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Se cumplen 65 años del golpe cívico militar que derrocó a Juan Perón en 1955

"El antiperonismo, surgido en los orígenes mismos del fenómeno justicialista, tuvo sus expresiones desde el lenguaje peyorativo y racista contra el nuevo movimiento hasta los levantamientos armados, atentados y hechos de violencia contra las autoridades nacionales"

Por Pablo Adrián Vázquez / APU

La llamada Revolución Libertadora, comandada por Eduardo Lonardi, Isaac Francisco Rojas y Pedro Eugenio Aramburu inició un proceso que clausuró la experiencia política más movilizadora en nuestro país.

El justicialismo, no exento de errores y tensiones que se agudizaron en el segundo mandato había garantizado con el liderazgo carismático del Líder la centralización del movimiento obrero organizado y el disciplinamiento de su dirigencia, junto a la del sector partidario, abonando – en apariencias – una efectiva verticalidad.

Los éxitos en la economía, la justa distribución de la riqueza y la implementación efectiva de la justicia social cedieron a una crisis económica, la que – a pesar de palearse entre 1954 y 1955 -, se sumó a las muestras de rechazo de la oposición por la concentración del poder, la excesiva propaganda y el constante – aunque legítimo y legal – triunfo electoral.

El antiperonismo, surgido en los orígenes mismos del fenómeno justicialista, tuvo sus expresiones desde el lenguaje peyorativo y racista contra el nuevo movimiento hasta los levantamientos armados, atentados y hechos de violencia contra las autoridades nacionales. Desde sectores de las fuerzas armadas y del espectro político que conformarían los “comandos civiles” se nuclearon en la expectativa de encontrar un hecho aglutinante, más allá del odio contra Perón, para poder sumar más voluntades. Lo que hallaron al producirse el conflicto del oficialismo con la Iglesia Católica.

1955 fue el año de mayor escalada de violencia, entre el bombardeo contra el pueblo en Plaza de Mayo y aledaños del 16 de junio, con cientos de muertos y miles de heridos, y la posterior quema de algunos templos católicos, marcó un rumbo irreconciliable.

Para Rojas, en el prólogo de A 30 Años de la Revolución Libertadora (1985) fue: “Un acontecimiento fundamental en la vida política argentina de este siglo (XX), en el que participaron civiles y militares que, comprometiéndoselo todo se dieron cita para abatir la tiranía que se había apoderado de la República porque “el país ignoraba el gobierno de sí mismo”. Amor a la libertad e ideales superiores guiaron la acción en esa riesgosa empresa. En 1955 se dijo que los objetivos de la Revolución Libertadora, vencedora en la lucha armada era suprimir todos los vestigios de totalitarismo para reestablecer el imperio de la moral, de la justicia, del derecho, de la libertad y de la democracia. Y no he encontrado mejor forma de definirla”.

Palabras del ex almirante que cargan prejuicios y odios irresolutos, como portavoz de la Comisión de Afirmación de la Revolución Libertadora, palabras que pueden suscribir tranquilamente los asistentes a las marchas anticuarentena y de oposición neurótica con el gobierno actual de Alberto Fernández, quienes miran con recelo cualquier manifestación de la mera existencia del peronismo.

Rojas, en el texto citado, luego de justificar que el bombardeo del 16 de junio fue “a la Casa de Gobierno y no a la Plaza de Mayo (sic)”, culpabiliza a Perón por las “muertes”, a la vez que lo responsabiliza de las quema de las iglesias en el centro porteño.

Completan las acusaciones contra Perón, al mejor estilo de personaje de Capusotto, de traición a la patria porque “agravió la bandera, atando una camiseta a su mástil” (sic);”devolvió al Paraguay los trofeos de guerra” (sic); “no concurrió al sepelio de su madre (sic); “filmó a una famosa actriz italiana – vestida con ropas de fibra sintética – utilizando filtros de color , truco mediante, el cuál aquella, sin saberlo, aparecía desnuda”; y “tuvo predilección especial por la amistad “íntima” con pugilistas, blancos y de color”, junto con demás delirios de igual calaña.

El alzamiento en Córdoba del 16 de septiembre desnudó no sólo el malestar opositor de un sector del Ejército, sino el no acompañamiento de un sector de la dirigencia partidaria oficialista – aquella que conspiró contra Evita y provocó la caída de Mercante – acompañando desde su defección la caída de Perón. Teissaire y Mendé fueron los primero en denunciarlo como traidor y corrupto. Lo mismo hicieron otros dirigentes peronistas de igual calaña…

Con Lonardi la dirigencia cegetista tuvo su reunión y la cúpula del partido Peronismo abogó por entenderse con el presidente de facto, mientras el ex presidente Perón iba a su forzado exilio paraguayo. El veto al de “Ni vencedores ni vencidos” por el ala más dura de Rojas y Aramburu llenaron las cárceles de peronista, a la vez que persiguieron con salvajismo todo atisbo de justicialismo con el decreto 4161. La represión mostrada entre el 9 al 12 de junio de 1956 con fusilamientos a mansalva fue ejemplo palmario del odio.

Afirmó Julio César Melón Pirro en El Peronismo después de Peronismo (2009) que: “Los primeros años de la proscripción implicaron pues, en principio, el enfrentamiento con un estado hostil, empeñado en erosionar la identidad peronista y decidido a reprimir cualquier alternativa que connotara una vuelta al pasado. En la experiencia de muchos trabajadores y de los peronistas en general, este lapso se consideró como una época de revancha, a la que con el tiempo se superpuso el recuerdo idealizado de la resistencia”.

Mientras, desde el exilio montevideano, el grupo de ex forjistas y el propio Domingo Mercante intentaron reagrupar las fuerzas y plantear su oposición a la Revolución Libertadora. Al igual que los obreros en Argentina, los exiliados se pusieron a la cabeza de la resistencia desde la pluma y la acción. Los periódicos clandestinos, desde El 45, cuyo lema fue: “Ya no son campanas de palo las razones de los pobres”, dirigido por Arturo Jauretche; El Descamisado, dirigido por Malfredo Sawady; y La Argentina, dirigida por Nora Lagos; Doctrina, dirigida por José Rubén García Martín; Renovación, de Tomás Farías; y El Federalista, dirigido por José Antonio Güemes. Se le sumaron Tres Banderas y Compañeros, ambos dirigidos por J. Bernado Iturraspe; Bandera Popular, Palabra Argentina, dirigido por Alejandro Olmos; Pero… Qué dice el pueblo, dirigido por Aldo Paciello; Palabra Prohibida, dirigido por Luis A. Sobrino Aranda; Rebeldía, dirigido por Manuel E. Bustos Nuñez; El Guerrillero, dirigido en forma real por César Marcos; Soberanía, dirigido por Nora Lagos y Luis A. Sobrino Aranda; Batalla, dirigido por Héctor Tristán; Línea Dura, dirigido por María Granata; y El Grasita, dirigido por Enrique Oliva, con la consiga “Perón o Muerte”.

Documentos que de a poco están al alcance del conocimiento público, sea por apertura de archivos sobre peronismo, investigaciones recientes y sitios web con periódicos digitalizados, y que algunos atesoran – como es mi caso – como piezas únicas de un momento de lucha y valentía. Valga este recordatorio para que nunca más un golpe de Estado interrumpa el curso del pueblo en su devenir institucional y democrático.

Licenciado en Ciencia Política; Docente en la UCES; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas

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