La “zurda” de Zanabria. La “palomita” de Poy. El “día del padre” de Domizzi. El “pirulazo” de Rivarola. Todos hechos que han marcado a lo largo de la historia el folclore bien entendido del clásico. Pero si hay dos fechas que ambas parcialidades tienen como “banderas” esas son el 26 de junio de 1996 y el 23 de noviembre de 1997. Para leprosos y canallas aquellos días se produjeron los “abandonos” respectivos de cada uno de los otros clubes.
Lindo y folclórico sería que sendas “cargadas”, tan necesarias para el color de la fiesta deportiva rosarina, quedaran en eso y fueran los disparadores de la típica charla futbolera entre amigos. Pero muchas veces han servido, lamentablemente, para encender la chispa de la discordia y los hechos violentos tan propensos que algún grupo esboza a la hora de vivir el clásico.
Con la intención de rememorar la parte festiva y deportiva de cada una de las gestas en esta segunda entrega de “Clásicos en el recuerdo”, hoy se recuerda el 2-0 leproso y el 4-0 canalla.
Se disputaba el Clausura 1996 y Newell’s hacía las veces de local en cancha de Central por tener la suya en plena remodelación. El equipo conducido por Mario Zanabria no atravesaba un buen momento y llegaba a la 14ª fecha con tres derrotas seguidas y siete jornadas sin triunfos. El clásico se presentaba como un escenario “peligroso” pero “atractivo” para revertir dicho presente y “salvar” el torneo. A diferencia de lo imaginado en la previa por cómo llegaban los equipos, el Rojinegro fue amo y señor del encuentro de principio a fin. Un planteo inteligente y una soberbia labor de Damián Manso manejando los hilos le permitieron sacar ventaja por intermedio de Gabrich, aumentar gracias a Giménez y encaminar el resultado a una goleada cuando Raggio se disponía a ejecutar un tiro penal a los dieciocho minutos del complemento y Central se quedaba con dos hombres menos. Pero allí una catarata de bombas de estruendo cayó sobre el área que defendía el Rifle Castellano y obligaron al árbitro Aníbal Hay a suspender el partido. Esa abrupta interrupción por parte de la parcialidad canalla impidió la continuidad de un partido en donde un hipotético 3-0 (conversión mediante del penal) y casi media hora por delante con dos hombres más dejaban un escenario propicio para una goleada histórica. Desde allí, para los hinchas de Newell’s aquel 26 de junio de 1996 es el “día del abandono del hincha canalla”.
Pero el escenario sería diferente poco más de un año después: el 23 de noviembre de 1997.
La previa de la fecha 14 pintaba rara, algo se percibía en el ambiente. El Canalla llegaba mejor parado con 23 puntos y un par de buenas victorias ante Racing y River. En la fecha 13 había empatado con Platense 0-0 y en el último encuentro en el Gigante había caído 0-3 con Boca.
En tanto, Newell’s estaba hundido en el fondo de la tabla con 9 puntos y con varias goleadas en contra (5-0 ante Vélez, 4-2 ante Lanús).
Esa diferencia en la tabla se evidenció rápidamente en el campo. A los dos minutos el uruguayo Rubén Fernando Da Silva aprovechó el estatismo de Ricardo Rocha y Sergio Goycochea y desató el delirio de la canallada.
Pero el juego recién empezaba y ni el más optimista de los de Arroyito podía imaginar la película que estaba a punto de presenciar. Claro que del otro lado, ni el más pesimista de los rojinegros se imaginó que viviría una tarde negra.
Así, cuando Eduardo Coudet sacó un zapatazo desde afuera del área que se clavó como un puñal en el arco de Goycochea para poner el 2-0 se terminó todo. O empezó mejor dicho…
Es que Newell’s no soportó semejante diferencia futbolística y los jugadores más experimentados, lejos de dar el ejemplo y tratar de remontar el juego, dejaron a su equipo con nueve ya que en tres minutos Mariano Dalla Líbera y Julio Zamora vieron la roja. En la misma jugada que el Negro se fue a las duchas también se fue expulsado Da Silva.
Antes de finalizar el primer tiempo y como si el castigo no hubiese sido suficiente para los de Zanabria, Marcelo Carracedo puso el 3-0 con un zurdazo cruzado.
Con todo servido había que ver cuánta ventaja sacaba Central de allí al final. Pero no hubo final. Es que a los 13 minutos Saldaña, otro de los experimentados, también vio la roja y ahora el partido estaba 10 contra 8.
¿Algo más? Sí, dos minutos después, Horacio Carbonari con su habitual potencia sacó una bomba desde su pie derecho y puso el 4-0.
Faltaba media hora, la gente no salía de su asombro. Los de Central festejando semejante diferencia y los de Newell’s tratando de despertar de la pesadilla.
Pero esa película de terror para uno y de fiesta para otro tenía más capítulos. Claudio París no soportó más y en una jugada en ataque para la Lepra y cuando la pelota había salido al córner impulsada por Germán Gerbaudo, agredió al defensor delante del árbitro Roberto Ruscio con un pistotón intencional y vio la roja para dejar a su equipo con siete jugadores.
Fue en ese momento cuando ocurrió lo increíble: Goycochea salió corriendo desde su arco y le pidió al uruguayo José Herrera que saliera del campo, con lo que el partido terminaría como lo indica el reglamento. Pero desde el banco pensaron que si Herrera se retiraba podía entrar uno de los suplentes.
Entonces Zanabria, rápido de reflejos, dispuso dos cambios al mismo tiempo: Fernando Crosa y José Albornoz por Franco y Müller; en la jugada siguiente, Herrera se tiró y Roberto Ruscio dio por finalizado el encuentro.
Con esa actitud Newell’s se negó a seguir jugando, como en realidad se había negado en los 64 minutos anteriores ya que en la cancha hubo un solo equipo desde el minuto cero: Central.
Lo que vino después es historia conocida: con el paso de los años los hinchas auriazules bautizaron ese 23 de noviembre como “el día del abandono”.
http://www.youtube.com/watch?v=tS5uXTiDwPw