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Se destaca en el futsal rosarino y estudia para ser sacerdote

Mientras la rompe con la de medio pique, el mendocino Leandro Álvarez estudia para convertirse en sacerdote salesiano. Una historia para no perderse.

Por Mauro Fabrizio Cucchiara y Fabricio Licata (Especial para El Ciudadano)

Leandro Álvarez nació en Mendoza hace 26 años, pero ya pasaron siete en los que no vive más en su ciudad natal. A los 19 decidió convertirse en sacerdote salesiano. Pudo cambiar de casa, de familia y de vida, pero como anuncia la reconocida película “El secreto de sus ojos”, no pudo abandonar una pasión que lo marcó en su adolescencia: el futsal. Y este año logró fichar en Deportivo Unión Central para participar de la Primera División “B” del futsal rosarino.

San Juan Bosco, sacerdote salesiano, dio inicio a una gran obra que buscó inclinar el trabajo social y religioso hacia los más jóvenes y necesitados en el siglo XVII en Italia. Parte de la gran obra que inició el cura hace 200 años atrás es la parroquia Santo Domingo Savio ubicada en barrio Industrial, que es la casa de “Leito”, como ahí lo suele llamar la mayoría.

Funciona también en paralelo con la obra de barrio Ludueña y cuenta con 6 salesianos que trabajan y viven en comunidad. Él es “tirocinante”, ya que la etapa que está transitando en su travesía a ser sacerdote se llama “tirocinio”.

Llegando a la parroquia, se vislumbra actividad juvenil, chicos jugando en la canchita y corriendo por las instalaciones. Este ámbito fue el lugar que elegido para, con tereré y facturas de por medio, escuchar la experiencia de vida de Álvarez.

“Me levanto a la mañana, rezo en comunidad y luego voy a alguno de los colegios Luisa Mora de Olguín, Don Bosco o Santo Domingo Savio. Allí doy clases y vuelvo al mediodía para rezar un rato y almorzar. A las tardes me junto con animadores de la obra y amigos. Después salgo a dar clases a Nazareth, que es el centro de capacitación, donde estoy a cargo de la Formación Humana y Cristiana. Cuando no entreno, ceno, aprovecho a responder mensajes y preparo clases del día siguiente”, relató Leito, quien enseguida agregó: “Los viernes, sábado y domingo tenemos grupos juveniles propios de la iglesia como Circo Saltimbanqui, Compañía, Mallín y Oratorio que son los que yo acompaño”.

—Llevas 8 años de estudio y te faltan 4, ¿cómo fue tu relación con el deporte en este tiempo?

—Siempre con el deporte tuve una inclinación linda, incluso antes de ingresar estudié educación física. Cuando llegué el año pasado a la ciudad, como siempre, me encantó el futsal, pedí permiso y me dijeron que si me daban los horarios empiece. Tengo que pedir permiso para todo lo que realice porque estamos con un montón de actividades. Averigüé en clubes para anotarme, pasé por Club Tucumán de barrio Ludueña y terminé quedándome en “La Carpita”.

—Se nota que tenés una gran inclinación por la actividad física, pero sin embargo elegiste otro camino, ¿cómo fue tomar esa decisión?

—Empecé a tener una vida espiritual y de servicio en barrios carenciados en los cuales me pregunté “¿por qué Dios a mí me regalaste tanto?, familia, estudio, comida, ¿y a ellos tan poco?”. Si a mí me dio un montón, me lo dio para compartir.  Comencé a valorar muchas cosas de mi familia y sumado el estar entre jóvenes, les daba clases de futsal a los nenes con síndrome de down; tuve una experiencia en la cárcel de menores y me pregunté si no quería eso para toda mi vida. Fueron 4 años muy fuertes. Fui a un retiro vocacional que me generó más dudas, sumado a que yo tenía otros sueños en mi vida. La duda en un momento fue tan fuerte que dije basta y al tiempo se lo comenté a mis padres, tomé mi decisión y comencé este camino en el cual varias inquietudes ya se despejaron.

—Mencionabas que te encantaba el futsal, ¿la historia con este deporte viene de antes?

—Sí, volví al futsal después de 7 años. Empecé a jugarlo a los 14 hasta los 19 en el Colegio Don Bosco, el cual tenía un club que participaba en el torneo de Mendoza. Es lo que más extrañé. Cuando comenzaron las inferiores en el Colegio le di clases a los más chiquitos durante 3 años y el último también, como les contaba, entrené a nenes con síndrome de down. Además, jugaba en la categoría juvenil y en Primera. Me pasaba el día ahí adentro.

—¿Qué opinás de Rosario?

—Algo que me impactó mucho es la pasión por el futbol, es impresionante. En Mendoza es muy común escuchar un “soy de Godoy Cruz y de River, de Gimnasia y de Boca, de Independiente y de River”. Acá es imposible eso. También en la parte social, es el fuerte sentido de poder ayudar, estar a la mano, en la política o en alguna agrupación o en la iglesia.

En 2018 Leandro cambiará de rumbo en su vida, ya que comienza a estudiar la última parte de su vocación en Buenos Aires. Tuvo una gran manera de despedirse, ya que se va tras coronarse campeón con la reserva de Unión Central y haciendo un gran torneo con la primera categoría del club.

—Viviste una gran despedida…

—Es una sensación hermosa, sinceramente no lo esperaba porque nunca había salido campeón. El club venía también de una historia adversa en las definiciones, lo tratamos con un psicólogo en la semana previa y algunos me pedían que rece para que nos vaya bien. Además, toda la gente que se acercó a acompañar me alegró mucho.

Hoy, luego de dos años de trabajo y disfrute incesante en la ciudad, a la que remarcó “le encantaría volver”, comienza a preparar las valijas y el corazón para ver cuál es el camino al andar que se va marcar en su vida como Salesiano.

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