Meses de cabildeos desembocaron en la ley que autoriza al gobierno de Miguel Lifschitz a emitir deuda en el extranjero por 500 millones de dólares para obra pública. Las dos últimas semanas fueron especialmente intensas, con borradores y contraborradores, ministros instalados en los despachos del Senado para discutir condiciones con la dura oposición justicialista. Y miércoles y jueves pasados no hubo descanso: “Creo que quedó una huella entre la Cámara de Diputados y la de Senadores de tanto que tuve que ir y venir”, graficó uno de los legisladores que negoció por el oficialismo. La composición de las cámaras, una en manos del Frente Progresista y la otra del peronismo, obliga a trabajosos consensos que en este caso eran a dos bandas, porque había apuro para que la letra final fuera convalidada por ambas cámaras en la misma tarde, como finalmente ocurrió.
Tanto se gastó saliva, se consumió café, que a la hora de aprobar la ley casi no hubo debate. El paso del proyecto por la sala de sesiones fue fugaz, con expresiones escuetas de unos pocos legisladores que se limitaron a sentar posición, que lejos estuvieron de reflejar las intensas negociaciones por la asignación de las cuotas de obra pública que exigieron los senadores para sus departamentos.
Con y sin el 15%
Con la autorización para emitir deuda por 500 millones de dólares y 11 mil millones de pesos de presupuesto 2016 para obras públicas, Lifschitz está sentado sobre una torta de recursos para infraestructura sin precedentes.
Desde enero llega, al igual que a Córdoba y San Luis, el 15% de coparticipación que antes retenía el gobierno y que la Corte Suprema ordenó reponer a las tres provincias.
Para Santa Fe son algo más de 500 millones de pesos mensuales, que llegan de forma automática y regular, variable clave para que los ministros Garibay y Schneider puedan sostener un ritmo parejo de licitaciones y ejecución de obras en todo el territorio. Además, la ley de presupuesto blindó esos recursos: Lifschitz sólo puede destinarlos a bienes de capital, con lo cual la maquinaria de la obra pública está bien alimentada.
El 15% también oxigena a municipios y comunas. Por eso, por ejemplo, a pesar de la recesión económica, Rosario vive el año no electoral con más obra pública en mucho tiempo. Mientras los proyectos de mayor escala quedaron reservados para el financiamiento provincial y nacional (Metrobus, remodelación de 27 de Febrero, calles Junín y Rivarola, el acuario y cloacas, entre otros), el gobierno municipal enfocó estratégicamente en intervenciones medianas y pequeñas, en parte destinadas a recuperar terreno en el déficit de mantenimiento urbano que arrastra la ciudad.
Una postal parecida se ve en otras localidades y pequeñas ciudades. Si bien no se puede generalizar, la percepción del 15% compensa la caída de los ingresos tradicionales como resultado de la recesión.
Los números muestran que de no ser por ese bendito 15%, Santa Fe estaría corriendo la coneja como muchas otras provincias.
Aunque ayer Economía no había terminado de cerrar los números de junio, los ingresos del primer semestre (sin tener en cuenta el 15%) fueron levemente superiores a lo presupuestado (crecieron algo los ingresos propios y cayeron los giros nacionales) “Como mucho 3%”, estimó el resultado el ministro Saglione. El incremento está muy lejos de cubrir el impacto inflacionario sobre las cuentas del Estado.
Una decisión histórica
El gran responsable de que Santa Fe y el resto de las provincias se reencuentren con el 15% de coparticipación es Hermes Binner. Su decisión de reclamar ante la Corte Suprema en 2007, para lo cual recibió el respaldo de todo el arco político con excepción del kirchnerismo, en tiempos que nadie recomendaba enfrentarse a la Casa Rosada por los motivos que después se vieron, hizo más huella que cualquier discurso sobre el federalismo.
Esta semana, en ocasión de delegar la presidencia partidaria a Antonio Bonfatti, Binner, que inicia una etapa de su vida política alejado de cualquier tipo de protagonismo, cosechó parte de ese reconocimiento. El obsequio de la rosa socialista tallada por el orfebre de los bastones presidenciales Juan Carlos Pallarols (presente en el hotel Castelar) de parte de militantes juveniles de Entre Ríos, Formosa, Mendoza y provincia de Buenos Aires mostró el lugar que empieza a ocupar el primer intendente y primer gobernador socialista de la Argentina. Su acción es para rescatar.
Metamorfosis política
El retiro de Hermes Binner de la primera plana de la política es muy representativo de la renovación de ideas, planes y dirigentes que enfrenta el socialismo.
A diferencia de otros partidos debió adaptarse y buscar respuestas a los grandes cambios de los últimos 25 años de la Argentina desde la responsabilidad de gobierno, a lomo de una realidad que en más de una oportunidad estuvo a punto de expulsarlo del poder.
La ciudad y el país en el que se inició el proyecto que encarnaron los intendentes Héctor Cavallero primero y Hermes Binner después es completamente diferente al que enfrentaron Bonfatti, Fein y Lifschitz. Ese terremoto social marcado por la violencia y la desigualdad volvió inocuos aquellos innovadores programas sociales con los que el Partido Socialista cosechaba reconocimientos en foros internacionales. Y la revolución urbana que significó la apertura de la ciudad al río perdía brillo en la medida que ese acentuaba el desequilibrio territorial.
A pesar de todo, a duras penas el socialismo logró sobrevivir en el poder con un cuarto de siglo en Rosario y casi una década en la provincia. Esas batallas le dejaron heridas y el desgaste se nota, pero la realidad es que si se mira el resto del país, no son muchas las experiencias políticas que lograron surfear de punta a punta la etapa histórica iniciada con la crisis del 89 y el neoliberalismo, pasando por el estallido de 2001, la etapa kirchnerista y ahora la inauguración de la era PRO.
La pregunta es si la bonanza de recursos que significa encontrarse de un día para el otro con un 15% más de coparticipación logra salvar al Partido Socialista, en la ciudad especialmente, del desgaste acumulado de 25 años de gobierno. El pasado reciente indica que no hay que dar por muertos a los de la rosa, pero tal vez llegue a 2019 con la necesidad de experimentar una transición innovadora, en la que las chances de retener el poder estén jugadas a un candidato/a oficialista pero no necesariamente socialista.