Decepción. Tristeza. Impotencia. Argentina está con un pie afuera de Rusia tras tan sólo dos partidos y la primera sensación es que esto podía pasar. La selección llegó a la Copa del Mundo por una noche iluminada de Messi en Quito, pero lejos de corregir un proceso previo bochornoso, Sampaoli y Chiqui Tapia lo único que hicieron fue proyectar esa anarquía de manera incomprensible.
Es fácil pegarle a Messi. Y tampoco está mal, ya que el mejor jugador del mundo estuvo desaparecido en un partido donde el equipo lo necesitaba a pleno. Al crack del Barsa no le sale ser líder desde el empuje, y con un equipo tan anárquico, sin jerarquía a su alrededor, no debería sorprender verlo deambular la cancha sin siquiera mostrar rebeldía.
También se puede ir por un atajo sencillo y caerle a Caballero. Obviamente el arquero fue el culpable de la apertura del marcador tras una pifia inexplicable e injustificada, pero su presencia en el arco fue producto de un proceso de selección del entrenador imposible de explicar. Un arquero suplente en Europa se quedó con la titularidad por un buen partido con Italia y a pesar de haber recibido cinco de España unos días después. Pero ponerlo a Armani era aceptar que se lo puso la prensa y Guzmán parece no estar en el radar del DT.
Pero Messi no es el culpable de este bochorno, tampoco la pifia de Caballero, el autor intelectual de dos presentaciones argentinas decepcionantes tiene nombre y apellido: Jorge Sampaoli. Un entrenador al que le quedó enorme el puesto, que cada decisión que toma genera más confusión. Desde el armado de una lista con ausentes injustificados, en especial Icardi; hasta la preparación inexistente del equipo, sin amistosos, cambiando en el día a día para desorientar a sus propios futbolistas.
Es inaceptable que en el segundo partido del Mundial Sampaoli cambie esquema, ponga en cancha a un jugador que había quedado fuera de la lista como Enzo Pérez, y que salga a un partido decisivo con Croacia con futbolistas como Meza, Salvio, Pérez, Mascherano y Acuña, que hace un mes pocos imaginaban titulares. Ver al entrenador albiceleste insultando a un jugador croata en un lateral es la muestra más grande de esa argentinidad mal entendida que nos está llevando a un fracaso mundial. Una vez más creímos que no hace falta planificar, que el talento nos va a alcanzar, que la improvisación está bien, que somos los mejores del mundo… una vez más pecamos de soberbios. No aprendemos más.