En el centro de los esfuerzos por salvar la zona euro, la pareja formada por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy trata con dificultades de impulsar un proyecto común de reforma de los tratados europeos, enésimo capítulo de una relación complicada iniciada en 2007.
La del presidente francés y la canciller alemana es la historia de una unión a la fuerza, con sus altibajos, sus declaraciones de amor y sus discusiones, pero obligada a tener éxito.
“Cada uno tiene su historia, sus heridas (…), sus instituciones, su cultura, su concepción de la nación”, dijo Sarkozy el pasado jueves, pero “Alemania y Francia han elegido la convivencia y yo no renunciaré jamás a ello”.
Tras las míticas parejas De Gaulle-Adenauer, Mitterrand-Kohl o Chirac-Schroeder, la formada desde hace casi cinco años por Sarkozy y Merkel parece, al menos sobre el papel, una pareja imposible. A priori, nada en común entre el francés, impulsivo y bravucón, y la ex alemana oriental, todo rigor y sosiego.
Angela Merkel “es la mujer racional, que por su temperamento no se deja dirigir”, resume su biógrafo Gerd Langguth. “Sarkozy es alguien muy impulsivo y a quien le gusta dar la impresión de que es él quien domina, lo que no ocurre con Merkel, no porque ella no tenga estima por Sarkozy, sino porque no se deja dominar por los hombres”.
Las reuniones a puerta cerrada, almuerzos y cenas que celebran al menos una vez al mes para tratar la crisis de la zona euro son tensas.
En círculos íntimos, Sarkozy no esconde su exasperación por las largas de su homóloga. “No quiero decir nada que nos pueda separar de Alemania, pero nos han hecho perder mucho tiempo”, confió hace poco. Merkel sólo “se mueve cuando está al borde del precipicio”, agregó un ministro francés.
Pero públicamente, la solidaridad de la pareja franco-alemana se ha erigido en un dogma absoluto. “No tenemos otro remedio que entendernos”, repite con insistencia el francés.
En las formas, todo está también pensado para dar la impresión de que la pareja está unida. En una de sus últimas cumbres europeas, una foto de la canciller ofreciendo un osito de peluche para su hija recién nacida ilustró oportunamente su complicidad.