Hay un ritual que comparto hace años con una amiga que hoy vive en España. Un ritual poco original que muchas y muchos de ustedes también compartirán. Cuando los horarios se equilibran un poco, arrancamos el derrotero de charlas, mediadas por mates, a la distancia. El lunes nos whatssapeabamos sobre el fin de semana, me contaba que fue a ver a Miss Bolivia, que lo disfrutaron, bailaron, se cantaron todo. Mis fines de semana no suelen ser estridentes, ya de joven era me dio reacia a la socialización, ahora se fue potenciando un poco más. Sin embargo, atravesada por la culpa católica que por momentos cascotea mi ermitaño potencial, decidimos ir en familia a una “experiencia inmersiva de arte inflable y tecnología” en la Rural. Le conté a mi amiga lo que me divertí, lo que me reí, lo que transpiré, y me dijo, Rominus, tenes que escribirlo.
Así que acá estoy, por contarte lo que pasó el domingo
Fuimos a este espacio que te contaba al principio, había diferentes “postas”, y una de ellas era un pelotero bastante grande. Ya tengo 46 años, se imaginarán que los cumpleaños en mi época eran en casa, se comían unas galletitas que eran secas y feas, con unos confites más secos y feos, capaz que algún alfajorcito de maicena, un jugo de naranja trechel lavado y una torta rectangular con dulce de leche y grana verde por encima o unas pelotitas plateadas que te partían las muelas. Ergo, no había salones de fiestas, no había estos despliegues faraónicos para festejar un cumple que actualmente hay. Viví la época de pelotero siendo mamá, y no suelen permitirte meterte en ellos siendo adulto. Nunca me metí en un pelotero, por mi tamaño, por mi edad (¿gerontofobia en potencia?), por las secuelas gordofóbicas.
La experiencia estuvo bien. Fue linda, fue estimulante, pero lo más lindo fue mandarme a ese pelotero con mi hija y mi compañero. Reírme con total desparpajo. Vernos subsumidos en un mar de pelotas y darme cuenta que no sólo me hundía yo, sino que nos pasaba a todos. Para quienes creen que el tocar fondo (libre interpretación) tiene que ver con el tamaño del cuerpo, en realidad no, tiene que ver con la misma dinámica de la física haciendo su magia (te hundís)
Me desplomé, me levanté, me reí, transpiré, me sorprendí de mí misma haber hecho algo que no esperaba ni imaginaba hacer. Poner el cuerpo en una situación incómoda, romper mis prejuicios, desestimar los ajenos.
Me sentí conectada con mi hija desde la risa, desde la complicidad y desde poder construir un recuerdo poniendo el cuerpo y sin que este sea un impedimento. Me sentí orgullosa de cagarme en mi propia gordofobia (sí, la tengo y padezco conmigo misma también), de quebrantar con una limitación y con un imaginario de una mirada que puede haber existido o no, siquiera importaba.
Me reí mucho
Me caí mas
Aplasté varias pelotas
No fui la que sacaba fotos desde afuera
No fui la que acompaña solo con la mirada
Esta vez fui la mamá que pone el cuerpo
Al lado de su hija
Al lado de su compañero
Sola
Fui protagonista de una vivencia. No hay fotos, sólo recuerdos. El registro es mío y ahora también tuyo, a través de estas palabras que comparto con vos.
Ojalá podamos seguir rompiendo barreras, rompiendo prejuicios, aplastando pelotas, y podamos empezar a tratar de vivir nuestra vida dándole el lugar (y concretando) nuestros sueños, nuestros deseos, nuestros impulsos. Que pese más ese instinto vital que la mera mirada fugaz y desconocida, a la que le dimos (damos) más fuerza que a nuestra propia voz.
Ya se escuchan las chicharras, se viene el verano. Te deseo de todo corazón que puedas permitirte concretar aquello que ahora quizás es sólo una fantasía, una ilusión.
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*Licenciada en Ciencia Política (UNR), militante por la diversidad corporal, anticapacitista, docente universitaria en UGR, trabajadora en la Secretaría de DDHH de la UNR. IG: romina.sarti