Pau Turina / Especial para El Ciudadano
Santiago Craig nació en 1978 en Buenos Aires. En 2018, por su libro Las tormentas quedó seleccionado entre los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, que organiza la Biblioteca Nacional y el Ministerio de Cultura de Colombia.
En 2010 publicó su primer libro de relatos El enemigo. En 2012 ganó el premio Provincial de Poesía de Córdoba con su poemario Los juegos, publicado luego por la Universidad de esa misma ciudad. En 2015 ganó el primer premio del Concurso Eugenio Cambaceres, organizado por la Biblioteca Nacional y la editorial interZona, con su cuento “Elefante”. Y en 2018 publicó 27 maneras de enamorarse, que presentó el pasado sábado 19 de octubre en la librería Mal de Archivo (Moreno 477).
Cara y ceca
Con 41 años, Santiago Craig es una voz que irrumpió con fuerza en la escena literaria nacional. En su escritura, y en mayor medida en sus dos últimos libros, Las tormentas y 27 maneras de enamorarse, hay dos temas que forman la contracara de una misma moneda: el hastío de la rutina y lo que sale de lo común, lo extraño. En ese sentido, Craig menciona que esos elementos constituyen la manera inevitable que tiene de ver el mundo. “Tiendo a pensar en dos planos y a superponerlos. No sé si es una técnica en la escritura porque es algo muy natural en el modo que tengo de ver las cosas, entonces tiendo a encontrar en lo ordinario cierta cuestión siniestra, en el sentido de lo extraño”, agrega.
Según el escritor Luciano Lamberti, el libro 27 maneras de enamorarse está más cerca del Cortázar de Cronopios y famas que de cualquier cosa que se esté escribiendo hoy. El libro aborda el tema del amor de una manera original. “En su momento había pensado que era muy irritante la gente que te decía qué hacer, por eso termina siendo un antimanual. Creo que la mayoría no sabemos nada e igual decimos qué hay que hacer y qué no hay que hacer. Si hay temas de lo que no sabemos nada son la muerte y el otro, el amor. En el caso de este último, me resultó más atractivo o versátil. Igual lo estoy pensando ahora porque no sé si en ese momento lo pensé así, tuve el impulso simplemente de escribir instrucciones que no sirvieran para nada, y sobre todo que pueda resultar entretenido. Me parece que el entretenimiento en la literatura está visto como algo pasajero y creo que no, que un libro puede ser entretenido y que exija cierta elaboración por parte de quien lo escriba”, cuenta el autor.
“Sea lo que vino a ser. Aténgase al destino. No altere su color de pelo, no se haga dibujar indios en los omóplatos, tigres en el pecho. Usted vino limpio, vino sin eso. Sea el que vino a ser”, escribe en uno de los veintisiete relatos breves que forman parte del libro.
La colectivización de la escritura
Craig coordina un taller de escritura desde 2015 y cree que al principio sirve como trampa para dedicarse un rato sólo a la lectura, a escuchar y que muchas veces requiere de una excusa frente a otros. “Le decís a tus hijos, esposos, esposas, novios, novias, que te vas al taller como hay personas que se van al gimnasio, se van a correr o a hacer otra cosa. Se busca compartir con otros, tener otra mirada, porque la verdad que la escritura implica mucha soledad y no creo que uno escriba para estar solo y guardar eso que se escribe en un cajón. Creo que hay una necesidad de mostrarlo. El lugar del taller funciona para eso y a la vez hace crecer la propia escritura porque genera una situación de necesidad de avanzar y de mejorar. Lo que me gusta de que existan los talleres y de darlos es que estás con gente que a eso le importa, saber que les interesa lo que escriben no les da lo mismo”, señala.
La escritura para salvarse de caer en el absurdo
Santiago Craig no sabe si hubo un momento específico en el que decidió dedicarse a la escritura: “Siento que no le dedico el tiempo que le tengo que dedicar, que estoy en deuda con la escritura. Escribo desde chico, me gustaba mucho leer y escribir. Y hacía mis composiciones y tenía mi vocación de contar historias. Empecé a leer más en serio alrededor de los 14 años. A esa edad uno se pone más oscuro y compraba un paquete de cigarrillos, un libro de Nietzsche y me creía que era grande. Iba a las librerías y elegía los libros un poco al azar. Creo que llegué a un momento de iluminación con Arthur Rimbaud, empecé a verlo como uno ve a un ídolo, era como Jim Morrison o Los Beatles. Estudié psicología, me recibí, pero creo que más por una cuestión de mandato. Leía los casos clínicos de Freud como si fuera una novela. En ese sentido, creo que fui un estudiante atípico porque mi interés estaba ligado a lo literario”.
Craig escribe en cualquier lado, incluso mientras camina. Le roba tiempo a otras cosas. “He ido a jugar al fútbol y fui un rato antes para escribir en el auto hasta que llegaba el momento de jugar. Creo que está sobredimensionado el tiempo que le dedicamos al trabajo, a la compu, a las redes sociales, salvo las cuestiones más afectivas, donde está involucrado un otro, creo que tranquilamente uno podría estar utilizando ese tiempo para escribir. Tengo cuadernos con notas, garabatos y dibujos. Y escribo así, de a líneas, de a párrafos”, cuenta.
La escritura es su razón de ser. Hay otras cuestiones que tienen que ver con lo afectivo. Vivir con otros, con su esposa, con sus hijos, con sus amigos pero la escritura es algo que está adentro y en su caso es esencialmente lo que lo mantiene vivo. “Es el lugar donde me anclo. Esto que decíamos que está el día a día y después está lo otro, del orden de lo extraño. Ese es el mundo en el que una parte de mi cabeza está siempre y siento que eso es la escritura para mí. Después hay un momento que baja de la cabeza a las manos y después a la pantalla o al papel. Pero es una manera constante de la vida, del mundo, de las cosas y que en mi caso me salva de caer en un absurdo total”, apuntó.