El escenario del terror parece extenderse a toda la ciudad a fuerza de plomo. Ya no son hechos que suceden en los barrios. Frente de viviendas atacadas, donde las balas causan muertes. De adultos y de niños. Donde la noche es un lugar de encierro y de temor. Donde ser adolescente y salir a la calle es el equivalente para muchos de la pérdida de una vida.
Cuando en 2018 las balas contra viejos domicilios de jueces y fiscales, y contra edificios públicos la Justicia pudo determinar que las órdenes se daban desde la cárcel y el juicio y condena a la banda de Los Monos había sido el motivo. Pero nunca se logró prevenir ni anticipar un solo disparo, que hasta ese entonces no habían causado heridos. Las llamadas y los mensajes que después se exhibían en juicios orales y públicos desde donde partían las órdenes sirvieron para condenar, pero no evitaron una sola balacera. Era la primera gran condena, el juicio clave y la banda de Los Monos estaba dada por muerta. Pero las balas y la falta de reflejo los empoderaron. Conseguían sin problemas gatilleros de distintos barrios dispuestos a balear por unos pesos y desafiar el poder en nombre de Los Monos. Por ese camino siguieron otras bandas. Y por ese camino la banda de Los Monos diversificó el negocio. Ya no se trata sólo de tráfico de drogas, sino de usurpaciones, protección, y cualquier negocio donde puedan meterse con logística y poder de fuego.
En noviembre empezaron las balaceras contra estaciones de servicios. No hubo heridos, pero sí la amenaza de paralizar aún más el transporte público, que ya cuenta con escasos colectivos y casi ningún taxi durante la noche. Si no se podía cargar combustible a la noche, los autos de alquiler no salían. Finalmente lograron resolverlo, pero se vivieron momentos complicados. Unos días antes de las elecciones, el blanco fueron las escuelas, el sábado la sede del Sindicato de Camioneros y ahora dos locales gastronómicos repletos de gente. Hubo tres heridos.
Otro de los ataques tuvo que ver con algo que no queda claro si es parte de este escenario, o se enmarca en la violencia ente Newell s y Central. El día de las elecciones, hace sólo una semana, delincuentes vandalizaron el busto de Isaac Newell que se encuentra en el Parque Independencia, frente al Coloso. A la estatua por la noche le cortaron la cabeza y luego fotos de la parte cercenada y robada aparecieron en redes sociales con mensajes de rivalidad futbolera. Y el 17 de noviembre dos personas que llegaron hasta la puerta de la sede de Central ubicada en Mitre y Córdoba, arrojaron un balde con nafta e incendiando el lugar. El custodio terminó internado con graves quemaduras, sobre todo en sus manos.
Cuesta pensar que las balas respondan a algún problema en particular. Parece que el gran tema es sembrar el miedo, en una provincia donde no hay reacción. No se puede prevenir, no se conoce con anticipación y ni siquiera se maneja una hipótesis certera de dónde y por qué vienen las balas. Nada hace pensar que esto pudiera detenerse. Y la ciudad sometida al miedo, que busca recuperar la calle después de la pandemia, instala un nuevo temor cuya solución, al igual que con el coronavirus, depende del Estado, desde donde se deben generar acciones para devolverle a los ciudadanos y a las ciudadanas la libertad.