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Se fue el último guerrero

Andrés Nocioni jugó su último partido en la derrota de Real Madrid frente a Valencia.

“Lo dejé todo, no me queda nada”, explicó Andrés Nocioni un tiempo atrás cuando anunció su retiro una vez finalizada la temporada. En la tarde de ayer Valencia le ganó a Real Madrid, se coronó campeón de la Liga de España y se ocupó de que se concrete el adiós del alero galvense, que no pudo sumar el título a su formidable currículum.

Lejos del brillo y glamour que rodea a muchos de sus compañeros de selección o equipo, el Chapu siempre se ganó su lugar desde lo terrenal. No porque le faltara talento, sino porque su corazón y su coraje (por no decir huevos) son de tal magnitud que dejan en segundo plano la innata capacidad que posee para el básquet.

Así como Prigioni fue durante largo rato el “administrador de egos” de la Generación Dorada, Nocioni fue el pegamento que unió a un grupo y a un equipo. Y lo hizo desde la sonrisa, la humildad extrema (al punto que no quería jugadas para él) y la simpleza del tipo de pueblo que es.

En Gálvez dirán que es de ellos, Santa Fe lo reclamará como propio y Pico peleará por ser su lugar de pertenencia. Pero el Chapu es de la gente, del pueblo. Lógicamente se admira a una estrella casi sobrehumana como Ginobili, se respeta a un fuera de serie como Scola, pero Nocioni tiene el gen que le permite al argentino identificarse con él plenamente. El Chapu se equivoca, se enoja, mete faltas fuertes, protesta, llora, pero va al frente como un caballo cuando todos se esconden, muestra su valentía cuando el talento no alcanza y termina por el piso.

El más terrenal de los dueños del oro olímpico supo dejar su huella en cada equipo que tocó y en cada compañero que tuvo, desde Ceci hasta la NBA. Fábrica de anécdotas, frontal y sincero, eligió naturalmente el segundo plano, como en aquel partido en Río de Janeiro cuando Manu Ginóbili recibió pelota, flashes y merecido homenaje. Pero Chapu también se iba, y lo dijo en el vestuario, respetando por elección la envergadura de su compañero. Su homenaje está en cada uno de los argentinos que pegaron el grito y cerraron el puño en sus intervenciones. Se despidió el último guerrero.

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