Pedro Santander (*)
Chile arde. Esta angosta franja de tierra, acostumbrada a terremotos y erupciones volcánicas de las que no es culpable más que la naturaleza, es hoy un país en llamas que sí tiene un responsable directo: Sebastián Piñera, presidente de la República.
Dicen que cuando ardía Roma el emperador Nerón tocaba su lira y entonaba Iliuperis, un poema épico griego que hablaba de la Guerra de Troya. Piñera tiene otro estilo melódico. Cuando comenzó el incendio, en vez de tararear una canción se llevó un pedazo de pizza a la boca. Es que justo ese día, uno de sus nietos estaba de cumpleaños, y entre cacerolazos en todo el país, llamado a paro nacional, incendios y barricadas, Piñera prefirió irse a la Pizzería Romería del barrio alto (no podía ser de otro modo); y así Chile ardió un poco más.
Luego hubo dos días de silencio presidencial y, cuando por fin le habló al país, su lira entonó una marcha fúnebre: “Chilenos, estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable que no respeta a nada y nadie”. Rodeado de militares, esas fueron sus primeras palabras para hablarle al pueblo, el mismo que estaba por millones en las calles pidiendo un cambio social. Así, Chile volvió a arder otro poco más.
El lunes 28, después de 20 muertos, 1.100 heridos (500 a bala), 121 heridos en sus ojos por proyectil, miles de detenidos, 18 denuncias por vejámenes sexuales a mujeres detenidas, Piñera por fin anuncia un cambio ministerial y, al tiempo que anuncia cuánto le importan los derechos humanos mantiene al mismo ministro de Defensa, y al mismo de Justicia, y deja también a la vocera que durante una semana entera trató a los manifestantes de delincuentes, y a la ministra de Transportes que defendía el alza del pasaje del metro, el alza que inició todo…y así Chile siguió ardiendo más aún.
Y tras hacer al mediodía ese simulacro ministerial, Piñera abandonó el Palacio de La Moneda a las 5 de la tarde, y ahí se quedaron, solitos, sus nuevos ministros, mientras veían a su presidente irse a tocar la lira. Y hoy, como nunca, arde Chile.
Chile, este estrecho y extraño país de extremos. En los últimos 40 años pasamos de la “vía chilena al socialismo” a la peor dictadura del Cono Sur, para llegar a ser el lugar más neoliberal del mundo (y el primero). En el tiempo transcurrido entre Salvador Allende, pasando por el dictador Pinochet, y Sebastián Piñera, se modeló una clase política –la cúpula del Partido Socialista incluida– que se enamoró y encegueció con el modelo neoliberal; una casta que hoy apenas sirve para apagar velas en los cumpleaños, pero que es la gran provocadora del incendio social.
Al frente está un pueblo mestizo, moreno, que muchas veces se ha alzado en este país y que, como dice el historiador Gabriel Salazar, por primera vez no es masacrado del modo en que sí lo fue durante diferentes levantamientos del siglo XX. Es, hoy por hoy, un pueblo en ofensiva, que condena la violencia saqueadora y el vandalismo que también han aparecido, pero que no por ello está dispuesto a desmovilizarse.
En esta ofensiva está comenzando a tejerse la articulación social necesaria para darle conducción política a la asonada popular, encabezada por la Mesa de Unidad Social, compuesta por más de cien organizaciones sociales. Se trata de una conducción distinta a la acostumbrada, no capitaneada por partido político alguno, con liderazgos horizontales y procesos de toma de decisión diferentes.
En comparación con el gobierno, quienes integran la Mesa tienen una ventaja y una legitimidad infinitamente mayores para comprender los sucesos del país y para dialogar con su gente. Porque mientras unos tocaban la lira de la macroeconomía, ellos y ellas conocían y luchaban en el infierno de la microeconomía. Desde ahí hoy se levanta la demanda por una Asamblea Constituyente y el fin de la Constitución de Augusto Pinochet, que aún nos rige.
En el pasado los movimientos populares cuestionadores del sistema siempre terminaron con represión militar y masacres violentas; la última, en 1973. Esta vez puede que Chile, territorio de extremos, termine dándole la estocada mortal al neoliberalismo en el mismo país que lo vio nacer. A esa canción de cuna la cantaríamos todos, todas y todes.
(*) Doctor en lingüística de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) y licenciado en comunicación social por la Universidad de Chile. Director del Observatorio de Comunicación de la PUCV