de las salas más importantes de la Argentina. A su cierre, como un símbolo de una ciudad a la que muchos achacarían un espíritu excesivamente mercantilista, cerrado a las expresiones artísticas, el local que ocupaba el teatro fue destinado… a una casa de comercio.

A imitación de Madrid, y por la influencia de la significativa colectividad española, la ciudad se haría también de su “Teatro de la Zarzuela”, en 1872, cuyo propietario sería aquel mismo Olmos de la malograda experiencia con el Teatro de la Esperanza. La suya, en cambio, estaba cifrada en una sala para 400 personas, levantada en la entonces calle Progreso, cerca de su intersección con Urquiza y enfrentada a la antigua “Barraca Francesa”. Entre las comodidades ofrecidas se destacaban su módica cercanía con el entonces reducido radio céntrico del Rosario y la iluminación a gas de la zona, que también tenía sus ventajas.

Más importantes que los mencionados, fueron el Politeama, fundado por un famoso artista proveniente del circo, Pablo Rafetto. Fue una sala popular, en realidad una especie de vasto galpón, lo que no impidió que allí actuaran todo tipo de artistas como la compañía de los Podestá -creadores del teatro nacional con su versión de “Juan Moreira”, el éxito clamoroso de José Podestá bajo la caracterización de“Pepino el 88” o el de Frank Brown, el más recordado de los clows en la historia de la cultura popular argentina. El Politeama ocupaba el terreno donde se levantaría luego el Cine Odeón convertido hasta hoy en el Teatro  Fundación Astengo en calle Mitre al 700.

Teatro Politeama

 

En la misma calle, entonces llamada Progreso, pero entre San Lorenzo y Urquiza (en el terreno ocupado ahora por la concesionaria automotriz Pesado Castro) se inauguró el 3 de febrero de 1894 el Teatro Olimpo, proyecto impulsado por Eugenio Pérez, un profesional que convocó a sus amigos dilectos para conseguir capitalistas que financiaran la obra. Una vez obtenidos los fondos, se encargó el proyecto al arquitecto Antonio Soler.

Teatro Olimpo

 

El Olimpo fue inaugurado el 15 de junio de 1871 y se constituyó a partir de entonces en la única sala teatral a la que pudiera mencionarse como tal, con notorias ventajas sobre las existentes, aun las más importantes, a la vez que en un ámbito social también de mucha mayor relevancia. Más de un serio estudioso de la lírica en el país no vaciló en calificarlo como “templo de la ópera en Rosario”. Salvo el gran Enrico Caruso, cuya única actuación en Rosario en 1915 tuvo como escenario el teatro La Ópera, gran parte de la élite de la lírica italiana pasó por el Olimpo.

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