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Russian Doll, el loop de morir y nacer todos los días

Entre la comedia negra, el absurdo, el drama familiar y la duda existencial, “Russian Doll” es una experiencia fascinante, tan graciosa como desestabilizadora, en donde una mujer, tras fallecer, reinicia todos los días el mismo momento de su vida

Por Gustavo Galuppo Alive
Especial para El Ciudadano

No es fácil abordar la serie Russian Doll sin delatar giros argumentales que hacen a la sustancia del relato y a la creciente fascinación que logra producir. Uno en particular, un giro del que claro, aquí, no se hará mención. Valga por lo tanto una aproximación algo sesgada a esta propuesta de la cadena Netflix que, por esta vez, parece ajustar finalmente el tono de una de sus producciones originales, entre las ideas y vueltas de la “codicia”, y entre los tejes y manejes de sus procesos desubjetivantes.

 

Declinación del tiempo lineal

 

En principio la propuesta remite directamente a la simpática El día de la marmota, aquella película de Harold Ramis de 1993, protagonizada por un gran Bill Murray y estrenada en Argentina como Hechizo del tiempo. Pero también, y quizás mas directamente, al fallido producto de terror adolescente Feliz día de tu muerte, con la cual también se emparenta, pero solamente en relación al punto de partida; lo demás, afortunadamente, es otra cosa muy diversa. Allí donde en Feliz día… todo se reducía a una cadena hueca de estereotipos y lugares comunes, en este caso por el contrario, el juego va desplegando capas de sentido superpuestas y cambios de tono que enriquecen la perspectiva de la historia. Resulta claro ya, ante esas referencias, que el eje de la anécdota de Russian Doll gira en torno a una declinación del tiempo lineal, un tiempo que, para un determinado personaje, deja de marchar en línea recta para comenzar a morderse la cola y dejarlo/a preso en un loop inexplicable. Nadia Vulvokov muere todos los días en accidentes absurdos, y en ese punto, su vida se reinicia para volver siempre al mismo momento.

 

Cualquier muerte es posible

 

Nadia Vulvokov (una desbordada pero efectiva y finalmente entrañable Natasha Lyonne) está en la fiesta de su cumpleaños número 36 y termina de arreglarse frente al espejo del baño. Al salir, tras un par de situaciones, muere atropellada mientras busca a su gato perdido (dato no menor en el desarrollo de la historia). En realidad, en el accidente no muere estrictamente, sino que su vida se reinicia: Nadia, tras su muerte, vuelve a estar en el baño de la fiesta, frente al espejo. Y al salir, siempre muere, una y otra vez, de distintos modos y habiendo pasado distintos lapsos de tiempo desde el reinicio en el baño de su fiesta. Cae en un pozo, cae de las escaleras (una vez tras otra, en una secuencia memorable), se atraganta con una hueso de pollo. Cualquier muerte es posible, un estallido, un choque, un ascensor que cae, el reinicio llega de formas tan insospechadas como, ya se sabe, inevitables. Nadia lo atribuye a las drogas, a la locura, a una maldición. Y es que Nadia es una mujer impulsiva, descreída, irresponsable y corrosiva, casi una snob inadaptada, y el personaje está delineado con inmediatez en trazos algo gruesos pero acordes al tono general. Nadia es una ruina, un desastre, pero ese desastre, claro, tiene muchas aristas. En ese punto del relato (apenas comenzada la serie, en el primer capítulo) el tono es el de una comedia negra sofisticada, plagada de diálogos “inteligentes” y réplicas rápidas, ingeniosas y ácidas, intercambios que acentúan una visión paródica del entorno snob y ricachón de la protagonista. Todo desde un clima absurdo que produce una distancia algo incómoda por la evidencia de la pose. La entrada a ese universo de snobs conflictuados puede resultar un poco áspera y difícil, pero de inmediato el relato deja entrever que esa es, apenas, una de las capas, y de seguro la más falsa y engañosa, y que la propuesta despegará con rapidez con una profundidad insospechada. Sumamente astuta, la narración propone una cosa determinada para desmantelarla al instante. Y a eso contribuye la duración de los episodios, apenas ocho de 25 minutos cada uno. Una forma clara de entender la dinámica de las series.

 

Vidas dañadas

 

Ahora bien, tras la primera impresión: señora snob atribulada por las inconsistencias de su vida superflua y enrevesada en intercambios “inteligentes” y “cancheros” con los habitantes de su sofisticado entorno de ricachones (como un Woody Allen de esta década, drogón y aún mas superficial, que muestra todos sus hilos –quizás, como el mismo Allen no ha dejado de hacer desde hace décadas–), el relato comienza a ejercitar una serie de argucias que apilan y superponen capas de sentido al conflicto planteado. Y la cosa cambia. Entre la comedia negra, el absurdo, la pose pseudo intelectual, la sofisticación remanida de manual, el fantástico, el drama familiar, y la duda existencial, Russian Doll pega un salto de inmediato y se vuele una experiencia fascinante y adictiva, tan graciosa como desestabilizadora. ¿Por qué? Por que las creadoras de la serie tienen el impulso y el tacto precisos de tomar como punto de partida lugares comunes y un efecto fantástico catalizador para construir después un entramado que se dispersa en capas de una profundidad dramática creciente. Y es que desde allí, desde el punto de partida algo trillado, la(s) vida(s) de Nadia y de sus cohortes rocambolescos comienzan vertiginosamente a exponer los pormenores dramáticos de las vidas dañadas, el fracaso insoslayable, y la soledad. Todo en Russian Doll comienza a hablar entre risas incómodas de un mundo que se cae a pedazos o que se extingue si el cuidado mutuo no es ya posible.

 

Un eterno retorno

 

Hay algo en todo esto, y salvando muchas distancias (tono, forma, historia, y un largo etc.), de lo que planteaba Paul Thomas Anderson en su maravillosa Magnolia: si no subsisten el cuidado mutuo y el amor, sólo resta el apocalipsis, o la soledad, que sería algo similar pero en otra escala (¿menor?). En aquel caso, la hermosa alegoría bíblica de la lluvia de sapos sellaba la inminencia del desastre; en éste, un mundo en bucle que va perdiendo energía y del que sus cosas habituales comienzan a desaparecer en cada vuelta hasta que, se sabe, no quede nada; nada de nada, ni un pez ni un gato ni un anillo ni una fiesta. Ni siquiera la posibilidad de una vuelta mas para seguir ensayando correcciones a tientas. Este loop parece también tener un final. Y es que la vida subsiste, pero no a cualquier precio, no de cualquier modo. Y Nadia Vulvokov tiene que recorrer un intrincado camino de capas superpuestas, de universos disgregados, de muñecas menores salidas del interior de otras mayores, de caminos laterales que conducen a vidas alternativas selladas siempre en la imposibilidad de detener el daño que a cada quien se le ha hecho y el que cada quien propaga. Nadia tiene que pasar por todo ese derrotero tragicómico con su indomable energía para descubrir, tal vez, que esta disfunción temporal no era tal cosa, sino la oportunidad  de redimensionar la vida misma en la perspectiva de un eterno retorno.

 

Festividad colectiva

 

Como se decía al comienzo, no es fácil dar cuenta de Russian Doll sin revelar algunas cuestiones que hacen a lo sorprendente de su desarrollo. Sin embargo, mas allá de las precisas y fascinantes argucias narrativas, lo mas punzante es el modo en que la serie apunta hacia su eje: los pormenores en donde se atisba la desaparición progresiva de un mundo en común, pormenores que no son sino la certificación de que el apocalipsis no será un acontecimiento extraordinario, sino apenas la lenta dispersión del mundo en pequeñas soledades, hasta que no quede nada. ¿Es entonces Russian Doll una fábula moralizante? En parte sí y en parte no, el espesor de los personajes y el peso de sus contradicciones convierte a la propuesta en una suerte de fábula abierta y algo disfuncional que incluso cierra (sin spoilers) con un bello regalo:  el multiverso haciendo implosión en una caravana de marginales irredentos, procesión pagana y festiva musicalizada con la inolvidable “Alone again or”, de Love. Bello obsequio que deja repicando sensiblemente los ecos de esa enorme canción en la festividad colectiva de una esperanza arcaica renovada.

 

RUSSIAN DOLL

NETFLIX

1 TEMPORADA  8 EPISODIOS

Creadores: Natasha Lyonne,Amy Poehler, Leslye Headland

Intérpretes: Natasha Lyonne, Charlie Barnett, Greta Lee, Elizabeth Ashley

10