Rosario cuenta con numerosas construcciones de gran valor arquitectónico que guardan parte de la historia de la ciudad. Bellas, llamativas, referentes de estilos que recalaron en la urbe modificados. El pasaje de la Unión Gremial, conocido por muchos pero invisible para la mayoría, es una de ellas. Es un pasillo que tiene entradas por calles Salta y Jujuy. Atraviesa la manzana completa, y en el interior atesora un patio de estilo andaluz que, hoy, sólo disfrutan los habitantes de las viviendas que se levantan a los lados de su extensión. Un túnel del tiempo en otras épocas abierto a todo el mundo que ahora sólo se puede curiosear desde un ingreso con reja. Lo que sigue es parte de su historia.
El pasaje suma varias direcciones: por calle Salta, la numeración va del 2042 al 2066, y por Jujuy del 2053 al 2063. Por Salta su fachada es más vistosa, más cuidada y conservada que por calle Jujuy.
Ana María Ferrini, fundadora del grupo Basta de Demoliciones, un intento por impulsar políticas de resguardo y preservación arquitectónica ante la avalancha de emprendimientos inmobiliarios que borran la historia, le explicó a El Ciudadano que hay en la ciudad varios edificios construidos por la compañía de la Unión Gremial en Rosario. Por ejemplo, el ubicado en Mitre y Córdoba, o el de Santa Fe y Paraguay. El más cercano en sus características al corredor que va de Salta a Jujuy es el Pasaje Pan, dice, que conecta en pleno microcentro a calle Córdoba –al 900– y Santa Fe.
“Tengo una hermosa foto, veo el patio lleno de jazmines y el patio con aspecto andaluz. El edificio tiene dos plantas en cuyo interior se vislumbra un vistoso pasillo, un pasaje colonial al que los arquitectos José Gerbino y Leopoldo Schwarz le dieron un toque pintorezco”, explicó Ferrini. Estudió Letras, pero siempre su pasión es la arquitectura.
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La obra original es del piamontés Abraham Pozzo, que llegó en 1887 a Rosario, 35 años después de que el gobernador santafesino Domingo Crespo declarara ciudad a la hasta entonces villa. El pasaje de la Unión Gremial se construyó en 1893. Un año singular en la ciudad: el de la revolución radical encabezada por Leandro Alem, una época de convulsión política. Y en 1930, cuando el líder de aquel movimiento disruptivo del orden conservador, Hipólito Yrigoyen, fue derrocado por un golpe militar en su segunda presidencia, el pasaje fue reformado por los arquitectos José Gerbino y Leopoldo Schwarz.
“La ubicación es privilegiada. Instalado en un borde del área central, próximo al puerto, al ferrocarril en construcción y al entonces flamante bulevar Santafesino –hoy Oroño–, este original conjunto fue estratégico para el desarrollo de ese sector urbano de reciente formación. Novedoso en su planteo, al tratarse de una calle pasante por el interior de la manzana, cuenta con viviendas y locales de dos plantas sobre ambos frentes y con dos tipos de departamentos. En los años 30, se transformó su apariencia académica original con elementos que le impusieron una imagen andaluza, incorporando bancos y pérgolas para enredaderas que han sido desde entonces un refugio en las tardes de verano. Hoy se conserva impecable gracias al cuidado de sus vecinos”, repasó Ferrini.
“No había ni supermercados ni shopping. Que estuviera cerca al Mercado Oroño era importante además de su novedoso planteo de calle pasante, claro”, contextualiza la importancia en ese otro escenario urbano.
El pasillo ganó lucimiento con las reformas: su impronta andaluza de paredes blancas, bancos y flores, escenificó la infancia de quienes habitaron ese particular rincón de la ciudad. “Te invade el olor de los jazmines que forman un tul”, agrega un sentido a la descripción Ana María.
Hay dos clases de unidades: de dos habitaciones y monoambientes. “Mi amiga Gabriela vivía en un monoambiente, las viviendas estaban todas alineadas simétricamente con el pasillo y el patio”, recordó Ferrini. En un principio, los patios estaban integrados al pasillo. Los tiempos cambiaron, y por seguridad y privacidad se cerraron. “A mí me gusta la frase que dice que la arquitectura es también un lenguaje, es un testimonio insobornable de los tiempos”, señaló sobre las marcas de época que reflejan las construcciones.
La edificación pertenece al patrimonio histórico de la ciudad, por lo que sus propietarios e inquilinos no temen una futura demolición como las que se llevaron puestas a grandes casonas en el centro para ceder el lugar a nuevas, modernas y más chicas construcciones de departamentos.
Ferrini mira otra foto. Tiene varias. Las conserva y comparte en el grupo de Facebook Basta de Demoliciones. “Se ve una reja de los años 30 que da a un pequeño zaguán con baldosas blancas y negras. En la parte superior se ven las siglas U. G.(Unión Gremial). Detrás, se ve una puerta cancel de cedro y vidrio. Hay unas estructuras de madera, son pequeñas puertas que deben llevar a un espacio para guardar todos los elementos del consorcio. La caja de tapones de luz es otro trabajo impecable. Algunas casas conservan la manito llamadora. Cuando atravesás la puerta de madera, se ven las pérgolas pintadas en blanco y rojo y los jazmines que embellecen el entorno”, detalla.
Vivir, crecer y jugar en el lugar
Sandra, Miren e Inés son algunas de las vecinas que viven o han vivido en el pasaje de la Unión Gremial. Las tres comparten la felicidad de haber transitado parte de su vida como vecinas en esas particulares viviendas.
Miren Martinetti compró la propiedad durante la hiperinflación de 1989. “Viví unos 14 años, después lo alquilé. Quedaba sólo una vivienda sin vender, la número 13, se ve que la gente no la quería por (mala) suerte”, recuerda. “La Unión Gremial tenía por disposición vender sólo en cuotas, pero como habían vendido todos y quedaba sólo la número 13, pague dos ó tres cuotas y pude comprarlo al contado. Lo restauré con ayuda de mi hermano, que era arquitecto”, recuerda. Tiene el portero de su casa por calle Jujuy, y vive en el medio del pasillo. Su hija nació allí, literal. Fue hace 25 años. Comenzó con las contracciones, del sanatorio la mandaron de nuevo a su casa por falta de dilatación y cerca de la medianoche el pasaje se alteró con una ambulancia y los médicos que ayudaron a Miren en el parto domiciliario.
Recuerda que sus hijos y los de otras vecinas de casi las mismas edades, como los de Sandra y Silvia, jugaban juntos en el pasillo. “Cuando compré, el pasaje mantenía las puertas abiertas, pero por seguridad las cerraron y sólo acceden los vecinos. Hoy, más que jazmines hay Santa Ritas”, actualiza Miren.
Las viviendas, cuando llegó, eran todas iguales. Tenían el baño fuera, en el patio. Muchos propietarios hicieron refacciones para sortear esa incomodidad. Y aprovecharon los techos altos para ganar espacios con entrepisos.
“El lugar es divino, muy bello, un privilegio disfrutar en pleno centro de un espacio con patio”, completó la descripción Miren aunque ya no vive allí y tiene en alquiler su propiedad.
Tal vez, Juanito Laguna
Sandra Valdettaro vive en el pasaje hace unos 28 años. Y le agrega magia con las dudas sobre un rosarino ilustre que tal vez llegó al mundo allí.
“Siempre me cautivó profundamente. Cuando era estudiante, estaba abierto y lo cruzaba para ir a la Facultad de Derecho –la de Ciencia Política, donde cursaba y que funcionaba en la planta alta del emblemático edificio frente a la plaza San Martín–, y sentía que entraba a un mundo fantástico en pleno centro urbano, simultáneamente entramado y diferenciado de la ciudad. Era internarse a una especie de túnel de enredaderas y plantas de todo tipo, en una especie de semioscuridad que dejaba entrar los destellos de sol, un silencio en el cual retumbaban a lo lejos los sonidos de la ciudad, y una especie de sopor aromático a selva con cantos de pájaros. Era una experiencia tan intensa que me repetía: «Éste es mi lugar, yo voy a vivir acá»».
Una sensación fuerte: «No sabía cómo, pero ya en ese momento sentía que era mi casa”, recordó. En los años 90, leyó un clasificado que promocionaba la venta de uno de los departamentos. Lo compró, y ahora ingresa a esa soñada casa por calle Salta.
“El pasaje es como una zona fronteriza entre lo urbano y lo barrial. Vivir en él permite a la vez sociabilidad y retiro, en el centro de la ciudad y a pasos del río”, enumera las ventajas. “El pasaje es patrimonio urbano de la ciudad, y es habitual que muchas personas se interesen y curioseen. Vienen fotógrafos, se hicieron películas, aparecen turistas, es una atracción en sí mismo a pesar de que se encuentra bastante deteriorado en su fisonomía. Al ser patrimonial, requiere de inversiones importantes de preservación que el consorcio no puede afrontar. El municipio debería invertir en el mantenimiento y la restauración, ya que es único en la ciudad y tiene una historia frondosa. Incluye una controversia sobre si allí nació el pintor Antonio Berni. Forma parte de la historia arquitectónica y cultural de Rosario, y debería estar entre las prioridades del municipio”.
La edad de los hijos
Inés Luque piensa en los años que tiene su hijo: 33, para rememorar cuánto hace que vive en el pasaje. «En los 90, con la hiperinflación, vi un aviso en el diario. Me anoté y cuando me llamaron me vine a vivir así como estaba (el departamento necesitaba varias refacciones). Al principio, pagamos por mes. Luego hicimos un arreglo con la Unión Gremial por el que se podía abonar el resto todo junto. Es un lugar muy bello”, contó.
“Los tres vecinos, del 6, 7 y 9, teníamos todos chicos de las mismas edades y contábamos con piletas chicas en los patios. Ellos se pasaban de una a otra, dejábamos las puertas de los domicilios abiertas y entraban y salían. Nenes y nenas jugaban todo el tiempo, merendaban juntos. La verdad, tuvimos muy buenos vecinos y los chicos, ahora grandes y a su vez también padres, recuerdan aquellas infancias como una de las mejores experiencias”, recreó Inés también con la imagen de las fiestas de fin de año y los cumpleaños compartidos en el pasillo.