Especial para El Ciudadano
Llegó a Rosario en 1923 desde la ciudad italiana de Agrigento. Comenzó trabajando como “chauffeur” de taxi pero pronto se incorporó al mundo del hampa. Robusto y de aspecto rígido, la policía lo persiguió por una saga de crímenes y secuestros extorsivos con tintes cinematográficos.
Tiempos de cambio
Luego de varios años de modelo agroexportador, en las primeras décadas del siglo XX Argentina sufrió las consecuencias de la crisis internacional. Primero la Guerra Mundial y después los efectos financieros del “crack” de la bolsa norteamericana afectaron a las cuentas públicas.
Las dificultades económicas fueron un factor de presión que algunos grupos utilizaron para terminar con el sistema democrático. El 6 de septiembre de 1930, José Félix Uriburu tomó el poder por la fuerza destituyendo a Hipólito Yrigoyen, eliminando el sistema de partidos y el voto obligatorio.
Pero esta época fue algo más que una ruptura política y económica con el pasado reciente. Se trató de un proyecto de renovación moral ante un clima social que las nuevas autoridades describieron como “la expresión reveladora de una incultura agresiva que exalta lo subalterno.”
El crecimiento de la actividad delictiva fue una de las preocupaciones del gobierno de Uriburu. Rosario era el centro de operaciones de la mafia siciliana, la Honorable Sociedad. Las organizaciones criminales estaban activas desde hace años y durante todo ese tiempo se habían dedicado a desarrollar nuevos negocios.
Entre 1930 y 1932 una ola de secuestros extorsivos agitó el humor de la opinión pública. El crecimiento se tornó preocupante dado que sus víctimas se contaron entre miembros de las familias más adineradas.
El primero de la saga fue Florencio Andueza, un comerciante de ramos generales de Venado Tuerto. Desapareció súbitamente sin dejar rastros. En una carta enviada a sus familiares se reclamó el pago de $120 mil pesos y el expreso pedido de no dar aviso a la policía.
Un año más tarde, pero en Arroyo Seco, la modalidad se repitió. Esta vez las víctimas fueron los menores, Julio Nannini y Carlos Gironacci y por sus vidas se exigieron $40 mil pesos. Algo similar ocurrió en Buenos Aires con el médico Jaime Favelukes desaparecido durante una visita de rutina a un paciente.
Pero en la región, mayor repercusión tuvo el rapto extorsivo de Marcelo Enrique Martin. Hijo de Julio Martin, ex presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario y fundador de la empresa yerbatera, el joven fue interceptado en la iglesia de las calles Paraguay y Urquiza. La familia entregó en el cruce de Alberdi un maletín con $150 mil pesos.
Durante la ola de secuestros, la prensa logró captar la atención del público. Las crónicas policiales fueron una novedad de la época. En diarios como Crítica o La Razón, las columnas incluían teorías conspirativas, hipótesis callejeras y los mitos más disparatados creando una atmósfera de paranoia y misterio.
De todos estos acontecimientos, el que cambió definitivamente la suerte de la mafia fue el de Abel Ayerza. Hijo del reconocido médico Abel Teodato Ayerza, miembro de una familia católica de la aristocrática porteña, el joven estudiante de medicina militaba en las filas de Legión Cívica, un agrupamiento político seguidor de Uriburu.
El secuestro se ejecutó en octubre de 1932 en una ruta que unía a la provincia de Santa Fe con el pueblo de Marcos Juárez. Luego de una intensa investigación, seis meses más tarde, el cuerpo de Ayerza apareció sin vida en la localidad de Chañar Ladeado.
Este crimen motivó el recrudecimiento de la xenofobia. La opinión pública condenó la presencia de “ciertos” extranjeros, responsabilizándolos por los males que aquejaban al país. Si durante los años previos, el estímulo a la inmigración fue un engranaje del modelo de desarrollo, entre las élites germinó un sentimiento de rechazo a la inmigración “indiscriminada”.
Sectores de la política, intelectuales y familias aristocráticas, encontraron en el homicidio de Ayerza la justificación para culpar al liberalismo democrático. Había que erradicar definitivamente ”la conducta de libertad e igualdad sin restricciones”. Contra la anarquía, el delito y el individualismo, “cabía una renovación espiritual que afirmara los valores de la autoridad, las jerarquías y el respeto a la nación”.
Algo de esto se oyó en el cortejo fúnebre de Ayerza. Desde el cementerio de la Recoleta, miembros de la Legión Cívica exigieron un cambio en el código penal que permitiera deportar inmigrantes y autorizara la pena de muerte ante homicidios como el del joven estudiante.
Al año de mandato, Uriburu rehabilitó el sufragio y otro militar, Agustín Pedro Justo, ganó las elecciones. Con Justo en el gobierno, el cambio del Código Penal que incluyó la pena de muerte no fue aprobado en la cámara de diputados y progresivamente perdió fuerza. Pero los contactos entre la política, la policía y las organizaciones criminales se fueron cortando hasta que en 1935, la Justicia Federal deportó al líder mafioso Juan Galiffi.
Las luchas facciosas acabaron con algunos de los líderes e integrantes de la mafia comprometiendo su continuidad. Además, el negocio del secuestro expuso demasiado la connivencia entre policías y criminales, una imagen que las fuerzas de seguridad quisieron borrar.
La década del 30 fue un momento de quiebre. Las clases dirigentes y las élites económicas sintieron que el modelo de desarrollo de los últimos cuarenta años había llegado a su fin. Las ganancias se achicaron y un instinto de autoconservación proliferó en una sociedad en vías de transformación.
Radiografía de un prontuario criminal
Santos Gerardi o Geraldo fue un destacado miembro de la mafia siciliana la Honorable Sociedad, que operó en Rosario y la provincia de Santa Fe durante la década del 20 y el 30. Llegó a Rosario en 1923 desde Girgenti, una ciudad ubicada en la costa sur de la isla de Sicilia que en castellano se traduce Agrigento.
Al siciliano también se lo conoció con los nombres de Carmelo Coletti o Cayetano Comparetti, sobre todo cuando la policía estaba tras sus pasos. No condujo los destinos de la mafia, nunca fue un Don Chicho como los popularmente conocidos Juan Galiffi o Francisco Marrone, pero animó durante años las crónicas policiales de la prensa nacional. El prontuario de Gerardi en Rosario comenzó a escribirse en el verano de 1925. Durante un retén policial, el siciliano fue demorado en la zona cercana al paredón de los ferrocarriles del Tren Central. Se le secuestró una navaja de metal y se constató que no tenía ciudadanía argentina.
Un año más tarde, se presentó en la comisaría novena con vecinos de su domicilio de la calle Balcarce al 900 para dar testimonio de su identidad. No fue difícil advertir que Gerardi era italiano. En sus palabras resaltaba el acento y una mezcla confusa de castellano con su lengua natal.
Para las fuerzas locales, el “prontuariado” tenía una apariencia peculiar. En el reporte policial destacaban las observaciones sobre su corpulento físico, su rostro adusto de cejas tupidas y una abultada cabellera oscura. No faltaría demasiado tiempo para que la Sección de Personalidad Moral completara el prontuario con otros delitos.
El siciliano era chofer de taxi y su parada habitual estaba en el Mercado Central de la calle San Luis y San Martín, un refugio mafioso donde moraban varias figuras de frondoso prontuario. Se desconoce cómo y cuándo Gerardi se incorporó a la mafia, pero en 1929 dio el primer golpe con un claro sello criminal: abrió fuego desde un auto marca Chandler contra una peluquería de calle Sarmiento al 1500.
Las investigaciones concluyeron que Gerardi estaba extorsionando a cambio de protección al peluquero Miguel Conti, herido luego del tiroteo. Seis días más tarde cayó preso, pero en el interrogatorio explicó que durante la balacera estaba de visita en San Lorenzo.
Una sórdida intriga familiar tuvo nuevamente a Gerardi como protagonista. Con la muerte del multimillonario José Luis Vivet su fortuna quedó en poder del procurador Domingo Romano. El apoderado resolvió el conflicto entregando la herencia a Pedro Marcelo Vivet, el hijo mayor de la familia. Pero el heredero falleció repentinamente abriendo una codiciosa disputa por la fortuna.
Para Romano el patrimonio quedó vacante y debía volver a una institución benéfica de París. La familia Vivet no estaba dispuesta a entregar un solo centavo. Para obtener la herencia contrataron los servicios de Gerardi y sus compañeros Romeo Capuani y Juan Avena. Gerardi disparó contra el procurador en la ochava de Corrientes y Montevideo zanjando el dilema sucesorio.
Los Vivet pagaron un precio demasiado caro por el servicio contratado. Luis, el integrante de la familia que contactó a la mafia, fue apuñalado por la espalda en calle Córdoba de regreso a su casa. Para la mafia, la codicia de los Vivet no les permitió advertir los riesgos de engañar a la Honorable Sociedad.
Mientras Gerardi engrosaba su prontuario, en Rosario se urdía una trama mafiosa con ribetes cinematográficos. En 1929 llegó a la ciudad Francisco Marrone, otro italiano que se identificaba con el nombre falso de Alí Ben Amar de Sharpe. Marrone intentó arrebatarle la conducción de la Honorable Sociedad al poderoso Juan Galiffi o Chicho Grande, con el pretexto de reemplazar algunos negocios que consideraba obsoletos y poco rentables.
Mientras el éxito de Marrone iba en aumento, Chicho Chico, como se lo empezó a conocer en el mundo del hampa, organizó un cónclave mafioso en la localidad de San Lorenzo. En ese encuentro, fueron acribillados Luis Dainotto, Cayetano Pendino y Esteban Curaba, tres acólitos de Juan Galiffi.
Las cabezas de Dainotto y Curaba aparecieron en la puerta de una escuela en Rosario. La mafia ventilaba sus internas infundiendo temor entre la población. Gerardi estuvo presente en San Lorenzo y desde aquella reunión, la policía lo asoció con los negocios de Marrone.
Meses antes del secuestro de Andueza, los uniformados de Venado Tuerto detuvieron a Gerardi en un control vehicular. El pistolero se trasladaba en el auto marca “Chandler” que años atrás había utilizado para ejecutar la balacera en la peluquería de Miguel Conti. El gangster, mientras visitaba a su novia, Celestina Busellato, realizaba las tareas de inteligencia.
Con el rapto de los adolescentes Nannini y Gironacci, la organización tuvo serias complicaciones. Es que durante el cautiverio de los menores, Galiffi convocó a su casa del barrio porteño de Palermo a Marrone para arreglar las diferencias. Después de ese encuentro, no se supo más nada de Chicho Chico.
Con el jefe de la banda muerto o desaparecido, los captores se sacaron de encima el negocio para evitar problemas. El pistolero siciliano que había ejecutado el secuestro retiró el maletín con el dinero del rescate.
El último capítulo en la historia criminal de Gerardi fue el renombrado secuestro de Ayerza. La reconstrucción de los hechos revelaron que el siciliano se encargó de interceptar en la ruta al joven estudiante y dictó las órdenes a uno de sus amigos para que le informara a la familia Ayerza los pasos a seguir.
Los resultados fallidos del caso obligaron al siciliano a fugarse al sur de la provincia de Buenos Aires. Recién en noviembre de 1934 fue capturado por la policía en Bahía Blanca utilizando el nombre falso de Cayetano Pendino. Al siciliano se le imputaron varios delitos, aunque el más resonante fue la pena que le correspondió por participar en el secuestro de Ayerza.
Con la condena a reclusión perpetua, la suerte de Santos Gerardi, al igual que la de la mafia “La Honorable Sociedad” estaba dictaminada. Era el final de una época dónde la organización siciliana supo dominar el territorio de la provincia de Santa Fe desarrollando negocios a sangre y fuego en connivencia con la policía y buena parte de clase dirigente.
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