«Señoras y señores de Argentina, Canal 9 Libertad y su cadena del interior; Venezuela, Radio Caracas, Televisor y Red Nacional; Uruguay, Canal 4 Montecarlo; México, Canal 8, Televisora Independiente de México; Perú, Canal 5 Panamericana y su red nacional, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Puerto Rico, Chile, San Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Guatemala: ¡Muy buenas noches! Desde el Felt Forum del Madison Square Garden, en la ciudad de Nueva York, asistiremos al primer recital que vía satélite brinda un cantante en el mundo. Y corresponde a América el punto de partida en este tipo de espectáculos, y lo hará brindando la música y las canciones de una de las personalidades más importantes y avasallantes de este tiempo. Señoras y señores, con la orquesta conducida por el maestro argentino Jorge López Ruiz, aquí está… el ídolo de América, ¡Saaaaandrooooo!”.
La voz inconfundible de Cacho Fontana, quien había viajado especialmente para la presentación de ese inédito show, anunciaba que ese joven de 24 años, nacido en la populosa Maternidad Sardá de Parque Patricios y que creció en Valentín Alsina, no sólo se convertiría en el primer artista latino en cantar en el mítico Madison Square Garden de Nueva York, sino que ésa también sería la primera transmisión musical vía satélite y en vivo de la historia (lo hizo Canal 9, para satisfacción de Alejandro Romay).
Eran las 20.30 del sábado 11 de abril de 1970 cuando Roberto Sánchez, plantado en sus tradicionales botas negras y vestido para la ocasión (saco de shantung de seda violeta con arabescos, camisa naranja con jabot y volados en los puños y el clásico pantalón negro pegado al cuerpo), se paró frente a cinco mil fans en el mismo escenario neoyorquino en el que cinco meses atrás había estado Mick Jagger. Los Rolling Stones habían anticipado allí su nuevo álbum, Let it bleed, con su penúltima formación: Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Mick Taylor, ya que Ron Wood recién llegaría a la banda en 1976.
En realidad, era la segunda vez que Sandro cantaba en Nueva York. Su debut había sido en el Teatro Puerto Rico de esa ciudad, pero hacerlo en el Madison significaba entrar a las grandes ligas. Por algo la seguridad dispuso de cuatro autobombas y cinco ambulancias en la entrada para evitar desbordes.
Con una orquesta de 18 músicos dirigida por Jorge López Ruiz, el show por el que el público había pagado unos 8 dólares promedio (entre la “hinchada” argentina estaban Isabel Sarli y Armando Bo y los integrantes de La Joven Guardia, con Roque Narvaja a la cabeza que habían viajado a Nueva York para grabar su nuevo álbum La extraña de la botas rosas), arrancó con “Tengo”, al que seguirían otros 21 temas.
El recital fue un derroche de adrenalina de más de una hora y media, dividido en dos partes de once canciones cada una. Como corresponde a una megastrella, y dado que Sandro fue un precursor de la puesta en escena para los shows, tras una pausa de tres minutos, en la que se pasaron avisos comerciales, reapareció con smoking blanco, camisa rosa y botas blancas, al tiempo que el show tuvo un cierre apoteótico con “Guitarras al viento”.
Al día siguiente, el domingo 12, Sandro dio su segunda función en el Madison Square Garden. El suceso motivó que volviera a ese escenario neoyorquino en 1971 (dos veces), 1976 y 1977. Décadas más tarde, el ídolo le contaría a la escritora Graciela Guiñazú, su biógrafa, autora del libro Sandro de América y guionista de la serie homónima que emitió Telefé, sus sensaciones del histórico recital del 11 de abril de 1970: “¿Si sentí terror? No era consciente de lo que estaba viviendo. Hasta que escuché la presentación de Cacho (Fontana)… Me sentí como cuando canté en vivo, y en serio, por primera vez en un escenario, en Juventud Unida de Llavallol».
Desde el debut en ese club barrial en el partido de Lomas de Zamora, el mismo que inspiraría la película Luna de Avellaneda, apenas habían pasado siete años. Ganador por knock out en el Madison Square Garden, el martes 14 a la mañana, Roberto Sánchez bajó en Ezeiza del avión de Aerolíneas Argentinas que lo había traído de Nueva York. Desde la escalerilla saludó con su mano izquierda en alto a los centenares de fanáticas, mayoritariamente sus “nenas”, que habían ido a recibirlo. Definitivamente, ya era Sandro de América.