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Se cumple el aniversario de la doble tragedia de México

En la hiperpoblada capital de México se acababa de conmemorar el terremoto de 1985, que dejó 10 mil muertos, cuando otro sismo comenzó a sacudir el centro de la ciudad: 369 víctimas fatales

 

Por Sofía Miselen AFP/NA

Miriam Rodríguez Guise, de 37 años, es madre de José Eduardo, que este lunes habría cumplido 8 años. Es una de las víctimas del colegio privado Rébsamen, que se desplomó por irregularidades en su construcción matando a 19 niños y siete adultos cuando un fuerte sismo sacudió el centro de México. El país norteamericano recordará mañana la tragedia que, inusitadamente, es doble: hace un año, los habitantes de la capital mexicana habían realizado un homenaje en memoria de las víctimas del terremoto del 19 de septiembre de 1985, que dejó 10 mil muertos, cuando dos horas después otro sismo estremeció violentamente la ciudad, dejando 369 muertos y miles de damnificados.

Un año después, Miriam, madre soltera y sin más hijos, busca trabajo en medio del luto. Cuando nació su hijo, había decidido cerrar su farmacia para dedicarle más tiempo. Siempre estaba con ella.

También sigue con la demanda que padres de los niños fallecidos interpusieron contra la propietaria del colegio, prófuga de la Justicia, quien sobre los salones de clase construyó un departamento con permisos irregulares el cual, según expertos, fue determinante en el derrumbe.

Con tratamiento psicológico, Miriam se ha desprendido de objetos de José. “Fue duro, porque es como si te desprendieras de él emocionalmente”. Por eso conserva muchas cosas como videos y fotos, pero también juguetes que usaba.

En lo emocional, se resiste a una nueva relación. “Me lo he planteado en algún momento. Pero no ha sido fácil porque a ninguna persona le gustará estar con una persona que sufre”.

“¿Tener más hijos? No, siento que cumplí mi misión como madre, todo mi ser fue para él. No creo que a ningún niño, a una nueva alma, le gustaría ver a su mamá así como estoy”, dice.

 

Una rescatista ya cansada

Frida fue heroína entre los rescatistas. Su imagen adorna numerosos muros de la capital. Con lentes protectores y botitas azules, la perra labrador se metía entre escombros para con sus ladridos alertar si hallaba víctimas.

Con nueve años, su pelambre encanece. Un militar se tira al suelo y le grita “¡Frida, buscame”. Va alegre en una demostración en un campo de la Marina Armada. Pero después jadea, se echa, descansa.

“Su rostro se ve a lo mejor como de un perro fastidiado, hasta cierto punto cansado, de nueve años, que se considera ya adulto para las labores de terreno”, relata su entrenador, Israel Arau Salinas.

Frida está cerca de la jubilación: ya no sería exigida en caso de desastre.

En el último año ha pisado estudios de televisión, estadios para recibir homenajes y sigue siendo protagonista de notas periodísticas.

Junto a Frida trabajaron los pastores belga Eco y Evil. Arau Salinas atribuye la gran ternura que Frida despertó a que es labrador, por naturaleza noble.

“Con el pastor belga –la raza ahora seleccionada por la Marina– la gente tarda más en tener confianza”, reconoce.
Frida ha localizado a 53 personas en su carrera, 12 de ellas con vida.
Empezar de cero

Irma Escamilla, pedagoga de 46 años y con tres hijos, vive ahora en una casa de madera de unos 20 metros cuadrados en medio de un enjambre de otras viviendas improvisadas erigidas a un lado de la unidad habitacional donde vivía, dañada seriamente por el sismo.

Sobre una litera y una cama hechas por sus hijos con trozos de madera se amontona ropa que les ha sido donada. Hay un pequeño librero, una mesa que le regalaron y algunos electrodomésticos.

“Salimos con lo que traíamos puesto. Tuvimos que empezar de cero, sin ropa”, dice Escamilla, quien además de perder su casa dejó su trabajo para estar con su hija de nueve años, pues temía por su seguridad en el campamento.

Obtuvo ayuda del gobierno por cinco meses y tiene el apoyo de su esposo, de quien se separó justo tras el sismo. “Fue mi segundo terremoto”, explica al resumir su situación emocional.

Recientemente pudo entrar al edificio para recuperar papeles.

Ahora trabajan ingenieros para reforzar la construcción con la promesa de que en 10 meses podrán regresar a sus hogares.

Escamilla resiente que la alcaldía los olvidó, gran parte de la ayuda ha provenido de la sociedad civil. Teme que la próxima intendenta retrase la reconstrucción y el financiamiento que a golpe de protestas han conseguido.

“Para nosotros ya es muy penoso seguir en esta situación. Queremos volver tranquilos a nuestras casas”, añade.

 

Hay que trabajar

Xóchilt de la Paz, de 45 años, perdió a su madre cuando se desplomó un edificio donde además se localizaba una peluquería de su propiedad.

El luto fue doble. Pero con un hijo de 12 años que mantener, la necesidad apremiaba e improvisó: siguió cortando y peinando cabellos en plena calle.

“Mantengo a mi hijo con esto. Son situaciones a las que nos tenemos que sobreponer porque hay que trabajar”, dice.
Empezó a cielo abierto, protegida por una sombrilla para el calor. Ha soportado tormentas y ventarrones que le complicaban atender a los clientes, la mayoría vecinos solidarios. Alguien contó su historia en Facebook y empezaron a llegar caras nuevas.

En julio consiguió comprar un camión y ya instaló su “barber truck”.

“Encontré éste, arranca, tiene sus papeles en orden. Lo conseguíamos a un buen precio”, dice, con esperanza pese a todo.

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