La noticia sacudió redes sociales, agencias y redacciones de todo el planeta. Con sólo algunas variantes menores, ni siquiera matices, el título de este martes era prácticamente calcado en el idioma en que se tratara: “Rusia tiene la primera vacuna contra el covid-19”.
Con el correr de los minutos, ni siquiera de un lapso más prolongado, se publicaron casi en simultáneo ampliaciones, reparos por parte de la Organización Mundial de la Salud, dudas de científicos. Una fue la confirmación, por parte del propio presidente ruso, Vladimir Putin, de que una de sus dos hijas –o María o Katia, no aclaró– se había inyectado el preparado llamado Sputnik, en homenaje al primer satélite construido y puesto en órbita por la humanidad, en 1957.
Otra que a la vacuna todavía le restaban puntillosos testeos antes reconocerla como tal. Pero todo ello no hizo titubear en modo alguno a Putin, quien aseguró que el desarrollo es “eficaz” y que genera “inmunidad estable” a las personas frente al coronavirus.
Lo que sí llegó con el correr de las horas fueron los memes, ya que el anuncio puso en marcha la fábrica mundial, y diseñadores gráficos de todo el planeta pusieron manos a las obras, que ya empezaban a convertir al controvertido líder ruso, antiguo agente de la KGB y ya con fama previa, en un ícono global, montando y galopando desde osos hasta tiburones, aplicando una dosis al presidente estadounidense Donald Trump, o dando la pista de cómo será el “nuevo orden mundial”, que denuncian hasta desgañitarse los anticuarentena.
Esto, aunque en el horizonte se vea con claridad que no viene ningún comunismo, y que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (no la Unión Cívica Radical) implosionó hace ya tiempo, en la Navidad de 1991, de la que el año que viene se cumplirán 30 años.