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Se cumplen 100 años del nacimiento del genial Federico Fellini

Oriundo de la ciudad italiana de Rímini, donde nació el 20 de enero de 1920, fue un artista de impacto planetario que de la mano de films emblemáticos como “La dolce vita” ingresó con holgura en el pedestal de los más grandes del cine de todos los tiempos

Federico Fellini, de cuyo nacimiento se cumplen este lunes 100 años, fue un artista de impacto planetario que de la mano de films emblemáticos como La dolce vita, Fellini 8 ½ o Amarcord, entre muchos otros, ingresó con holgura en el pedestal de los más grandes realizadores cinematográficos de todos los tiempos.

El cine italiano tenía entre las décadas del 60 y el 70 personalidades muy fuertes, como Vittorio De Sica, Luchino Visconti, Michelangelo Antonioni, Roberto Rossellini, más la llegada de Pier Paolo Pasolini a esa categoría, pero ninguno logró reunir como Federico Fellini lo popular con lo poético y aun lo erudito.

Con Fellini, que había nacido en Rímini el 20 de enero de 1920, la pantalla se convierte en arte sublime, en cultura, en registro histórico, en mentiras bellamente narradas, gracias a una sensibilidad que primaba aparentemente sobre la razón y a una formación nada académica que comenzó durante sus estudios secundarios y le dieron gran facilidad para el dibujo y la historieta.

En la adolescencia, colaboró con algunos periódicos y revistas, incluida La Domenica del Corriere y un semanario político-satírico, 420, con inspiración, sobre todo, en las películas que veía en los cines de Rímini.

A los 19 años, el joven Federico dejó el pequeño mundo provinciano y se mudó a Roma junto a su madre con el argumento de inscribirse en la carrera de abogacía, aunque le interesaba más el periodismo y el humor. Y mientras hacía caricaturas en plazas y bares, ingresó a la revista Marc’Aurelio como dibujante satírico.

Eran tiempos difíciles porque en el gobierno italiano estaba Benito Mussolini y el ambiente caldeado de la cultura se refugiaba en esa publicación, por lo que resulta conveniente la visión del elogiado documental Qué extraño llamarse Federico (2013), de Ettore Scola, que abunda sobre el personaje y sobre ése período.

Fellini fue el cronista y el dibujante mejor pago de la revista y poco a poco, por sus vinculaciones, colaboró en los guiones de algunas películas, entre ellas Roma, ciudad abierta y Paisà, y hasta fue actor en L’amore, junto a Anna Magnani, un experimento en dos episodios dirigido por Rossellini.

En el tiempo que sigue, hay una bisagra en su vida: ya lejos de las caricaturas, en 1950, codirige con Alberto Lattuada Luci del varietà, una mezcla entre neorrealismo y comedia costumbrista en la que ya aparecen motivos que estarán en el resto de su obra.

La película fue un fracaso de taquilla pero Fellini pudo remontarlo y dirigir, ya en solitario, El Sheik (1952), con una monumental actuación de Alberto Sordi, un film que perdura en su confección y que podría entremezclar algunas de sus secuencias en obras posteriores.

Allí aparece un realismo mágico con toques oníricos, lleno de humor cotidiano y fantasía, que lo conduce a un crecimiento artístico consagratorio. Es así como en Los Inútiles (1953) hurga en la vida pueblerina y sus personajes, como un anuncio de lo que luego sería Amarcord (1973).

En esa película es donde Alberto Sordi, que se cree a salvo a bordo de un coche descapotable, hace un corte de manga a unos obreros de vialidad diciéndoles: “Lavoratori…!”, instantes previos a que el motor comience a fallar.

En 1954 creó su primer gran éxito de crítica y boletería: La Strada, ganadora del Oscar como película extranjera, en la que cuenta una historia de amor entre gente de un circo ambulante y en la que su esposa y musa eterna Giulietta Masina creó a Gelsomina, el entrañable personaje que repitió siempre.

Con Fellini, la pantalla se convierte en arte sublime, en cultura, en registro histórico y en mentiras bellamente narradas.

 

Otro Oscar llegó con Las noches de Cabiria (1957), también con Masina y un origen en el musical Sweet Charity, que sirvió como aperitivo para la icónica La dolce vita (1960), una obra descomunal e inolvidable que fue caratulada como escandalosa por la Iglesia y donde Fellini depositó en Marcello Mastroianni muchas de sus características personales.

Hubo un intermedio en Boccaccio 70, film en episodios en el que dirigió “Las tentaciones del doctor Antonio”, donde la Anita (Ekberg) de La dolce vita enloquecía de fiebre a un Peppino De Filippo católico y reprimido, obvia referencia a sus detractores.

Luego llegó Fellini 8½, también con Mastroianni, quizá la mayor de sus películas, donde mezcla el psicoanálisis, el mundo del cine, la superstición, los amores imposibles y la propia insatisfacción con su arte; una obra que fue replicada claramente por Woody Allen (Recuerdos, 1980) y hasta por Pedro Almodóvar en Dolor y gloria (2019), aunque pocos lo hayan notado.

A partir de ese momento, cada película de Fellini era esperada con fruición: Julieta de los espíritus (1965), Fellini Satiricón (1969), Los Payasos (1970), Roma (1972), Amarcord (1973), Casanova (1976), prohibida por la censura argentina de entonces, y Ensayo de orquesta (1979), última en la que el músico Nino Rota le prestó su impresionante apoyo.

Luego vinieron La ciudad de las mujeres (1979), Y la nave va (1983), Ginger y Fred (1985), La Entrevista (1987) y al final La voz de la Luna (1990), con Roberto Benigni, que estuvo a punto de no estrenarse en la Argentina por desinterés de los distribuidores.

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