“Lo único que tengo es gratitud. Por las personas que me ayudaron a surfear esta ola. Mi resiliencia y persistencia resultaron mi motor, pero el combustible fue el apoyo de todas las personas. Incluso de la gente que pensaba que yo era un lunático, que esto era una locura, lo cual pensé, en muchas ocasiones, que era una verdadera locura…”.
Cuando Fernando Aguerre dice las últimas palabras y la película La Ola Imposible (The Impossible Wave) llega a su fin, todas las miradas se dirigen al protagonista que está presente en el hermoso patio del Ala Moana en Chapadmalal y, de repente, el aplauso se transforma en ovación. Muy parecido a lo que había pasado en septiembre cuando el filme se estrenó en California, con 250 invitados, esta vez sucedió en el local de su amado surfshop que creó en familia en 1979 e hizo resurgir hace nueve años. Un sueño para él que, casi inevitablemente, lo emociona hasta las lágrimas. En esos segundos, los casi 30 años de sus pasionales esfuerzos se vienen a su mente y corazón, los malos y buenos momentos que tuvieron “esta larguísima remada de la ola olímpica” que nadie, ni sus más fervientes simpatizantes, creyeron que llegaría hasta la costa. Se sube al escenario y, con la voz entrecortada, agradece a quienes más lo ayudaron en el camino. Así puso fin a una hermosa tertulia surfera que contó con 220 invitados que disfrutaron de comida, bebida, buena música y la mejor onda.
“La verdad es que lloré muchas veces: armándola, frente a las cámaras, cada vez que vuelvo a verla. Porque la película se hizo con el corazón. Me gusta mucho cómo quedó porque habla gente muy cercana, como mi hermano, y otra que no, como surfistas olímpicos, campeones mundiales y dirigentes, pero todos estamos unidos por el hilo conductor que es el agua, el amor a las olas y por hacer cosas que nos hagan felices y les traigan felicidad a otros. Yo he vivido intentando eso siempre, creando comunidades, y el surf olímpico es algo que me hace sentir orgulloso”, reconoce Aguerre.
“El surf nunca logrará ser olímpico”.
“Fue el único que tuvo la visión de lograrlo”.
“¿Quién dedica más de 12.000 horas de su vida a hacer algo sólo por pasión o alegría?”.
Las frases de diversos actores del surf mundial se suceden en la película. “Era así, algo que no iba a suceder. Por eso el alma de la película es que la gente entienda que no hay imposibles. Lo imposible es una especie de estratagema para no sentirnos mal por no intentar algo. Intentar lleva implícito no lograrlo, entonces qué mejor que no intentarlo para no sentirnos mal. La vida es eso, a veces te va bien y a veces, mal. Los surfistas lo sabemos bien: cuando perdemos una ola, remamos nuevamente para adentro para buscar otra. Así es la vida. Porque en la vida siempre viene otra ola y otra oportunidad”, reflexiona.
De chico, Fernando no era tan bueno en los deportes y se enfocó en otras cosas. Y cuando en la adolescencia dejó de lado su perfil introvertido -como cuenta el filme- para pasar a mostrar su actual esencia emprendedor y exótica, ya como DJ y organizador de torneos de surf. En 1979 dio un paso más, fundando un surfshop con su hermano Santiago y su madre Norma. Luego se fue a California, creó una marca que se transformó en mundial (Reef) y, a la vez, empezó con su historia como directivo. Electo en 1994, lleva 28 años como presidente de la International Surfing Association.
Allí empezó un sueño que tomó fuerza cuando leyó que el hawaiano Duke Kahanamoku había tenido el mismo en 1920. “Alguien, algún día, llevará al surf a los Juegos Olímpicos”, predijo el padre del surf moderno y Aguerre se dispuso a ser la persona que lo consiguiera. “Nunca hubo un master plan, siempre fue cambiando, porque la gente con la que tenía que hablar, y convencer, desde líderes de federaciones hasta directivos del movimiento olímpico, iba cambiando. Pero la brújula siempre apuntó a ese objetivo. A veces no tenía tiempo, me dedicaba a la tarde, luego de mi trabajo. Y parecía imposible. Pero me pude rodear de gente capaz, sin miedo a las dificultades y que no escapa en la adversidad”, explica.
Claro, hoy las luces recaen sobre él, como padre del surf olímpico. Parece insólito que un abogado marplatense, de un país de Tercer Mundo, y lejos de la historia de otros haya logrado lo que ninguno de los popes del primer mundo surfístico haya siquiera soñado. “Es loco, sí, pero nunca me siento más que nadie. Es verdad que no somos potencia ni tenemos la tradición de otros, pero a la vez tenemos, por ejemplo, campeones mundiales. Y justamente los dos, Santi Muñiz y Lele Usuna, como me pasó a mí, tuvimos que vivir en otros países que son potencia, como Brasil en el caso de Santi y California hablando de mí y Lele. Los tres hemos tenido que sufrir el desarraigo, la soledad, el vivir en otra cultura, con distintos valores y formas de expresarse… Debimos aprender y volver para lograr cosas para Argentina. Es irónico, como dice la frase: ‘nadie es profeta en su tierra’”, analiza Fernando.
A su hermano le gustan los números y sacó una cuenta que dejó sorprendidos a todos. Se trata de las horas que dispuso Fernando para lograr esta epopeya (algo más de 14.000, contando hasta hoy) y hasta las olas que dejó de surfear (todavía lo hace a los casi 65 años) para cumplir con este sueño de tantos. “Fueron todos pasitos que fui dando, al principio casi sin darme cuenta y, en un momento dado, no importa cómo nos estuviera yendo, ya no podía abandonar, no podía volver atrás. No había camino, había que terminar de hacerlo. Fui encontrando algunas luces y las seguí. Tal vez fue una locura, pero hoy está claro que todo valió el esfuerzo”, admite.
Aguerre relata ejemplos de cómo fue superando algunos obstáculos, sobre todo cuando muchos lo miraban como un bicho raro en el ambiente olímpico y ni siquiera le prestaban atención. “Rechazos tuve muchos. Yo iba a todas las reuniones del COI, pero estaba al pie en la pirámide olímpica. Buscaba una habitación en los hoteles donde se quedaban los dirigentes y me aparecía por el lobby o el bar, a comer, tomar una cerveza y así acercarme para charlar con ellos y contarles mi sueño. Una vez un dirigente me consiguió una invitación a una gala, pero le dije que ‘no gracias’. No quería una tarjeta, quería que ellos me invitaran. Y de a poco pasó. Cuando llegó Tomas Bach como presidente, una puerta se abrió”, describe.
Hoy, luego de la experiencia en Tokio, miran al surf de otra forma. “Ahora ya saben el valor del surf, el empujón que le dio al movimiento olímpico. Están todos contentos y les encanta porque, en Tokio, el surf fue top 10 en deportes y top 5 en redes sociales. A tal punto lo saben que no sólo lo mantuvieron en el calendario de los dos próximos Juegos sino que además aceptaron que en la próxima cita olímpica el surf sea el segundo deporte en la historia que se disputará en una sede en otro continente. Todo por la importancia que tiene”, cuenta.
Aguerre se refiere a que la competencia en París 2024 se desarrollará en realidad en Tahití, en la Polinesia Francesa. Lugar ideal para llevar el surf a otro nivel de reconocimiento porque si hay un sitio que representa el imaginario colectivo popular de lo que es este deporte, ése es Teahupoo: una rompiente tan famosa y bella como desafiante y aterradora. “Un paraíso terrenal, la mejor cancha donde pueda disputarse un torneo de esta importancia. Será algo soñado y a nadie ya le quedarán dudas que el surf haya llegado para quedarse y potenciar el movimiento olímpico”. Lo dice Fernando Aguerre, mientras se va caminando hacia las olas. Y ya sabemos cómo le fue al surf cuando él predijo algo…
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