Por Pablo Yurman (*). ¿Cómo reflexionar sobre la figura del Libertador general José de San Martín sin caer en frases trilladas o lugares comunes? Es un desafío que acepto gustoso por entender que, en definitiva, siempre conviene tratar de comprender más detalladamente los anhelos, ideales y conductas de quienes dieron todo por nuestra independencia.
Con frecuencia generación tras generación los argentinos hemos reconocido en San Martín el genio militar que, ciertamente comparable con grandes estrategas de todas las épocas, logró al frente del Ejército de los Andes coronar una campaña militar de liberación de medio continente que para muchos era irrealizable.
Menos común, en cambio, es imaginárselo opinando, cuando no interviniendo personalmente, en la política de entonces. Algunos consideran que no es casual que la historiografía presentara a las futuras generaciones un San Martín lavado, despojado de opiniones de alto voltaje político, rescatándolo sólo como un estratega militar. Detengámonos un poco en el hombre político.
San Martin contra Alvear
A poco de desembarcar en el puerto de Buenos Aires, procedente de Europa, el 8 de octubre de 1812 San Martín protagonizó, junto con otros militares como Carlos María de Alvear, una revolución contra el Primer Triunvirato que no se decidía a dar el paso hacia la independencia. A partir de la instalación del Segundo Triunvirato se convocó a todos los pueblos a enviar diputados a la Asamblea General que se instalaría en Buenos Aires y pasaría a la historia como la famosa Asamblea del Año XIII.
Esa revolución que tuvo al futuro Libertador como protagonista se hizo entonces para declarar la independencia de estas provincias y constituir políticamente el Estado. Fueron éstas las banderas con las que San Martín debutó en la política criolla. Pronto se desilusionaría.
El júbilo de octubre daría paso, en cambio, a la decepción posterior por la pobre labor de la Asamblea, la cual, por no declarar la independencia a instancias de Carlos María de Alvear, se dedicaría a sancionar leyes más cosméticas que de fondo. Fue entonces que San Martín, que había luchado hasta el último instante para que la Asamblea no traicionara los fines para los que fue pensada, habiendo perdido la partida frente a Alvear decidió dedicarse a los aprestos militares que incluirían, en una primera etapa, la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo que lucharía poco después en San Lorenzo.
El boicot
Pocas cosas entristecieron más al Libertador que la mezquindad y hasta la hostilidad con la que el grupo liderado por Rivadavia hizo lo imposible por privarlo de dinero, pertrechos y hombres para su hazaña libertadora de Chile, Perú y Ecuador. Esa actitud propia del unitarismo porteño que vivía encerrado en su microclima portuario no hizo retroceder al Gran Capitán, que siguió adelante procurando que no se perdiera la unidad territorial, cultural y económica que, con todos sus bemoles, con todas las críticas que se le pudieran hacer, los españoles habían logrado mediante la creación de los grandes virreinatos.
Era la lucha civil que se daría en todo el continente, entre quienes, por un lado, intentarían denodadamente conservar la unidad heredada de España (el héroe estaba indudablemente entre éstos), frente a quienes, por otro lado, avivaban las tensiones separatistas y dirigían sus acciones hacia un continente tapizado por un mosaico de micro Estados, condenados a la más absoluta irrelevancia internacional.
Esta última facción no se vería privada de la simpatía y la ayuda de aquellos intereses que, desde afuera, pretendían sustituir a los españoles en el control del continente.
El encono con Bernardino Rivadavia quedaría claramente expresado cuando años después, en ocasión del golpe del 1º de diciembre de 1828 que derrocó a Manuel Dorrego, en carta a O’Higgins, San Martín diría: “Por otra parte, los autores del movimiento de diciembre, son Rivadavia y sus satélites y a Ud. le constan los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo al país, sino al resto de América con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honra ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado.”
El sable de la independencia
Desde su exilio en Francia, lejos de lo que pudiera suponerse, San Martín siguió atentamente la realidad hispanoamericana, solidarizándose con la Confederación Argentina, liderada entonces por Juan Manuel de Rosas, al sufrir las agresiones militares, por parte de Francia en una primera etapa, y luego por Francia e Inglaterra en forma combinada.
Siempre observó con beneplácito al federalismo criollo, lo que no le impidió apercibir en ocasiones a algunos de sus caudillos y advertirles los peligros de caer en un localismo que era más bien una visión “de campanario” que impedía o atentaba contra una visión de conjunto de la realidad latinoamericana de entonces.
Llegó a tener un gesto inédito, toda una definición proviniendo de un militar de raza, para quien su sable y su caballo tenían un sentido inmenso. En su testamento se lee: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur, le será entregado al Excmo. Señor General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.
Algunos han dicho que el Libertador ya estaba muy anciano y poco informado sobre la figura de Rosas. Pero entiendo que debe descartarse esa crítica por varias razones, entre las cuales me limito a señalar que el testamento fue escrito en 1844, es decir seis años antes de su muerte, lo que autoriza a considerarlo plenamente lúcido al momento de extenderlo. Y por otra parte, su copiosa correspondencia con un sinnúmero de personas prueba que, por aquellos años, estaba completamente al tanto de la política sudamericana, como lo estuvo toda su vida.
(*) Abogado, docente de la cátedra de Historia Constitucional Argentina en la Facultad de Abogacía de la UNR.