Cada tanto, en cada ramalazo de avanzada neoliberal en el mundo, desde la música, más destacadamente desde el rock o el punk, vuelven a recordarse o a reeditarse algunos de los discos –incluso canciones– que sonaron rabiosamente descontracturados y diagnosticaron en las letras de sus temas el recurrente malestar padecido en las sociedades capitalistas a través de la explotación de las mayorías y la exclusión de los diferentes.
Llevaría una buena extensión de líneas nombrar esos discos, donde entran también los instrumentales con un concepto bien definido acerca de sus objetivos compositivos y del lugar social que ocupan sus autores. Pero aquí se hará alusión a uno que en estos días está siendo reeditado y que, curiosamente, es uno de los menos significativos a nivel de audiencias entre los discos de la gran banda que lo creó.
Se trata de Animals (1977), de Pink Floyd, un discazo en todos los sentidos posibles que, por un lado padeció el situarse entre los demoledores El lado oscuro de la luna (1973) y Desearía que estuvieras aquí (1975) y el irrebatible The Wall (1979), y por el otro, porque sus letras apuntan directamente a describir los sinsabores de la clase obrera inglesa sumida en esos tiempos en una de las tasas de desempleo más altas de las que se tenga memoria du-rante un gobierno laborista, esa vez dirigido por James Callaghan, y que sería un preámbulo de lo que vendría un par de años después cuando los conservadores, con Margaret Thatcher a la cabeza, se quedaran con el poder político.
Las letras sutilmente poetizadas ponían de manifiesto ese estado de situación y se metían con la miseria de los barrios obreros luego de que las empresas o corporaciones desmantelaran las fábricas y las mudaran a países de Europa oriental o asiáticos en busca de mano de obra más barata.
El neoliberalismo ya paseaba sus ropajes por Gran Bretaña levantando el polvo fulminante de la exclusión en medio de huelgas, manifestaciones y una tensión social que no soportaba un fósforo encendido. Para no desentonar con la época, los altercados de violencia racial se sucedían sin solución de continuidad y se sumaban al descontento y a las protestas cotidianas.
El cerdo toma el poder
Roger Waters, bajista, letrista y compositor, fue la verdadera cabeza pensante de la banda, sin desmerecer los enormes aportes de David Gilmour, Nick Mason y Rick Wright en los arreglos y en la eficacia instrumental con que la dotaron. Pero era Waters quien contaba con una sensibilidad particular para las urgencias sociales; diestro además para trasladar los aspectos esenciales de esas calamidades en letras contundentes, más deudoras de la emoción que de la racionalidad pero sumamente expresivas de la temperatura del contexto de donde surgían.
Animals es un disco de apenas cinco canciones y 40 minutos de duración, pero hace gala de un despliegue sonoro tan apabullante como esmerado, con los clásicos y exquisitos acordes y solos de Gilmour y los no menos brillantes teclados de Mason planeando en casi todos los temas. Y están las letras con esa carga simbólica e intencionada de transparentar los desaciertos de las democracias liberales de las últimas décadas.
Lector empedernido de George Orwell, Waters encontró en Rebelión en la granja (1945) el modo de sublimar los desequilibrios sociales a partir de las metáforas utilizadas por el periodista y escritor británico que referenciaban los regímenes autoritarios, el capitalismo y las problemáticas del mismo sistema.
Ya la alusión directa al cerdo que toma el poder después de traicionar el proyecto colectivo construido por los animales de una granja que se rebelan contra el patrón-agricultor, es decir, un humano que los había esclavizado, propone una denuncia a un sistema de relaciones entre opresores y oprimidos. Orwell, comunista de fe, cifraba así su visión sobre el rumbo que había tomado la Revolución Rusa a partir de las desviaciones que promovía el gobierno de Stalin.
La alegoría orwelliana se caracterizó por demostrar que los mismos animales serán tiranizados por otro de ellos en un remedo de estructura jerárquica de clases de acuerdo a la especie de que se trate. “Pigs on the Wing 1 y 2”, “Pigs (Three Dif-ferent Ones”, “Dogs”, “Sheep”, los cinco temas de Animals construyen libremente algunas de estas instancias y el cerdo de los títulos, nombrado como Algie, se convirtió en un gran globo inflado que fue soltado en los barrios fabriles londinenses, en Liverpool y en Manchester para promocionar el disco y el concierto de estreno.
Al principio o al final de los temas se escuchan ladridos de perros, gruñidos de cerdos, baladas de ovejas como ecos sintomáticos de la Animal Farm de Orwell.
Un disco que destapó la olla
Animals también fue, antes del popular y convocante The Wall, el disco que pondría un dique insalvable en las relaciones entre los integrantes de Floyd. El material estuvo lejos de vender lo que sus antecesores, que se mantuvieron en el top de las listas por varios meses seguidos y fueron muy bien tratados por la crítica.
Sin embargo, no fue eso lo que motivaría algunas rencillas y diferencias. Subyacían en la banda ciertas tensiones devenidas de los distintos temperamentos y de las visiones a la hora de componer y, sobre todo, de las letras que escribía Waters. Los otros tres miembros no eran partidarios de las líricas particularmente políticas, es decir, que tuviesen esa dirección, y planteaban que debían mantenerse en la línea de las complejas relaciones entre los hombres y del lugar inferior del ser humano respecto al poder de la naturaleza, o seguir sintonizando con algunas perspectivas psicodélicas que tanta aceptación les habían conseguido.
Roger, en cambio, estaba decidido a continuar el camino emprendido, que ahora encontraba una forma más determinante en las letras de Animals, un material que vino a destapar la olla y fue una suerte de principio del fin en la integridad de la banda, que sucumbiría un par de años después durante la grabación de The Wall.
Waters figuró como único compositor de casi todos los temas a excepción de “Dogs”, donde comparte autoría con Gilmour, aunque más tarde el bajista confió que en su mayoría la composición del tema era suya.
Algo que el guitarrista refutó de esta forma: “Roger quiere dominar la banda, adueñarse de ella pero yo defenderé lo que hice en Animals. No me sentí fuera de ese álbum. El noventa por ciento de “Dogs” es mío, y esa canción ocupa una cara completa (del vinilo), lo que es la mitad de Animals”, expresó en declaraciones a la prensa cuando se enteró de la objeción de su compañero.
Floyd había terminado su contrato con el sello EMI y toda la movida del cerdo aerostático flotando sobre barriadas de Londres tenía el objetivo de publicitar el disco, lo que logró cuando el globo cayó sobre una granja al oeste de Londres y varios animales se hirieron en la huida y el dueño les inició un juicio que pasó a la tapa de los diarios ingleses de la época.
Al establishment con cañones
Animals tiene todo aquello que hace de Pink Floyd una banda única. La mezcla de guitarras acústicas con punteos de eléctrica; guitarras superpuestas a cada cual más melodiosa; pasajes puramente instrumentales con los atmosféricos teclados de Wright, o con el majestuoso pulso de Mason y, claro, el siempre efectivo bajo de Waters. Y hasta suena un curioso clima jazzero en “Sheep”, en donde Gilmour y Waters intercambian sus instrumentos.
Justamente en este tema las ovejas representan a los trabajadores sometidos al poder de los empresarios y los ricos. Sobre el final del tema Waters canta: “¿Escuchaste las noticias? ¡Los perros están muertos!» haciendo referencia a una sublevación donde los poderosos son aniquilados.
Animals resulta de este modo el disco más comprometido políticamente de la banda británica. Los cañones apuntan a los empresarios que se enriquecen sin preocuparse por el daño social que provocan.
En las letras son comparados con perros que muerden a los más débiles para disfrutar y beneficiarse. Como se ve, la reciente masterización y reedición de este material cuenta con una indudable vigencia en una instancia donde el mundo está afectado por una de las crisis más grandes, derivada de la aparición de la pandemia y donde por lo que se ve, el establishment mundial está muy lejos de querer contribuir a paliar los agudos desequilibrios producidos. Por el contrario, solo busca acrecentar sus ganancias sin importarles cuántos cadáveres se acumulan. Un momento casi propicio para volver a escuchar el disco que lo nombra con «pelos y señales».