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Seducido por la política y las relaciones prohibidas

Realizador de “Último tango en París”, cuyas escenas le acarrearían acusaciones diversas, el gran cineasta italiano murió a los 77 años dejando tras de sí una obra intensa y controvertida

Bernardo Bertolucci es quizás el cineasta italiano más difícil de clasificar; de algunas de sus películas puede decirse que son fuertemente libertarias; de otras que marcadamente políticas exploran el pulso de las épocas; que refieren a las creencias como ruedas que ayudan a mover el mundo; que toman la temperatura a las acciones amorosas y sexuales, aquellas que también mueven el mundo. Hizo un cine reflexivo pero a la vez expositivo, desandó las ideologías para entrar en lo que las compone a través de prototipos del fascismo, del anarquismo, del socialismo para ver qué tan ligadas están a la condición humana. Fue un cine con fuerte identidad aunque con marcas de sus propios contemporáneos: Pasolini, Antonioni, Visconti, Rossellini, algo de todos ellos convive con su  impronta. No en vano fue el asistente de dirección de Pasolini cuando filmó Accatone (1961), que sería su primera incursión cinematográfica. Su padre, un poeta, profesor y crítico de cine, le había regalado una cámara de 16mm cuando tenía 15 años pero no sería hasta que vio La dolce vita (1960), de FedericoFellini, y conoció a Pasolini que se inclinó hacia el cine apartándose de la literatura, en la que había incursionado.

Fuertes primeras imágenes

Si bien Bertolucci fue reconocido mundialmente a partir de Último tango en París (1972) y Novecento(1976), es en sus primeros films donde se conforman sus recursos estéticos y su singular mirada ética. En La estrategia de la araña (1970) adapta el relato El tema del traidor y el héroe, de Jorge Luis Borges para componer un puzzle donde revisa la línea temporal, el argumento, el principio y el final, el espacio, el orden de la acción, es decir, todo lo contrario a lo convencional de las historias en el cine tradicional, logrando el desconcierto del espectador, aunque al final de la película éste quede satisfecho al encajar las piezas y comprender el sentido del relato. En El conformista, sobre una novela de Alberto Moravia, también de 1970, describe a un profesor de filosofía con un oscuro episodio en su pasado durante los años del fascismo y aunque su aspecto es el de un ciudadano respetable y hasta con cierto aire liberal, tiene contactos con los servicios secretos y prepara un atentado contra un exiliado político y enemigo del régimen. Allí, en esos dos títulos se prefigura todo el cine posterior de Bertolucci, es decir su curiosidad y su profundo interés por sopesar las actitudes del hombre, o de la mujer, en situaciones límites pero también en aquellas dictadas por un cambio de ánimo, o una venganza, gestos que hasta pueden llevar a la tumba o conmocionar el contexto donde tienen lugar.

Controvertido, polémico

Su visión estuvo atravesada por la voluntad de indagar en las relaciones prohibidas: en La luna (1979) vagaría por los meandros del incesto; en Último tango en París, la pulsión sexual se elevaría a niveles épicos en una escena que es señera en la historia del cine mundial: el sexo anal practicado por sus protagonistas, Marlon Brando y María Schneider, valiéndose de un pote de manteca. Una secuencia que acarrearía una intensa polémica sobre la magnífica representación de la actriz, en la que no pocos creyeron ver una violación en tiempo real. Cuando la ola feminista y de reivindicación del lugar de las mujeres tuvo resonancia mundial y ellas se atrevieron a denunciar el acoso en todos sus órdenes, María Schneider señaló que se había sentido presionada de todas las formas posibles durante esa escena pero que no había podido dimensionarlo por su inexperiencia juvenil. También que se había visto profundamente afectada por la escena que simulaba sodomía ya que no había sido plenamente informada antes del rodaje del contenido. En una presentación en la Cinemateca Francesa, Bertolucci confesó que él y Marlon Brando engañaron a la joven Schneider, de 19 años, para que la mentada escena tuviera un carácter lo más real posible. “No quería que María fingiera su humillación. Quería que María se sintiera de verdad violada, que no actuara, para que sus gritos y su llanto transmitieran al espectador una sensación verídica de rabia. Por eso me ha odiado toda la vida”, dijo el realizador. Lo que también pone sobre el tapete que él mismo sucumbiría a esos actos capaces de generar graves consecuencias o un daño irreparable Esas imágenes impidieron que la película fuese exhibida en una buena cantidad de países, incluida Italia misma.

El extranjero también existe

Novecento recorre la historia de la lucha de clases en el rico valle del Pô a través del destino de dos amigos de infancia a principios del siglo XX. La película cuenta con un elenco internacional de grandes actores: Robert De Niro, Gérard Depardieu, Burt Lancaster y Dominique Sanda, fueron algunos. Atraído por la investigación pero también por las relaciones de los individuos con la Historia, es uno de los pocos cineastas italianos en haber desarrollado una parte de su carrera en el extranjero. Rodó en China El último emperador (1987), con la que ganó nueve premios Oscar, entre ellos el de mejor película y mejor realizador, lo que le granjeó un reconocimiento mundial. Se trata de un film suntuoso y detallista sobre la vida del último emperador chino. En El cielo protector filmó en Argel y en buena parte de Marruecos y otras ciudades del Medio Oriente. Un film exquisito que hace gala de una fidelidad encomiable al libro del norteamericano Paul Bowles del que está adaptado. Para El pequeño Buda (1993), donde narra las vicisitudes de un joven norteamericano que busca convertirse en un Lama del Himalaya mientras lo confunden con la reencarnación de un maestro del credo, se trasladaría a la India.  Luego regresaría a Italia donde rodaría Belleza robada (1996), la historia de un viaje iniciático a Italia de una joven cuya madre se suicidó, interpretada por una joven y bella Liv Tyler. París sería el escenario de su última película, Los soñadores (2003), donde conjuga las variables exploradas en buena parte de su cine anterior: las pasiones políticas y sexuales durante los sucesos de 1968 en la Ciudad Luz.

Seducido por las jovencitas

En 2007 el cineasta, que ya usaba una silla de ruedas, recibió un León de Oro en el Festival de Venecia por el conjunto de su obra. En una entrevista en ese momento aseguró que durante su carrera sucumbía una y otra vez al encanto de ciertas jóvenes actrices y que sentía que su frescura se trasladaba a sus obras y les agregaba un aura de autenticidad difícil de encontrar en otra parte. Curiosa admiración que hoy podría ser tildada de sospechosa atracción.  María Schneider ya contó su experiencia. Habría que preguntarle a Stefania Sandrelli, Dominique Sanda, Liv Tyler o Eva Green, casi descubiertas por él, qué piensan al respecto.

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