Poco después del retorno de la democracia, en 1983, rémoras de la dictadura militar quedaron enquistadas en las distintas instituciones del Estado. En la provincia de Santa Fe, no eran pocos los torturadores que permanecieron en la Policía hasta la gestión de Jorge Obeid. El ministro de Gobierno de ese entonces, Roberto Rosúa, recibió en su casa a El Ciudadano y contó cómo trabajó junto al ex gobernador para limpiar a la fuerza policial.
“Era nuestra decisión y aspiración limpiar a la provincia de quienes habían participado activamente del terrorismo de Estado”, señaló el ex concejal, quien a sus 88 años aún se apasiona cuando habla de política.
Si bien las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que regían en ese entonces dificultaban el trabajo encarado, Rosúa recordó que el Estado santafesino usó mecanismos propios para llevar a delante la tarea: “Esas leyes de impunidad amparaban a una gran cantidad de represores, pero había que tomar la decisión política. La instrumentación no era fácil, pero estaba al alcance de la mano: a quien debíamos expulsar, lo poníamos en espera de destino para que pase a disponibilidad y posteriormente sea sacado de la fuerza”.
Rosúa tiene una larga trayectoria política, que comenzó en la década del 50. Fue ministro de Gobierno provincial de Carlos Sylvestre Begnis y de Obeid, concejal de Rosario, convencional de la reforma de la Constitución provincial de 1962 y presidente del Colegio de Abogados.
Según recordó, el sistema político argentino era muy distinto antes del golpe del 24 de marzo de 1976. “Había un marcado señalamiento de la actividad partidaria. Cada partido tenía un amplio despliegue territorial y formaba cuadros políticos, eso ya no está más y la última dictadura cívico-militar tuvo mucho que ver”, analizó Rosúa, cuyo hijo Fernando y su sobrino Martín también se dedican a la política; uno por el Movimiento Evita y el otro por la Unión Cívica Radical, respectivamente.
El ex concejal, quien comenzó su militancia en el radicalismo intransigente de Arturo Frondizi, resaltó que la última dictadura “destruyó los partidos, atacó duramente las organizaciones sindicales y barrió con la militancia entusiasta, romántica y valiente de enormes sectores de la juventud”, un capital que aún no logró recuperarse completamente.
“El golpe del 76 marcó un antes y un después: dividió la realidad, la historia y el futuro de la Argentina. De todas las dictaduras, fue la más cruel y con mayor penetración en todos los sectores de la sociedad. A los militantes nos marcó a fuego”, señaló Rosúa, quien fue preso político durante el gobierno de facto.
—¿Con qué dificultades se encontraron a la hora de echar de la Policía a quienes habían participado de torturas?
—Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final entorpecían nuestra tarea, pero teníamos la decisión política de hacerlo y lo legramos. Junto a Obeid, hablábamos con la gente y existía un gran reclamo frente a la permanencia de efectivos policiales que habían sido torturadores.
Era nuestra decisión y aspiración limpiar a la provincia de quienes habían participado activamente del terrorismo de Estado. Esas leyes de impunidad amparaban a una gran cantidad de represores, pero había que tomar la decisión política. La instrumentación no era fácil, pero estaba al alcance de la mano: a quien debíamos expulsar, lo poníamos en espera de destino, para que pase a disponibilidad y posteriormente sea sacado de la fuerza.
A cada uno de nosotros le toca, en alguna circunstancia, tomar decisiones que tienen importancia y pueden gravitar sobre acontecimientos futuros o en el juzgamiento del pasado. A mí y a Obeid nos tocó esa responsabilidad, y sacamos de la Policía a los torturadores que habían asolado la provincia.
—¿Cómo era el sistema político antes del golpe del 76 y qué cambió después?
—Mi militancia era en la intransigencia de la Unión Cívica Radical (UCR), de Arturo Frondizi. Tanto en nuestra agrupación política como en las demás, había un marcado señalamiento de la actividad partidaria. Los partidos tenían fuerza, estructura y despliegue territorial, pero además eran formadores de cuadros políticos. Si existía una ruptura, era de fondo, como la que sucedió en el radicalismo.
En la ciudad de Rosario, la intransigencia tenía 25 locales seccionales, con movilización de afiliados, discusión doctrinaria, asambleas; es decir, una fuerte vida partidaria. Eso no está más.
Sin ninguna duda, el golpe del 76 marcó un antes y un después: dividió la realidad, la historia y el futuro de la Argentina. De todas las dictaduras fue la más cruel y con mayor penetración en todos los sectores de la sociedad. Destruyó los partidos políticos, atacó duramente las organizaciones sindicales, barrió con la militancia entusiasta, romántica y valiente de enormes sectores de la juventud. A los militantes nos marcó a fuego, muchos estuvimos presos y sobrevivimos, pero otros no. Fueron años de mucha angustia.
—¿En qué fallaron los partidos políticos para que se llegue a esa situación?
—Hubo fallas intrínsecas del modelo de partidos, pese a la fortaleza. Pero el golpe fue una consecuencia de la fuerte acción disolvente de los sectores corporativos, quienes utilizan los partidos para su beneficio o los barren. Había mucha fe y entusiasmo, pero el enemigo tenía un altísimo voltaje.
Desde mi punto de vista, más allá del empaquetamiento no militar, sino civil, a esos sectores los estamos viendo regresar. Las grandes corporaciones también han mutado, pero conservan sus características de manejo del poder y de la utilización de los recursos del Estado y la sociedad.
—Tras el retorno de la democracia, ¿costó rearmar esa estructura partidaria?
—La fortaleza, el despliegue territorial y la formación de cuadros que tenían los partidos antes del 76 son cosas que no pudieron reconstruirse. Sin embargo, hubo un hombre fundamental, que fue Raúl Alfonsín. Lo que hizo Alfonsín fue un hito importante en la construcción democrática del país, a pesar de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que significaron un retroceso. Pero el histórico Juicio a las Juntas es suficiente para su lugar en la historia.
—¿Cree que hubo falta de experiencia por parte del peronismo de ese entonces en las prácticas democráticas?
—Algo no funcionaba dentro del peronismo. La famosa quema del cajón de Herminio Iglesias nos mostró que el peronismo fue sorprendido por el sistema democrático, al que no estaba habituado, y pagó sus errores con la derrota electoral.
Sin embargo, tanto en el peronismo como en el alfonsinismo, hay elementos constructores de democracia y ciudadanía.