En el Hospital Modular de Granadero Baigorria el protocolo para que familiares puedan ver a pacientes graves de covid-19 se activa entre dos y cuatro veces al día. Cada persona que entra a la sala de terapia intensiva puede quedarse 15 minutos. Muchas veces es la última oportunidad que tienen para ver a su ser querido, casi siempre inconsciente, y con respirador artificial. Hasta hace tres meses esa posibilidad no existía en la provincia. Antes, cuando una persona moría por covid-19, sus familiares no tenían la posibilidad de despedirlo. A Patricia Saganias, directora del servicio de salud mental, no le gusta decirle el protocolo de despedida. Sabe que hay una carga emocional en la palabra y, aunque no la digan, la sienten todos los días.
Con el equipo de 30 trabajadoras y trabajadores de salud mental a su cargo, se ocupan de hablar con familiares antes y después de la entrada a terapia y les ofrecen atención para lo que se viene. También atienden a pacientes que no están tan graves y buscan formas para que el aislamiento les sea más leve, a través de juegos y entretenimientos. Además, son el soporte emocional y telefónico del personal de salud que desde hace 9 meses está en la primera línea de atención de covid-19. Ese borde que, de tanto nombrarlo así, parece perder el sentido de trinchera de guerra que tuvo al comienzo de la pandemia. Al salir de trabajar, Saganias atraviesa Circunvalación y entra en Rosario. Ve el movimiento de la ciudad, la gente en la calle, en bares, en plazas, la poca distancia social y el tapabocas a la altura cuello. Siente que vive en realidades paralelas: la de adentro del hospital donde la pandemia no da tregua y el agotamiento es cada vez mayor. Y la de afuera, donde parece que la post-pandemia ya llegó.
El hospital modular de Granadero Baigorria es uno de los 13 que abrieron durante la pandemia en distintos lugares del país para la atención covid-19. Los recursos humanos son, en su mayoría, del Eva Perón. Se inauguró el 28 de julio con el anuncio de 76 camas críticas nuevas, cuando el crecimiento exponencial del virus todavía no era una realidad en Santa Fe. Ese día de invierno en toda la provincia había apenas 22 personas internadas en salas comunes y otras 6 en terapia intensiva, de un total de 972 casos registrados desde marzo. Las y los trabajadores de la salud caminaban por un hospital casi vacío y la sensación de inminencia.
En pocos meses la situación cambió por completo. Para fines de agosto y los primeros días de septiembre los casos se multiplicaron y la cifra que en julio sumaba el total de la pandemia pasó a ser un número cotidiano, con entre 800 y 1200 casos diarios y hasta 70 cada 24 horas. El sistema sanitario del Gran Rosario estuvo al borde del colapso y más aún quienes trabajan en él. Las camas anunciadas cuando se inauguró el Modular eran en realidad 24 de terapia y 32 de clínica general. El lugar tiene capacidad para más camas pero no se pueden habilitar porque no hay recursos suficientes para garantizar la atención. Saganias cuenta que desde hace tres meses están al límite pero lograron no entrar en colapso. La saturación no se siente en la cantidad de camas pero sí entre las y los trabajadores.
El equipo de Salud Mental viene trabajando en el Eva Perón desde hace 5 años en varias líneas: consultorio, atención de situaciones de crisis en la guardia, interconsulta de otras especialidades, la consejería de salud sexual y reproductiva donde dan anticonceptivos y garantizan abortos legales y hasta en la parte cultural, con distintos talleres. Está formado por operadoras y operadores comunitarios y profesionales de la psicología, psiquiatría, trabajo social y abogacía. Con la pandemia tuvieron que cambiar por completo la forma de trabajo. Los consultorios pasaron a ser virtuales (salvo casos excepcionales), abrieron la atención telefónica para el personal, establecieron visitas domiciliarias y provisión de medicación casa a casa para quienes lo necesitan.
Al pasar al Hospital Modular aparecieron nuevas dinámicas. Armaron equipo con el resto de las especialidades médicas para atender cualquier urgencia que surgiera en pacientes que estaban en las camas de clínica general. Tuvieron que conseguir juegos y entretenimientos para que las y los internados pasaran el aislamiento. Juntaron revistas, sopas de letras, sudokus, cuadernos y lápices para escribir y dibujar. Hace dos semanas lograron que instalen dos televisores. “Sin contacto con familiares, pasaban muchas horas sin ninguna actividad. Con lo que implica en el estado de ansiedad, de lo incierto de la evolución clínica, el temor del agravamiento del cuadro y vivir todo eso en soledad”, explica Saganias.
Trabajar con la muerte
La tarea más difícil que afronta el equipo de Salud Mental es, sin dudas, el acompañamiento a las personas que tienen familiares en terapia intensiva. Hace tres meses el modular de Baigorria incorporó el protocolo que permite entrar a ver a pacientes en estado crítico con riesgo de muerte y con asistencia respiratoria. El protocolo funciona de la siguiente manera: los terapistas convocan al equipo de Salud Mental y les dicen cuáles son las y los pacientes que están en esa situación. “Nosotros hablamos con los familiares y evaluamos cuál puede entrar. No puede ser mayor de 60, estar embarazada, tener patologías de riesgo o síntomas compatibles con covid”, cuenta Saganias.
Hay dos turnos en el día para que entrar, a las 13.30 y a 16. Las y los familiares hacen una entrevista pre-ingreso, firman un papel y entran al Hospital Modular, donde en Enfermería le dan todos los elementos de protección. Pueden estar apenas 15 minutos. Al salir y después de sanitizarse, el equipo de Salud Metal los espera.
“Se dan situaciones muy difíciles porque salen muy movilizados. Se le ofrece seguimiento telefónico con el equipo hasta que muera la persona o hasta que el familiar quiera. Se puede seguir atendiendo con nosotros mientras buscamos una referencia en Salud Mental en su territorio para que pueda continuar tratamiento”, explica Saganias.
La psiquiatra, que también fue directora de Oliveros, cuenta que en estos tres meses han visto a muchas personas morir: “Activamos el protocolo entre 2 y 4 veces por día. Ha habido gente que se ha muerto y no hemos podido activar el protocolo porque la evolución del virus es muy rápida. Vemos pacientes que estaban bien y de repente pasan a terapia y mueren. La entrada en terapia es bastante compleja porque irrumpe en urgencias y requiere mucha protección. Pero poder tener un contacto físico y visual con su familiar es muy importante en los procesos de duelo”.
En las últimas semanas, el equipo trabaja en la posibilidad de activar el protocolo con pacientes que están en una situación crítica sin riesgo de muerte y lúcidos. “Hoy cuando los familiares entran encuentran a sus seres queridos inconscientes. En las primeras semanas pasaba que fallecían y lo habían visto 10 días atrás en estado de salud no tan grave y no tenían oportunidad de despedirse. Por suerte pudimos encontrar la manera”, agrega.
Para el equipo de Salud Mental se trata de una experiencia en la cual tuvieron que redefinir la forma de trabajar. “Los momentos de sobrecarga y angustia también están diariamente para nosotros. Hoy estamos más organizados pero no menos angustiados”, dice Saganias.
No relajar
Saganias nunca se imaginó sosteniendo un equipo de atención en medio de una pandemia. Una de las cosas que le resultan más difíciles, además del cansancio, es ver que a su alrededor las medidas sanitarias se relajan cada vez más. “Una escucha que la pandemia se va aplacando y ya pasó, pero la pandemia está con nosotros. Los trabajadores de la salud seguimos preocupados por los contagios masivos, la saturación de sistema de salud y la falta de camas para dar alojamiento. Además del temor al propio contagio. Sentimos que vivimos en realidades paralelas a la sociedad”, opina.
Consultada sobre cuál es el rol del Estado con relación a las medidas dijo: “El Estado en todos sus niveles debe ser garante de las medidas que evitan la propagación del virus. Y garante del acampamiento a los equipos de salud que están en primera línea del enfrentamiento de la pandemia”.
Mientras eso sucede, el equipo sigue garantizando la atención. Saganias tiene una expectativa y un deseo por encima de todo: que llegue la vacuna y que la reciba la mayor parte de la población. Después quedará la postpandemia, en donde el equipo tendrá que volver a repensar la forma de trabajo para atender las consecuencias de lo vivido en el último año.
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