Desde el sonido beat de Los Gatos, la psicodelia de Color Humano, el folk de PorSuiGieco, la amalgama progresiva de La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán, los ritmos pesados y contundentes de Riff, o las influencias latinas del dúo conformado con el bajista uruguayo Beto Satragni, Moro, que había nacido en Rosario el 24 de enero de 1948, desplegó una versatilidad poco usual, sin perder la expresividad y la fuerza propia de su toque, que lucía de manera particular en los pasajes más rockeros.
El excelso baterista extendió también su impronta en trabajos de Pastoral y de artistas solistas como León Gieco, Celeste Carballo, Fabiana Cantilo, Alejandro Lerner, Nito Mestre, Silvina Garré y ex compañeros de diversos grupos, como Charly García, Pedro Aznar y Carlos Cutaia, entre otros.
Pero además de ser un referente para los bateristas de cualquier estilo, su bonhomía y su sentido del humor lo convirtieron en uno de los personajes más entrañables del rock local, tanto entre sus colegas como para el público en general. Prueba de ello es que a la par de su talento, los artistas consultados por la agencia de noticias Télam destacaron sus costados más afectivos.
«Además de todas las andanzas musicales que compartimos, íbamos juntos al colegio en Rosario al 3º grado. Una persona de gran corazón y un músico súper intuitivo, con un estilo y sonido muy personal. Fundamental para cualquier agrupación», evocó Litto Nebbia.
Además de acompañar al exitoso rocker Johnny Tedesco, precisamente las primeras aventuras musicales del baterista fueron junto al creador de «La Balsa», una sociedad que se extendió más allá del fundacional Los Gatos, en los primeros trabajos solistas de su líder, que incluyó al fugaz pero exquisito grupo Huinca.
Nebbia relacionó a Moro con el recientemente fallecido baterista Rodolfo García al destacar que «son esa clase de tipos que jamás vas a escuchar en el ambiente que alguien hable mal de ellos, queridos por todo el mundo, por eso, además de su maestría musical, se mantienen en el recuerdo».
En aquellos años junto a Nebbia, y antes de ingresar a Color Humano en reemplazo de su futuro compañero en Serú Girán David Lebón, Moro se cruzó con Pappo e Isa Portugheis, otros dos personajes con los que mantendría una relación de varios años que decantaría en su participación en la versión de mediados de los 80 de Riff.
«Mi relación con Oscar fue posterior a ir a ver tocar a Los Gatos varias veces en mi ciudad natal La Plata; pocos años después nos conocimos cuando me vine a Capital en épocas de La Pesada del Rock y Color Humano. Durante años mantuvimos contactos, encuentros, alguna fiesta y hasta relación profesional cuando fui mánager de Riff VII, la formación especial con Moro a la batería, Jaf, Vitico y el querido Pappo en 1985», rememoró el baterista del colectivo musical liderado por Billy Bond.
«Tengo los mejores recuerdos de Oscar como músico, excelente y virtuoso batero, pero además era una persona muy querible que te agarraba y abrazaba fuerte con esos brazotes entrenados; y tenía su luz propia», remarcó Portugheis, quien también apuntó en su haber «una trayectoria artística impresionante ante la que hay que sacarse el sombrero».
Luego de la disolución de Color Humano, y tras su paso por la banda de León Gieco y por PorSuiGieco, Charly García lo convocó para que conformara la base rítmica de La Máquina de Hacer Pájaros, junto a un adolescente José Luis Fernández en el bajo, en un proyecto que también incluía al ex-Pescado Rabioso Carlos Cutaia y al futuro guitarrista de Los Abuelos de la Nada, Gustavo Bazterrica.
«Lo conocí cuando yo tenía más o menos 15 años. Para mí era un ídolo, o sea que realmente haberlo conocido a esa edad y haber tenido la química que tuvimos fue muy emocionante, muy gratificante. Me acuerdo que tenía 8 ó 9 años cuando me regalaron el segundo disco de Los Gatos, así que veía la tapa del disco, la foto de él y me alucinaba. Las vueltas de la vida hicieron que terminara tocando con él», contó emocionado Fernández.
A nivel musical, el ex bajista de La Máquina de Hacer Pájaros lo definió como «un súper baterista, quizás el mejor de Argentina», además de hacer hincapié en su calidad humana, que derivó en una amistad que incluyó a la familia de ambos.
«Era un tipo súper auténtico. Quiero remarcarlo porque es algo en lo que yo me fijo mucho en las personas y eso hizo que hayamos sido muy amigos. Era como un hermano para mí. Un tipo auténtico que nunca estuvo en la cuestión histérica del rock, en el careteo, en el cirquito, en todas esas cosas que en muchas épocas rodearon a nuestro ambiente», sintetizó Fernández.
Aunque no se puede ignorar el peso propio de Los Gatos, Color Humano y La Máquina de Hacer Pájaros en la historia del rock argentino y del propio baterista; sin dudas, Serú Girán aparece como el gran hito que elevó a niveles superlativos la labor de Moro.
En esos años, justamente nació una relación de amistad con una de sus grandes fans, la baterista, cantante y compositora Andrea Álvarez.
«Soy fan de Moro desde que tengo memoria, como lo soy de muchos bateristas fundacionales. Por suerte, terminé siendo amiga cuando empecé a ser profesional. Me cuesta hablar de él en pasado porque, aunque no está, lo tengo presente siempre. Como batero, fundacional absoluto, referente de varias generaciones. Tiene esa forma de mezclar los ritmos medios latinos, candombes con funk y rock, que lo hizo único en su momento», contó la artista.
La relación amistosa entre ambos bateristas se mantuvo hasta los «últimos días de Moro», dijo Álvarez, quien solía cruzarlo por el barrio de Palermo, en donde vivía, además de compartir momentos en las visitas que solía hacer a la sala en donde ella ensayaba con Patricia Sosa.
«Era muy gracioso, tenía mucho sentido del humor. Y al final, era muy difícil estar con él por cómo estaba, por su autoboicot que no rendía honor a lo que era como ser humano, pero no todas las personas son fuertes», reflexionó Álvarez entre lágrimas.
Luego de la millonaria pero olvidable reunión de Serú Girán en 1992, la carrera de Moro ingresó en un cono de sombras, fundamentalmente por problemas derivados del excesivo consumo de drogas y alcohol. Sin embargo, su arte nunca se vio opacado y su influencia perdura en nuevas generaciones que cada 11 de julio celebran en su honor el Día del Baterista.