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Sentido de pertenencia: en Newell’s el corazón manda y nadie lo puede explicar

El regreso de Ignacio Scocco es una muestra más del amor leproso de jugadores y entrenadores. Tata Martino, Maxi, Lucas Bernardi, Pomelo Mateo, Pablo Pérrez, Gabriel Heinze, Ever Banega, Mauro Formica, la lista es interminable y amenaza con tener algún día a Mauricio Pochettino y Lionel Messi

El 12 de diciembre de 2008, Guillermo Lorente derrotó a Eduardo López tras 14 años de una gestión muy cuestionada y poco democrática, y sin saberlo, abría una puerta para que comenzara a plasmarse lo que es un sello distintivo de los leprosos: el sentido de pertenencia.

Es difícil explicarlo en palabras. En un mundo como el fútbol, donde lo económico es preponderante, y las luces de los equipos grandes de Buenos Aires y en especial de Europa encandilan a cualquiera, gran parte de los futbolistas que nacieron en Newell’s dejan de lado ese tipo de comodidades y privilegian sus decisiones a lo que le dicta el corazón. Sucede en otros equipos, con casos aislados, referenciales, pero ninguno puede pelearle a la Lepra el primer lugar en el podio del sentido de pertenencia.

Allá por 2009, el que dio el primer paso fue Lucas Bernardi. Tras una década exitosa en Europa, el mediocampista había intentado volver en la gestión López, pero lo habían rechazado. No claudicó. Y a pesar de tener un año más de contrato con Mónaco, Bernardi volvió. No le importó que el club estuviera devastado en todo sentido, con jugadores que tenían seis meses de atraso en los salarios, y con una situación conflictiva con la barra liderada por Pimpi Caminos. Dejó la comodidad del principado de Mónaco y vino a pelearla en el final de su carrera, sin importar que sus allegados le dijeran que era una locura.
Junto a Lucas también llegó Diego Mateo. Es cierto que Pomelo ya estaba en Argentina y tal vez resignó menos, pero el panorama desalentador era el mismo y no le importó.

Nacho vuelve a Newell’s.

A ellos se sumó Roberto Sensini como DT. No era su idea dirigir Newell’s, pero al irse Gamboa, la dirigencia le pidió un gesto de grandeza. Y Boquita se dejó llevar por su amor al club y aceptó. Y al año estuvo muy cerca de coronar a Newell’s campeón.

Explicar el sentido de pertenencia no es sencillo para el mundo futbolero. Pero en el Parque es fácil dar un ejemplo que enorgullece a propios y extraños: la temporada 2012/2013.

Newell’s estaba al borde del abismo. Tras muchas decisiones erróneas a la hora de traer refuerzos y entrenadores, el equipo se dirigía inexorablemente al descenso. Sólo se podía esperar un milagro… y ocurrió.
Gerardo Martino tenía todo acordado para asumir como entrenador de la selección de Colombia. Un contrato de 6 millones de dólares y un equipo con potencial para tener un gran Mundial en 2014 era una oferta imposible de rechazar. Incluso Marcelo Fernández, contador del Tata, viajó a Colombia para cerrar la parte impositiva. Pero hubo un llamado de Newell’s, y a pesar del consejo de sus amigos, Martino rechazó ir al país cafetero y aceptó subirse a un barco que iba derecho a toparse con un iceberg.

Martino se apoyó en Bernardi, que prolongó su retiro, y empezó a idear un equipo donde el sentido de pertenencia iba a ser el sello distintivo. Seis meses más tarde, Maxi Rodríguez entendió que también era su momento, tenía un año más de contrato en Liverpool y muchas ofertas de Europa para extender su exitosa carrera. Había estado en el Mundial de Sudáfrica y con 30 años tenía para tres o cuatro años más en el fútbol de elite.

Poco le importó a la Fiera lo económico, mucho menos el peligro que suponía regresar a un equipo con muchas chances de descender. Y en julio de 2012 volvió a su casa.

Maxi no llegó solo. Ignacio Scocco también había decidido sumarse. Pero con poca plata, a Newell’s se le hacía difícil sacárselo a un club árabe. Nacho se plantó. Y Martino lo bancó. Estuvo entrenando solo en Adiur mientras rechazaba ofertas. Quería regresar a Newell’s, ayudar en un momento difícil. Y vaya si lo hizo. Fue goleador de dos torneos seguidos.

Hubo más. Sí, a medida que se sumaban los nombres, muchos fueron los que pensaron en regresar. Y a pesar de la resistencia de su familia, que había pasado muchísimos años en Europa, Gabriel Heinze también privilegió el corazón ante todo. Real Madrid, PSG, Manchester United, Olympique, Roma, Selección, el currículum del Gringo era brillante. Pero quería sacarse las ganas de jugar en Newell’s y pelear algo (apenas había jugado un puñado de partidos de joven) y volvió.

Messi en el Coloso.

El título en 2013 fue un premio a ese riesgo que asumieron Martino y ese grupo de jugadores de jerarquía. Y los aplausos de pie de los hinchas, sumado al reconocimiento de la prensa fue una caricia a esos corazones leprosos a los que no les importó poner en juego el prestigio de una carrera.

La frutilla del postre fue en 2014. Ya sin Martino, que asumió en Barcelona, Ever Banega, en la cúspide de su carrera, decidió que quería jugar en Newell’s –club del cual es hincha confeso-. El mediocampista se le plantó a la dirigencia de Sevilla e incluso decidió no entrenar con el plantel si no lo dejaban venir. Y logró cumplir con su sueño. No pudo plasmarlo en lo deportivo, ya que el equipo quedó afuera de la Copa y anduvo flojo en el torneo, pero pensar que un jugador en el mejor momento de su carrera pudiera dejar un club europeo para venir a Newell’s sólo tiene una explicación: el sentido de pertenencia.

Los ejemplos siguieron años posteriores. Y continuarán de por vida. Mauro Formica aceptó casi jugar gratis para volver en 2018. Nacho volvió en 2014, y cuando se fue a River en 2016, lo primero que dijo fue: “quiero retirarme en Newell’s”, algo que cumplirá a partir de su decisión de regresar y no renovar con el Millonario.

Con el descenso otra vez como un problema a la vista, Maxi decidió dejar la comodidad de Peñarol de Uruguay, donde se había exiliado futbolísticamente y consiguió tres títulos, y vino una vez más a pelearla. Y en la misma línea puede ubicarse a Pablo Pérez, que tras ser capitán de Boca y estar en Independiente, decidió volver con el equipo aún complicado con los promedios.

Y ni hablar de Lionel Messi. El mejor jugador del mundo dijo una y mil veces que le gustaría jugar en Newell’s, aunque sea seis meses. La ilusión es tan grande que Nahuel Guzmán, otro que ya anunció que volverá, puso en su contrato con Tigres de México una cláusula que dice que si Messi viene a Newell’s, él puedo regresar y dar por terminado su vínculo con el club mexicano. Locuras del amor por Newell’s.

“Cuando estaba en Vélez no entendía por qué los jugadores dejaban todo y volvían a Newell’s. Estando acá me doy cuenta por qué”, comentó hace poco Alan Aguerre. Tal vez estar un tiempo en el Parque genere explicaciones que desde afuera parecen irracionales. O no suena raro que Mauricio Pochettino, un
DT con posibilidades de dirigir a los grandes de Europa e incluso selecciones importantes, diga que su deseo es «dirigir Newell’s”.

Sentido de pertenencia le dicen. No tiene explicación lógica. El corazón manda. Y en el Parque es un sello distintivo que perdurará por siempre.

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