El creador de historias Alberto Migré, de cuya partida se cumplen este miércoles 15 años, fue una figura esencial en la radio y la televisión argentinas, donde revolucionó como libretista los géneros del radioteatro y la telenovela, dejando una huella indeleble y un nombre que permanece en la memoria del público.
Descendiente de inmigrantes piamonteses, Felipe Alberto Milletari Miagro nació en Buenos Aires el 12 de septiembre de 1931, fue actor infantil en las huestes de Salvador del Priore, aún adolescente escribió libretos publicitarios y compartió generación creativa con figuras como Nené Cascallar, Alma Bressan, Abel Santa Cruz y Celia Alcántara, quienes debían teclear en soledad unas 300 páginas por semana.
Con su apellido ya transformado en Migré, renovó las anquilosadas formas del radioteatro, a fines de los años 50 del siglo pasado bregó por imponer el “voseo” para naturalizar la expresión de sus personajes (hasta entonces se hablaba obligatoriamente de “tú” en las radios y los verbos se conjugaban al modo castizo) y en sus últimos años despellejó a las nuevas formas de trabajo en grupo, que hacían perder identidad a los personajes.
“La televisión actual no es para mí, ya no es la que a mí me enseñaron: yo aprendí que el autor era la base sobre la cual se empezaba a edificar todo el proyecto -apuntó en una entrevista en los últimos años de su vida-. Ahora, el autor perdió importancia y fue reemplazado por un equipo de escritores a cargo de un coordinador”.
“Para mí -añadió entonces-, dos personas escribiendo ya son multitud, porque cada uno hace hablar a los personajes de una manera diferente y se corre el riesgo de caer en incoherencias”.
Según decía, el trabajo en equipo bajo las órdenes de un supervisor -que aparece como autor y dueño de la idea original- transforma a quienes escriben en escritores “negros” sumidos en el anonimato.
Hombre culto por formación familiar, intentó ser actor, pero eso duró poco; su voz no era lo que se esperaba ante un micrófono, pero la suerte se puso de su lado y cuando cumplía con tareas menores como sonidista en un radioteatro que protagonizaban Chela Ruiz y Horacio Delfino, se atrevió a escribir algún capítulo del Teatro infantil Juancho, ante la intempestiva enfermedad del titular.
Apoyado por esa actriz, pasó de sonidista a autor de programas como Revista juvenil argentina (1948) y, ya consagrado, a principios de los 60 ingresó en la pantalla chica con otros como Silvia muere mañana, con Nora Cullen, Atilio Marinelli y Nelly Meden, y Amelia no vendrá, con Marinelli y Beatriz Taibo.
En 1972 comenzó su época de oro en TV con las tiras Rolando Rivas, taxista, con Claudio García Satur y Soledad Silveyra -en 1974 tuvo una versión cinematográfica dirigida por Julio Saraceni y guionada por Rodolfo M. Taboada y Roberto Tálice sobre el argumento de Migré-, continuada por Pobre diabla, con Solita y Arnaldo André; y Piel naranja«, con André y Marilina Ross como parejas principales.
Dentro de una lista enorme se recuerdan Pablo en nuestra piel, con Arturo Puig y María Valenzuela, pareja que se repitió en Un hombre como vos, ya con la pantalla en colores, Una voz en el teléfono, con Carolina Papaleo, y Leandro Leiva, un soñador, con Miguel Ángel Solá.
Su talento propició que sus creaciones llegaran al extranjero, como en los casos de Alguna vez tendremos alas, con Kate del Castillo y Humberto Zurita, Mundo de fieras, ambas en México, y Louca Paixão, en Brasil.
Los finales de la década de los 90 fueron crueles con él porque la TV local lo olvidó por completo y cambió sus formas de escribir sus ficciones, lo que lo enojaba mucho. En 2001 volvió al radioteatro semanal con Permiso para imaginar, que pasó por un par de emisoras y falleció siendo presidente de Argentores desde dónde defendió los derechos de los libretistas.