Como siameses, por 72 horas, Daniel Scioli se ensamblará a Luiz Inácio Lula da Silva: de mañana al viernes, el candidato y el ex presidente de Brasil se moverán en tándem.
El líder del PT, por el que Scioli confiesa devoción, enhebrará en una gira extendida por el país elogios sobre el bonaerense con una oralidad que –hasta el último miércoles en Tecnópolis– Cristina de Kirchner jamás expresó.
El espejo brasileño
Scioli visualiza a Lula, al que la oposición criolla suele vindicar, como un espejo donde mirarse. Lo visitó meses atrás en su fundación y regresó fascinado por la calidez y la simpatía. “Bajó él, en persona, a buscarme a la puerta”, contó en el vuelo de regreso, entre otros detalles de la charla larga que tuvieron y en la que Lula jugó, con sobreentendidos, con la idea de que algún día se reunirían los dos como presidentes.
“Contá conmigo para lo que necesites”, lo despidió Lula entonces.
Ni tan lejos ni tan cerca
El raíd de Scioli con Lula, que mañana en territorio bonaerense de José C. Paz incorporará a Cristina de Kirchner, forma parte de un menú del candidato para mostrarse autónomo, con perfil K pero diferente. En gobierno, en la usina híper K de La Cámpora, lo traducen como una reacción desesperada en medio de una campaña que no tiene línea clara ni táctica definida.
Teléfono rojo indirecto
Hay, sobre ese punto, un rasgo central: a pesar de las parrafadas amables de Cristina de Kirchner para Scioli en Tecnópolis, entre el candidato y la presidenta el vínculo continúa errático y distante, sin que exista un diálogo fluido. El teléfono rojo lo atienden Alberto Pérez y Eduardo Wado de Pedro pero, reconocen en ambos campamentos, falta un nexo directo y conversaciones más de fondo entre la presidenta y el candidato.
“Quizá Scioli tiene algún Durán Barba que le dice que no hable con Cristina”, escarbó en la llaga un neocamporista que, en paralelo, sostiene que la jefa del Estado juega a ganar y todo lo que hace –los elogios a Scioli o las acciones de gobierno– responden al propósito mayor de apostar a una victoria que, por otro lado, no parece nada fácil.
La observación tiene un matiz más hondo: en la última semana, casi estratégicamente después de que Cristina de Kirchner lo llamó cinco veces por su nombre y hasta usó su referencia de la “etapa del desarrollo” en el discurso por el Día de la Industria, Scioli anudó una serie de gestos y maniobras que lo ponen en una posición alejada de la Casa Rosada.
Sospechas que se cuelan
En la cumbre del PJ bonaerense en Mar del Plata hubo delegados de La Cámpora –Walter Festa, Fernando Raverta, Gervasio Bozzano–, pero la centralidad la tuvieron los caciques del peronismo clásico, entre los que reinan las dudas: la preocupación por una elección cuesta arriba y el clima de sospecha creciente entre los distintos sectores del peronismo.
Fernando Espinoza, jefe del PJ, gestionó junto a Scioli el abrazo y el compromiso de respaldo entre Julián Domínguez y Aníbal Fernández, rivales de la interna. El quilmeño martilla sobre la idea de jugar en bloque y hasta Scioli, sabedor de que no puede despegarse del estigma electoral que –según las encuestas– implica Fernández, le envió una señal: “Aníbal va a continuar con lo que nosotros empezamos a hacer en la provincia”, dijo.
Marketing de la continuidad
Ese mensaje de continuidad que invoca Scioli no apareció, hasta acá, en boca de Cristina de Kirchner, aunque el candidato transita el lenguaje de la continuidad a la que le falta, sin embargo, un capítulo hipersensible para el universo K: qué lugar o qué rol reserva Scioli, si ganase la elección, a la presidenta.
Los indicios para la mirada de Olivos (y para Río Gallegos, desde donde manda mensajes Máximo Kirchner) no son alentadores. Scioli hizo circular los nombres de un gabinete posible donde es absoluta la ausencia de neocamporistas y de K puros. Para el sciolismo, es un modo de diferenciarse; el kirchnerismo “hard” lo traduce como la negación de un pasado que aún está presente.